sábado, 22 de octubre de 2011

El divorcio europeo (y los indignados)

¿Qué es lo que mueve la indignación de los indignados? ¿Cuáles son los argumentos que esbozan al protestar en las principales ciudades del mundo? ¿Es acaso la falta de oportunidades económicas, la desigualdad, o la ausencia de imaginación para buscar soluciones?

El 15 de octubre, aparecieron protestas desde norte a sur, de América a Asia, África y Europa, con más de mil 500 eventos en 82 países, como parte de un día de acción global.

El Secretario General de la ONU exhortó el lunes pasado a los líderes mundiales a escuchar y dar respuesta a la frustración que manifiesta el creciente movimiento internacional de indignados.

Por lo que se sabe, las marchas buscan demandar un cambio global en las estructuras políticas, económicas y financieras. ¿Es esto nuevo? ¿Hay alguna relación entre estas protestas y las que se dieron durante los 90 de los llamados "globalifóbicos" en contra del libre comercio? ¿Acaso las manifestaciones de hace una década en Davos y las que se realizan en las cumbres paralelas de países en desarrollo son iguales o buscan lo mismo?

Me parece que hay algo cíclico en estas inconformidades. Se repiten en la historia y sólo ahora podemos distinguir cuán rápido se conectan estos grupos en el mundo por las redes sociales y los medios de comunicación.

Sin duda, las redes sociales han animado las protestas, pero no creo que se haya ordenado nada. No hay una visión que solucione las demandas de los indignados. Están molestos por las injusticias que sufren pero no desean empezar una nueva empresa u organización que pueda dar cauce a sus demandas. Esperan que alguien venga a resolverlo o al menos diga que así lo hará.

Sigo esperando una red social que promueva el pago de impuestos o el Facebook que haga que se unan voluntades para limpiar un gran parque, una colonia o una calle. El poder del "click" se queda en el envío; tecleo consignas, pero no me despego de la computadora, no hago algo más allá de levantar mi voz.

Por eso cuando vemos a un Egipto y sus multitudes reunidas para protestar y derrocar el régimen, hay esperanza; pero cuando esas mismas multitudes no saben qué hacer después, debemos preocuparnos.

Los adeptos de la protesta crecen en Europa, Estados Unidos y más países, pero la pregunta fundamental sigue sin contestarse: ¿para qué? Protestar funciona un tiempo, pero si no hay propuestas, ni respuestas que valgan, los movimientos se erosionan.

Coincido con la apreciación del filósofo polaco y premio Príncipe de Asturias 2010, Zygmunt Bauman, de que será un movimiento temporal porque los mueve la emoción y no las ideas. En su parecer, "si la emoción es apta para destruir resulta especialmente inepta para construir nada".

Pero vayamos más al fondo de la indignación. Detrás está una economía mundial que ha perdido la chispa para crecer. El común denominador de los países sumidos en un enorme deterioro es claro. Contrataron crédito barato y de forma indiscriminada a niveles hoy impagables, sociedad y gobiernos están quebrados en Europa, nada tiene que ver con la libertad económica, sino más bien con el abuso de esta libertad.

Por eso, Europa se debate entre la vida y la muerte de su unificación. Durante décadas trataron de homologar economías divergentes con la esperanza de un bloque económico. Fijaron un área comercial común y libre, con una libre migración de sus ciudadanos. El orgullo de un esquema económico que respetaba los derechos sociales y ciudadanos de cada país, pero orientaba sus objetivos económicos en la misma dirección.

El derecho de admisión exigía a cada país miembro disciplina en su política fiscal y la renuncia a su soberanía monetaria. Así las cosas, se obligaba a cada nación a no gastar más de lo que podían cobrarle a sus ciudadanos en impuestos y le quitaba el derecho a tener control sobre sus monedas.

Hoy, se han dado cuenta de que no pueden permanecer en matrimonio con países cuya productividad, a casi 25 años, no cambió lo suficiente como para mantenerse unidos.

Y es que la Unión Europea de los 80 soñaba con una alianza de países con raíces distintas, pero alineadas al mismo objetivo económico.

Sin embargo, Europa olvidó que no había ciudadanos europeos. Había, sí, ciudadanos italianos, belgas, franceses, españoles, portugueses, alemanes y luego griegos, polacos, checos, lituanos y húngaros. Cada uno con sus capacidades, sus vicios, sus buenas y malas costumbres, sus anhelos, sus prejuicios, sus buenos o pésimos gobiernos, sus fuertes o débiles instituciones de seguridad social, de justicia, de educación, de combate a la pobreza.

Estas diferencias locales, supeditadas a sus distintas formas de gobierno, no lograron superar la disciplina alemana con las vacaciones francesas ni las siestas españolas. No pudieron alinear las exigencias laborales de una Alemania unificada con las laxitudes griegas de jubilaciones a los 50 años de edad y de sueldos fuera de mercado.

Mi vaticinio para Grecia, España, Portugal e Italia es que necesitan separarse de la Unión Europea para volver a producir su moneda, devaluarla como reflejo de su improductividad y entonces sí, viendo su pobreza real, replantear su modelo económico para atender las solicitudes de sus indignados.

Vidal Garza Cantú
vidalgarza@yahoo.com
 
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En la Europa de tantas comodidades y beneficios sociales ahora también tendrán que hacer reformas estructurales. No hay lonche gratis. Después de la borrachera viene la cruda. En México todavía estamos a tiempo de hacer los cambios, antes de que se acabe el petróleo. ¿Los haremos?
 
AMEPI, AC

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