lunes, 17 de febrero de 2014

Petropopulismo

Hace un par de semanas dije en estas páginas que la política económica de Venezuela -junto con la de Argentina- a lo largo ya de muchos años, merece "un lugar prominente en la (voluminosa) enciclopedia latinoamericana de la infamia económica". En días pasados, The New York Times publicó un artículo fascinante ("Tabú en Venezuela: alza al combustible", 08/02/14) que resulta un ejemplo inmejorable de las barbaridades recurrentes del populismo.

 

Según la nota referida, el precio de la gasolina en Venezuela, "menos de dos centavos de dólar por litro", es el más bajo del mundo. Desde luego, no tiene nada que ver con el muy superior "precio de mercado", que es el prevaleciente en el exterior. (El "costo de oportunidad", dicen los economistas).

 

La distorsión tiene muchas consecuencias, entre las que destacan las consabidas: 1.- induce una cantidad demandada excesiva; 2.- propicia el desperdicio; 3.- subsidia principalmente a los estratos medios y altos de ingreso de la población; 4.- favorece a la contaminación ambiental; 5.- estimula artificialmente las actividades económicas (de consumo y de producción) intensivas en energía; 6.- conlleva un costo fiscal; 7.- etc. Tales son los efectos estándar de este tipo de medidas ineptas, en cualquier latitud en que se apliquen.

 

El artículo citado señala que, por esa vía, "el gobierno regala cada año el equivalente a 30 mil millones de dólares". Y agrega que el país ha tenido que importar "decenas de miles de barriles de gasolina al día de Estados Unidos", al parecer, debido a problemas en sus refinerías. Esto último es lógico: si el precio es casi cero, la cantidad demandada tiende a la desmesura, y no hay capacidad de producción interna que alcance. Exactamente lo que describe cualquier libro elemental de microeconomía.

 

El texto del periódico merece un par de comentarios adicionales. Por un lado, dice que "el gobierno regala" miles de millones de dólares. En realidad, lo único que hace es devolver a los ciudadanos lo que se supone es originalmente de ellos (entiendo que el petróleo es "propiedad de la nación" venezolana desde 1975). Esta transferencia es cuestionable desde el punto de vista estricto tanto de la eficiencia como de la equidad, según señalé antes. Sin embargo, admite cierta defensa: es quizá preferible que los recursos involucrados los reciba el público, en lugar de que se queden en las manos del gobierno. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque el índice de precepción de la corrupción en el sector público, que elabora Transparencia Internacional (2013), sitúa a Venezuela en el lugar 160 entre 177 países. En esos términos, Dinamarca es el país más limpio y Somalia el más corrupto.

 

Abaratar la gasolina hasta el absurdo no se ha traducido, por supuesto, en estabilidad general de los precios. La inflación no es un asunto de precios específicos. Venezuela tiene en la actualidad el dudoso honor de ser la economía con la inflación más alta en América Latina. El año pasado, los precios al consumidor aumentaron 56%, de acuerdo con las cifras del banco central. El dato seguramente subestima el problema, precisamente porque muchos precios no son los que el mercado determinaría, si se le dejara funcionar.

 

Entre 2000 y 2013, el índice de precios se multiplicó por un factor de casi 19. Esto implica una inflación promedio anual de 25%. La causa de veras, como siempre y en todas partes, es la expansión monetaria. Y, en el fondo, la indisciplina fiscal. El desastre cambiario del "bolívar fuerte" (!) en las últimas semanas es sólo una manifestación más del desorden de la política económica.

 

Hace más de dos décadas, Rudiger Dornbusch, un profesor de economía del MIT, advirtió sobre las consecuencias negativas del populismo en Latinoamérica. En 2010, Sebastián Edwards (UCLA) publicó un libro cuyo subtítulo es "América Latina y las falsas promesas del populismo". Venezuela y Argentina constituyen hoy la penosa prueba empírica de lo atinado de sus tesis.

 

Everardo Elizondo

domingo, 2 de febrero de 2014

Por qué es posible

Visito diversos lugares del País y escucho a ciudadanos de todo tipo, origen y actividad. Unos son empresarios, otros son taxistas, barrenderos o funcionarios públicos y privados. Lo impactante es que, más allá de las diferencias de lenguaje y forma de comunicarse, todos hacen la misma pregunta: cómo es posible que continúe el deterioro que experimenta el País. Peor, dicen algunos, el hoy Presidente demostró una extraordinaria capacidad ejecutiva como Gobernador y sin embargo, el desempeño de su Gobierno es patético.

 

La apuesta en este comienzo de año es claramente a que la economía comience a revertir las tendencias del año pasado. Tanto el volumen masivo de gasto que se aproxima como el desempeño de la economía estadounidense permiten anticipar que esos dos motores de crecimiento arrojarán resultados mucho mejores de crecimiento económico aunque, por el cambio en la composición del gasto, no toda la población va a percibir una mejoría.

 

Dígase lo que se diga, se trata de la misma apuesta de siempre: que nos salve una situación económica menos mala, así sea ésta inviable en el largo plazo. Esto último en buena medida porque depende de factores circunstanciales e insostenibles en el tiempo (como el masivo déficit fiscal) o fuera de nuestro control (como la demanda de automóviles o la construcción de casas en Estados Unidos).

 

Nuestro problema es que seguimos viviendo de apuestas en lugar de fundamentar el desarrollo de largo plazo en la construcción de un basamento sólido que conduzca a ello. Aunque nadie puede restarle mérito al éxito en aprobar importantes reformas, su relevancia se podrá observar cuando éstas se implementen y prueben su valía.

 

En lugar de leyes claras y generales, cada una de las reformas parece un manual de instrucciones que incluye todas las contingencias posibles e imaginadas por nuestros dilectos legisladores. Si uno pone nuestra Constitución en una mesa junto a la de países desarrollados, la diferencia en volumen (sin contar contenido) se puede medir en kilos que no han creado, ni parecen susceptibles de crear, un país moderno.

 

¿Cuándo, me pregunto, tendremos un sistema fiscal sencillo que todo mundo pueda acceder sin ayuda de especialistas? ¿Cuándo tendremos leyes simples que establezcan un marco general que le permita al ciudadano desarrollar sus capacidades sin acotar su potencial creativo a cada vuelta? El TLC con Chile tiene apenas una veintena de páginas: ¿no deberían ser así todos? El que no lo sean refleja el reino de los burócratas y/o de los intereses particulares que se benefician de incorporar excepciones en cada instancia.

 

Tocqueville, el pensador francés del siglo 19, lo decía desde entonces: el Gobierno debe ser un medio, no un objetivo en sí mismo. Cuando el Gobierno se arroga todas las facultades, funciones, obligaciones y derechos, resulta imposible pensar en que el ciudadano se comporte como un ente responsable. ¿Por qué habría alguien de apegarse a las reglas del juego si lo que trae beneficios es protestar, bloquear avenidas, disputar, manifestar, irse del Pacto, etc.? Es absolutamente racional para los actores políticos y para infinidad de ciudadanos actuar fuera de las reglas formales que sólo se aplican cuando así le beneficia al Gobierno o a cierto sector de la sociedad.

 

El discurso dice que se busca construir un país competitivo de alta productividad, pero no se repara en el hecho de que todo conspira para hacerlo imposible: el sistema político es disfuncional, el Gobierno es incompetente, el sistema fiscal es brutalmente complejo, las regulaciones son muchas veces absurdas, el poder judicial es un hoyo negro y reina la arbitrariedad por doquier. La impunidad es la norma, no la excepción.

 

El mundo de hoy ya no es como el de antaño: hoy la información es ubicua y tanto los países como las sociedades pueden observar y comparar. En la medida en que todas las naciones buscan atraer a los mismos turistas, consumidores e inversionistas, la competencia real reside en crear condiciones que amplíen el mercado, hagan posible una rentabilidad atractiva y confieran certeza jurídica. Atraer inversionistas a la energía será un enorme reto.

 

Los inversionistas tienen recursos finitos y van a escoger aquellas locaciones que maximicen sus beneficios. Nuestro objetivo, si de verdad queremos trascender los pequeños logros económicos que se logren cosechar este año, debería ser así de simple: qué tenemos que hacer para garantizar mejores condiciones en estos ámbitos.

 

Luis Rubio

www.cidac.org