sábado, 9 de mayo de 2015

¿Por qué #broncochairos o #broncoliebers?

No es un secreto y tampoco es noticia reciente que no soy simpatizante de Jaime Rodriguez Calderón, el bronco. Desde que fue alcalde de García, cuando se hizo muy conocido, se me hizo muy fanfarrón. No fue hasta que inició su campaña por el gobierno de Nuevo León, hace ya casi 3 años, que empecé a seguirlo más de cerca. Desde sus primeras entrevistas, sus reportajes, y hasta película, me di cuenta de su populismo exacerbado. Y quienes me conocen bien saben que mi liberalismo no procesa propuestas y actitudes populistas.

 

Cuando renuncia al PRI y abiertamente inicia campaña como "independiente" (solo de partido, no de forma de ser, ni de amistades) su propuesta de mercado (eso es y eso hacen todos los políticos) fue simple y con "argumentos" al sentimiento, poco a la razón. Aprovechó muy bien su personalidad campechana, dizque cercana al pueblo (a la raza), y con lenguaje sencillo, ha ido atrayendo muchos votantes.

 

Ha aprovechado sin lugar a dudas el hartazgo bipartidista en Nuevo León, donde la mayoría (poco más de la mitad dicen que no votarán por el PRI ni por el PAN, y si se suman a abstencionistas, se van a 2/3) y con su fachada de ser el único "sin partido" (que no es lo mismo que "sin intereses") parece estar arriba en las encuestas serias.

 

Todo bien hasta ahí, pues cada quien hace su lucha y sabe qué propuesta y formato de campaña hace, así como qué segmento de mercado político quiere atacar. El problema se está viendo con muchos de sus seguidores que lo han endiosado y lo consideran como el salvador del estado, como la única esperanza, como si después del 7 de junio, si no gana El Bronco, no hay futuro, el apocalipsis.

 

Y es ahí donde la puerca tuerce el rabo. Y en buena parte la causa es ese discurso al sentimiento, al corazón del votante, no a la razón. Es la misma estrategia que usó y sigue usando AMLO, de ahí la belicosidad de sus seguidores que con un maniqueísmo pueril dividen a la población entre "el pueblo bueno", todo aquel que apoya al peje, y el resto que forma parte de la "mafia en el poder", PRIANISTAS, o en últimos años peñabots.

 

En un principio empecé a usar el término de #pejenorteño para referirme a El Bronco, principalmente por su discurso demagógico, dirigido al sentimiento. Hasta frases iguales usa, solo que con acento norteño, no tabasqueño. Pero no había usado ningún término para referirme a sus seguidores. Sin embargo, a medida que comentaba o publicaba noticias en contra de él, empecé a notar el lenguaje agresivo, maniqueo (buenos Vs malos, si no estás con él, estás en su contra) de muchos de sus seguidores.

 

Inclusive he detectado que algunos seguidores de AMLO acá en Nuevo León también lo son de El Bronco. Fue a partir de entonces que empecé a usar el término #broncochairo para referirme a ese fanático de El bronco que se molesta porque críticas a su gallo. Y no solo se molesta, te acusa de ser comparsa del PRIAN, de la mafia en el poder, solo porque no simpatizas con su mesías.

 

Eso es un #chairo, aquel que con un discurso maniqueo quiere convencer a otros de que el político de su preferencia es el único que puede resolver las cosas para bien del pueblo. ¿Y quién es el pueblo? Pues claro, solo aquellos que comparten sus ideas, los demás son vendidos. Y al ver que no te convencen o si sigues insistiendo en comentar negativamente sobre su ídolo, se enojan y hasta dejan de hablarte.

 

Entiendo que algunos se sientan ofendidos si uso el concepto #broncochairo o #broncolieber, pero espero no sean de esos que irracionalmente apoyan a un político, pues de ser así, entonces les queda el término. Si planeas votar por él, y lo haces de forma razonada, consciente de las consecuencias de su victoria, adelante, estás en tu derecho. Así es la democracia. Solo hazlo con la cabeza fría, y no lo tomes personal, como si una crítica al bronco fuera a tu persona. En tiempo de elecciones cada ciudadano es libre de opinar positiva o negativamente de cualquier candidato. De eso se trata el periodo de campañas, de hacer juicios, de dudar, de investigar, de analizar y de sintetizar.

 

Pero por favor no digas que quien no vota por El Bronco está tirando su voto a la basura y se convierte en cómplice del PRI. Así como los seguidores del bronco desechan los argumentos de su pasado de 33 años en el PRI, de sus terrenos, de las sospechas de golpear a sus esposas, de mentiras y propuestas populistas, otros también pueden tener sus razones de peso o no, para no votar por él, para anular o hasta para abstenerse. Así es la democracia.

 

Hagan su campaña, expliquen a sus conocidos por qué votar por su gallo, justifiquen lo negativo que salga de él, pero no sean agresivos ni rencorosos, no se lo tomen personal, si alguien opina diferente. Y si su único argumento es que sólo El Bronco representa el cambio, la esperanza de Nuevo León, con todo respeto los seguiré llamando #broncochairos.

martes, 5 de mayo de 2015

Desempleo con título

"Nunca dejé que la escuela interfiriera con mi educación". Mark Twain

 

Durante mucho tiempo un título universitario fue un pasaporte a la clase media. Ser licenciado, médico o ingeniero aseguraba un ingreso digno en un país con salarios de miseria.

 

Por eso los padres de familia impulsaban a sus hijos a ir a la universidad sin importar su vocación o inclinación mientras que los gobiernos gastaban crecientes cantidades de dinero para subsidiar la educación superior que hicieron virtualmente gratuita y también masiva.

 

Toda acción, sin embargo, provoca una reacción. Los mercados se han saturado para casi todas las profesiones. No sólo se han desplomado las posibilidades de empleo sino también los salarios de los egresados.

 

Hace algunas semanas leía un artículo en el El Financiero (14 de abril) sobre una reciente Feria del Empleo del Gobierno de la Ciudad de México.

 

Farmacias Similares ofrecía un puesto para botarguero, es decir, para una persona que personifique al Dr. Simi, por 6 mil 700 pesos al mes, más un "atractivo" plan de compensaciones. En cambio los puestos para graduados universitarios pagaban alrededor de 5 mil pesos.

 

El INEGI reporta que en el primer trimestre de este 2015 solamente el 20.9 por ciento de los desocupados no contaba con estudios completos de secundaria. En cambio el 79.1 por ciento correspondía a personas de "mayor nivel de instrucción".

 

Las cifras de diciembre del 2014 mostraban que el 40.9 por ciento de los desocupados tenían preparatoria o universidad.

 

Los graduados universitarios mexicanos no están trabajando en los campos para los que se han preparado. En el 2012 sólo un 40 por ciento laboraba dentro de su especialidad (gestiopolis.com).

 

Un graduado puede ganar más dinero conduciendo un Uber o vendiendo bienes raíces. El dinero gastado por el contribuyente para la educación universitaria se desperdicia en buena medida.

 

Los graduados universitarios están pagando la factura de políticas populistas que se iniciaron hace décadas y persisten todavía.

 

Quizá las medidas se hayan aplicado de buena fe, con la falsa idea de que todos los mexicanos pueden ser universitarios, pero al final se revierten contra aquellos que supuestamente debían beneficiar.

 

El sistema público universitario se expandió durante décadas por presiones de estudiantes rechazados y por el interés de los rectores de universidades públicas de tener más alumnos y mayores presupuestos sin importar lo que ocurra con los graduados.

 

El resultado fue ampliar el número de estudiantes a un nivel tal que no había posibilidad de que la economía pudiera generar empleos para todos. Con la masificación ha habido también un deterioro de la calidad. Muchos de los graduados simplemente no tienen la capacidad para desempeñarse en su campo de preparación en el mundo laboral.

 

Si no queremos seguir condenando a los graduados al desempleo y a la pobreza deberíamos reconocer que es imposible que todo el mundo pueda ser licenciado, doctor o ingeniero. La inflación de títulos se traduce necesariamente en desempleo y en una reducción de sueldos.

 

Una educación universitaria es cara y el costo debe reflejarse en las colegiaturas, como ocurre en Estados Unidos, el Reino Unido y muchos países desarrollados. Debe haber becas, pero sólo para estudiantes de buen desempeño y sin recursos.

 

Cobrar 20 centavos al año a todos no lleva más que a una distorsión del mercado educativo y a una saturación de las profesiones, exactamente lo que estamos viendo. Las universidades mexicanas deben concentrarse en mejorar la calidad antes que en perseguir la masificación.

 

De nada servirá una reforma universitaria, empero, si no se logra un mayor crecimiento de la economía.

 

Si el País sigue creciendo 2 por ciento al año no habrá ni más empleos ni mayores salarios para nadie.

BLOQUEANDO

Ayer unas 200 personas bloquearon durante horas la autopista México-Cuernavaca causando un daño enorme a miles de personas. Los bloqueos no sólo se siguen permitiendo en México sino que se vuelven cada vez más comunes, con una lamentable pérdida de productividad.

 

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com