domingo, 22 de enero de 2012

Desorden (idiosincrasia del mexicano)

Inherente a la naturaleza humana es el deseo y expectativa de mejorar en la vida. Menos común es el reconocimiento de lo que sería necesario hacer para que eso fuera posible. Karl Popper, filósofo de la ciencia, alguna vez dividió al mundo en dos categorías: relojes y nubes. Los relojes son sistemas ordenados que se pueden procesar de manera deductiva. Las nubes son complejas, "altamente irregulares, desordenadas y más o menos impredecibles". Para Popper, el error de mucha de la ciencia moderna reside en pretender que todo es un reloj y que siempre habrá una herramienta apropiada para resolver todos los problemas. Sin embargo, seguía, ese enfoque está condenado al fracaso porque el universo en que vivimos es más parecido a las nubes que a los relojes.

Todos sabemos lo que nos disgusta de la realidad mexicana en la actualidad. A unos les molesta la criminalidad, a otros el desempeño económico. Algunos sufren los tráficos cotidianos y otros padecen la incertidumbre que permea el ambiente. Identificar los males, a nivel sintomático, es muy sencillo. Pero pocas veces meditamos sobre las implicaciones de resolver esos problemas o sobre lo que se requeriría para que esos males dejaran de serlo. Si de verdad queremos construir un país que funciona y en el que no existen esos males (o son vistos no como un factor de realidad, sino como una aberración que tiene que ser corregida), tendríamos que cambiarlo todo. Todo.

Earl Long, un peculiar político estadounidense, resumió el dilema de manera perfecta: "Algún día Louisiana va a tener un buen gobierno y a nadie le va a gustar ni un poquito". Un buen gobierno implica reglas a las que todo mundo se subordina, entraña autoridad efectiva para hace cumplir la ley e implica una auténtica igualdad ante la ley. En México, el reino de los privilegios, no satisfacemos ninguna de estas premisas ni siquiera en el discurso público.

Hace algunas semanas, en este mundo surrealista que es el de la realidad mexicana, tuvimos la oportunidad de ver un ejemplo de la complejidad que implica llevar a cabo el tipo de cambios que la ciudadanía exige, pero que no siempre está dispuesta a llevar a buen término. Las autoridades de la Ciudad de México decidieron instalar parquímetros en diversas zonas de la urbe con el objeto doble de desincentivar el uso del automóvil y racionalizar el tránsito y el uso de los lugares de estacionamiento. Se trata de un esfuerzo por ordenar uno de los muchos temas citadinos cotidianos.

La respuesta no se hizo esperar. Por un lado, los "franeleros", las personas que se han apropiado de los espacios públicos para rentar lugares de estacionamiento, se manifestaron contra la medida bloqueando algunas calles de la ciudad. Por otro lado, innumerables usuarios del servicio se quejaron por la desaparición de un mecanismo funcional para la vida cotidiana en virtud de la ausencia de estacionamientos formales.

En este caso, el desorden es múltiple. Primero, se encuentra la apropiación del espacio público: si uno no le paga al virtual "dueño" de la calle, no se puede estacionar. Segundo, las personas que visitan el lugar, trabajan por ahí o van a realizar alguna actividad momentánea, utilizan el servicio de los franeleros para que les cuiden el vehículo. No es un servicio menor. Tercero, en ausencia de vigilancia policiaca efectiva, los franeleros cumplen una importante función de seguridad: está demostrado que hay menos robos de partes y automóviles donde hay franeleros. Finalmente -un ejemplo de picardía mexicana-, en una de las calles de la zona rosa que frecuento, donde hay parquímetros desde hace años, hay una persona que antes era franelero y ahora se dedica a lavar coches y a echarle monedas al aparato para cuidar que a los autos de sus clientes no le levanten una infracción. La innovación y creatividad no dejan de sorprender: pero los problemas que estos personajes resuelven no son irrelevantes.

El desorden es un gran problema porque viene asociado a la ausencia de mecanismos para la resolución de conflictos, cero respeto a las leyes y a la autoridad, pobre desempeño económico y, en sentido amplio, deriva en la crisis de seguridad que vivimos y en la falta de oportunidades que nos caracteriza y que se traduce en pobreza y desigualdad. No hay tal cosa como "un poco desordenado". El desorden es una característica general, donde lo que sí está ordenado es excepcional. En un contexto de orden, lo que no funciona es percibido como una excepción.

En la actualidad, seguimos viviendo en un contexto de desorden donde algunas cosas funcionan, pero son las menos. En lo económico, por ejemplo, el TLC es un gran factor de orden, pero el mercado interno sigue desordenado. En el debate público -tanto entre políticos como empresarios- hay siempre la disyuntiva de avanzar hacia el orden o retraernos hacia lo general. Para muchos empresarios lo que el País requiere es generalizar el desorden porque evita la necesidad de elevar la productividad, mejorar la calidad de los productos o, en general, mejorar la vida.

El dilema para el País es ése: convertirnos en un país moderno implica meternos a todos en orden y eso entraña la terminación de privilegios, prebendas y beneficios particulares. En su microcosmos, los franeleros lo ilustran perfectamente bien: han gozado de un privilegio excepcional (aunque no lo entiendan así) y no están dispuestos a cambiar por ningún motivo. Extrapolando el ejemplo a nivel nacional, meter al País en orden implicaría reformar todos los ámbitos de la vida nacional. Dentro de un contexto de orden se torna inaceptable la existencia de monopolios públicos o privados, es disfuncional el uso de la mordida o la corrupción en general y la economía informal deja de ser un elemento folclórico para convertirse en una lacra que tiene que ser atacada. En un contexto de orden nadie sigue como estaba antes.

La disyuntiva es mucho más profunda de lo aparente. Aterrizar el deseo -o el discurso- por mejorar, hacer de México un país más amable y exitoso y lograr una sustancial mejoría en los niveles de vida va inexorablemente de la mano de la disciplina, el orden y la igualdad ante la ley. Aterrizarlo implicaría que lo acepten los poderes fácticos, los ricos, los políticos y demás beneficiarios de privilegios: desde los franeleros hasta el Presidente. O que se les imponga por un cambio real.

Luis Rubio
www.cidac.org
 
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Las reformas estructurales pendientes (fiscal, política, laboral, energética, etc.) cambiarían las reglas del juego, crear más orden, afectando a muchos intereses. Por eso muchos se oponen e incluso se ha estado alimentando el mito de que no son necesarias. Todos esos que dicen que no son necesarias forman parte del grupo de privilegiados que quieren que todo siga igual: sindicatos, empresarios en sectores protegidos, los partidos políticos, caciques, burócratas, etc.

No más payasadas (de los políticos)

La tragedia de la guardería ABC ocurrida en Hermosillo, Sonora, ha sido noticia nacional nuevamente por varios motivos. Primero, la semana pasada los medios reportaron que Marcia Matilde Gómez del Campo, socia fundadora de la guardería y prima de Margarita Zavala, fue absuelta del proceso penal por la muerte de 49 menores.

Segundo, circuló en internet un video del payaso "Platanito", interpretado por Sergio Verduzco, en el que se burlaba de la tragedia ocurrida a los niños como parte de su rutina en un show privado. Lo anterior fue seguido de una alharaca en las redes sociales que llevaron al autor del mal llamado chiste a ofrecer una disculpa pública y finalmente a cancelar indefinidamente algunas de sus presentaciones.

Curiosamente, la deplorable e insensible selección de material del payaso recibió más atención y originó una reacción más violenta entre la población que los resultados parciales que se han venido dando en la lucha de los afectados por la tragedia por castigar a los culpables y tratar de resarcir -en la medida de lo posible- los horrendos daños que sufrieron.

Desafortunadamente las noticias del incendio van ocupando cada vez menos espacio en los medios sin que se aprecien consecuencias concretas que nos lleven a pensar que una tragedia así no volverá a suceder. Al contrario, con una pesada resignación y sentimiento de inevitabilidad parecemos aceptar que está destinada a ser un ejemplo más de impunidad e injusticia en este país donde no pasa nada.

El contraste entre lo que le pasó al payaso y lo que les pasa a nuestros políticos cuando se les descubre algún desliz con tufo ilegal es inevitable.

Porque lo cierto es que "Platanito" no quebrantó ninguna ley. Lo que dijo, a pesar de ser de muy mal gusto y -en mi opinión- carente de humor, está protegido por las garantías de libertad de expresión y de trabajo que consagra nuestra Constitución. Evidentemente hay quienes gozan con sus actuaciones y pagan por ello, por eso lo hace.

Precisamente por ello no fue necesario que ninguna autoridad interviniera en esta ocasión para investigarlo, sacarlo del aire, multarlo o meterlo a la cárcel. La única ley que "Platanito" violó fue la del mercado. Fue tan adversa la reacción que provocó que tanto él como su productor y seguramente sus asesores y asociados le recomendaron dar marcha atrás públicamente a su irreverencia con la esperanza de no perder ese mercado que le da de comer.

El tribunal de la opinión pública no tiene reglas fijas, es expedito y puede ser inmisericorde. Para quienes viven de ella, eso basta para acatar sus fallos.

Sin embargo, quienes supuestamente deben estar más atentos a ella -los políticos- parecen ser inmunes a sus sentencias. ¿Por qué?

Contrario a los productos comerciales en una economía de mercado que deben sobresalir por sus cualidades: ser mejores, más baratos, etc., nuestros políticos operan en un ambiente de economía cerrada, donde hay escasas opciones, no existe la competencia y la aprobación del público es sólo un requisito de forma que debe ser palomeado cada tres años a lo mucho.

Su éxito está supeditado no a la aprobación popular de su trabajo en la función pública, sino al poder que tienen por los puestos que ocupan; poder que pueden usar como moneda de cambio para seguir medrando a nuestra costa.

Pareciera que el poder de la ley, la nómina, los contratos, los permisos y la fuerza pública son herramientas para perpetuar en la miseria a un pueblo abyecto, del que se espera eterna gratitud por los escasos beneficios que recibe como si fueran graciosas liberalidades del Gobierno en vez de obligaciones constitucionales legalmente exigibles.

En ese contexto, sus actos de corrupción, de negligencia, de abuso y prepotencia deben ser reconocidos como las burlas hirientes que realmente son. Payasadas que zahieren a la sociedad y que deben ser rechazadas con el mismo ímpetu que recibió el insulso Sergio Verduzco.

La diferencia es que los políticos aprovechan a los millones de mexicanos que viven en la miseria para torcer las reglas en su propio beneficio, manteniéndose en el poder. Se necesita mucho más que un airado rechazo en Twitter para vencer al mal político. Se necesita cambiar las reglas para que la gran mayoría se beneficie y no sólo unos cuantos.

También nosotros tenemos que perderle el miedo al cambio. Sólo así lograremos que toda la gente se convenza que su voto vale más que una despensa. Que a todos nos conviene más la legalidad que la transa. O la revolución.
 
José Alejandro González Garza
jagzz76@yahoo.com
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Urge una reforma política que permita las candidaturas ciudadanas, reelección de legisladores, alcaldes y gobernadores, segunda vuelta, y que los legisladores plurinominales sean seleccionados entre los mejores segundos o terceros lugares, no por listas que forman las cúpulas partidistas. Con esos incentivos alineados, entonces si habrá más probabilidades que busquen lo que la ciudadanía pida.

jueves, 19 de enero de 2012

La sequía

"Me sumo a las voces que demandan al Gobierno federal el apoyo inmediato, el apoyo sensible, que permita a los que viven del campo respuesta a su necesidad ante los estragos de la sequía". Enrique Peña Nieto
 
Buena parte de México está agobiada por la sequía. Según la Conagua mil 213 municipios, más de la mitad del País, han sido afectados en algún grado por esta condición. La sequía es la peor en 70 años de registros oficiales en México; en Texas, donde la documentación se remonta 150 años, es también la peor registrada en ese tiempo.

La sequía, sin embargo, es un buen negocio para algunos. De inmediato han surgido demandas para que el Gobierno federal entregue enormes cantidades de dinero a gobiernos y organizaciones políticas. El Gobierno de Chihuahua pide mil millones de pesos para un programa alimentario. La Confederación Nacional Campesina (CNC) y otras organizaciones priistas exigen 10 mil millones de pesos en un fondo cuya creación ha sido vetada por el Gobierno federal.

El propio candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto, ha cuestionado la falta de "sensibilidad" del régimen panista por no aprobar ese fondo. A su vez, la coordinadora general de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación, Laura Gurza, dice que el Gobierno federal "ha etiquetado recursos por 22 mil millones de pesos más lo que se acumule en etiquetamiento de otros programas".

No dudo que algo del dinero llegue a los más afectados. Pero la experiencia nos dice que cuando menos una parte termina en burocracia o en los bolsillos de los líderes políticos. Puede tener sentido durante un tiempo arrojar dinero a un problema, por ejemplo, para llevar alimentos a comunidades que han perdido sus cosechas y no tienen otra forma de sobrevivir; pero pretender que con dinero se resolverá el problema de fondo es pecar de ingenuidad o, peor aún, de corrupción.

Hay un problema innegable de largo plazo. La disponibilidad natural media de agua per cápita del País, según la Agenda del Agua 2030 de la Conagua, se ha reducido de 18 mil metros cúbicos al año en 1950 a 4 mil 422 en 2010. La precipitación anual es de 760 milímetros al año, pero con una distribución muy desigual: Baja California recibe 176 milímetros al año y Tabasco, 2 mil 100. La mayor parte de esta lluvia, por otra parte, se concentra entre junio y septiembre, por lo que se suceden periodos de inundaciones y otros de falta absoluta de agua. El calentamiento global puede acentuar el problema.

La mayor parte del agua en el País, el 62.9 por ciento, se utiliza en la agricultura. El 11.7 por ciento es de consumo público urbano. La industria usa el 3.4 por ciento. Otro 0.4 por ciento se encauza a otros propósitos. La solución real del problema, por ello, debe empezar por la agricultura.

Tenemos, sin embargo, un sistema perverso. El agua no se cobra a los agricultores. El sistema de cuotas está diseñado para castigar los ahorros en el uso del líquido. Por otra parte, en las ciudades, como el Distrito Federal, donde se mantienen tarifas artificialmente bajas, se utilizan cantidades muy superiores a la media.

Hay soluciones reales. Tener cobros realistas es el primer paso. Promover el uso de nuevas tecnologías es el segundo. El riego por goteo y la "lluvia sólida", que convierte el líquido en un gel que humedece durante más tiempo las raíces, son ejemplos importantes. El uso de semillas transgénicas con mayor resistencia a la sequía es también una solución.

No podemos seguir viviendo con la idea de que el problema del agua se resuelve dando dinero a los políticos. La solución radica en tener precios realistas y en adoptar tecnologías que permitan un uso más eficiente de este recurso.
 
Maestros
No sólo irrita que suspendan labores los maestros de Oaxaca y el Distrito Federal y que tomen las calles afectando a cientos de miles de personas con el respaldo de los gobiernos de ambos lugares. Enfada además que se les pague a estos maestros el día de "trabajo". La cuenta siempre se endosa a los contribuyentes.

Sergio Sarmiento 
www.sergiosarmiento.com
 
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Mientras en México prevalezca la cultura de la subsidiaridad, de que papá gobierno nos resuelva todos los problemas, simplemente se engordará a la burocracia, se enriquecerán los políticos, pero el país no avanzará.

domingo, 8 de enero de 2012

Manejar Vs. Resolver (los problemas)

Alguna vez le preguntaron a Giovanni Giolitti, un bravo y múltiples veces Primer Ministro, si era difícil gobernar Italia. Su respuesta parecería emanada del viejo PRI: "Nada difícil, pero es inútil". En México, el viejo sistema, que poco se diferencia del actual, pasó décadas administrando y manejando el conflicto más que resolviendo problemas y atacando sus causas. El resultado es un país rico con habitantes pobres, un enorme potencial, pero una miserable realidad. La pregunta es si el proceso electoral actual puede arrojar un resultado distinto.

El mundo político mexicano está lleno de nostálgicos que añoran la era en que el Gobierno tenía capacidad para "tomar decisiones", es decir, para imponer la voluntad del Presidente. Escuchando y observando esos lamentos -que vienen por igual de todos los partidos y muchos estudiosos-, uno pensaría que México era un país modelo en que todo funcionaba bien, el progreso era tangible y la felicidad reinaba.

Desafortunadamente la realidad es menos benigna. Si uno observa la era priista a partir de 1929, tomó más de una década llegar a estabilizar al País para comenzar a enfocar el crecimiento económico. Luego vinieron 25 años de crecimiento que se agotaron a finales de los 60. La década de los 70 fue un desastre de crisis, inflación y desorden, de lo que todavía no acabamos de librarnos. Ése es el pasado. Hoy un partido nos propone regresar al proyecto de los 60 (que se agotó) [el PRI con Peña Nieto], otro al de los 70 (que hizo explotar al País) [el PRD-PT con AMLO y su populismo de un Estado paternalista]. El tercero nos propone continuar lo existente [el PAN que sólo ha mantenido la estabilidad macroeconómica pero que no ha podido implementar reformas estructurales].

Visto en retrospectiva, lo que parece obvio es que, con algunos momentos excepcionales, en la vieja era todo estaba dedicado a administrar los problemas más que a construir una plataforma sólida de desarrollo. El Gobierno era fuerte y aparatoso y tenía capacidad para definir prioridades, tomar decisiones y actuar. Lo relevante es que no actuaba para construir un país moderno, sino para mantener su viabilidad política. Hubo muchos buenos años de crecimiento; pero cuando en los 60 se discutió la necesidad de reformar la economía (décadas antes de que se iniciaran, tardíamente, las famosas reformas), prevaleció el criterio de "mejor no le muevas". El resultado fue la catastrófica docena trágica: otro intento por administrar los problemas, en ese caso a través del endeudamiento exacerbado. [1970-1982, la docena trágica cuyos errores y deudas aún no terminamos de pagar y que AMLO quiere revivir con sus propuestas].

De haber servido la enorme concentración de poder que tanto se añora, el País hoy se parecería en niveles de ingreso al menos a España o Corea. De haber sido tan exitosa esa época, hoy el mexicano promedio gozaría de niveles de vida tres veces superiores, la economía crecería con celeridad y nuestro sistema político sería un modelo de civilidad. El hecho es que el poder concentrado servía para beneficiar a quienes lo detentaban y no a la población en general. Por eso había (y hay) tantos políticos esperando a que les "hiciera justicia" la Revolución.

Aquel sistema que manejaba los conflictos y evitaba que explotaran tenía una ventaja sobre la situación actual: la población veía al Gobierno con respeto, si no es que con temor, algo no deseable desde una perspectiva democrática, pero que permitía una convivencia pacífica. Las policías eran corruptas, pero el crimen, que también se administraba, era modesto; los Jueces vivían subordinados al Ejecutivo y nadie limitaba su capacidad de acción. Los narcotraficantes movían drogas del sur al norte y el sistema era poderoso como para marcarles límites e imponer condiciones. No era perfecto, pero permitía paz y estabilidad.

El colapso gradual del viejo sistema, proceso que comienza en lo político desde 1968 y en lo económico desde principios de los 70, acabó legándonos una estructura política inadecuada para lidiar con los problemas de hoy y una economía mal organizada y no conducente a promover tasas elevadas de crecimiento. Hoy nadie le tiene miedo al Gobierno o a las policías, razón por la cual ya no es posible pretender administrar el conflicto. Seguimos nadando "de muertito", pero sin los beneficios de antes.

En este contexto, el atractivo que muchos le ven a un potencial retorno del PRI a la Presidencia no reside en que eso resolvería los problemas (no hay evidencia que sugiera que ésa sea la meta que motiva a su candidato), sino la percepción de que al menos se mantendría caminando el carro: que se lograría restablecer la mediocridad de antaño.

El País no requiere otro Gobierno priista, perredista o panista, sino un nuevo sistema de gobierno. Urge construir la capacidad necesaria para que sea posible enfrentar y resolver los problemas que llevan décadas acumulándose y que nos han convertido en una sociedad que privilegia el atajo sobre el remedio, el "ahí se va" sobre la excelencia, el control sobre la participación, el "peor es nada" sobre elevadas tasas de crecimiento económico, la estabilidad sobre el éxito, los copilotos sobre los líderes.

El País requiere, nada más y nada menos, un nuevo Estado. De nada serviría procurar reconstruir lo que hace tiempo dejó de funcionar como lo demuestran 40 años de intentos fallidos. Tampoco serviría un Gobierno eficaz o uno amoroso. Se requiere uno que resuelva los problemas.

En la medida en que evolucione la justa electoral, los ciudadanos debemos exigir respuestas y competencia, experiencia e innovación, capacidad y visión. La noción misma de que antes las cosas funcionaban bien y que bastaría con retornar a ese mundo idílico sonaba muy bien en las coplas de Jorge Manrique, pero no constituye un proyecto razonable para lidiar con los enormes retos que el País enfrenta.

El reto consiste en construir un futuro diferente, proceso que llevará años, pero que tiene que comenzarse ya. Clave para su éxito será, primero, claridad de proyecto: qué es lo que se requiere, cuáles son sus componentes y cómo se construye. Segundo, un liderazgo claro y competente, capaz de visualizarlo, darle forma y sumar a todos los mexicanos, comenzando por los políticos y sus partidos, en un gran esfuerzo nacional cuya característica sea la pluralidad y la convergencia en un objetivo común. Y, tercero, la capacidad de articular sus diversos componentes: visión, recursos humanos y de otra índole y capacidad de negociación política.

El País tiene salidas, pero sólo si se enfrentan y resuelven sus problemas.

Luis rubio
www.cidac.org
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Los comentarios entre [] y en letra cursiva no son de Luis Rubio, fueron agregados por un servidor. Lamentablemente en la partidocracia que tenemos no habrá una cuarta opción como la que pide Rubio. Solo hay de 3 sopas y una de ellas ganará y gobernará (o mejor dicho administrará, bien, mal o regular, el Erario en los próximos 6 años). Y no nos queda mas que elegir a la opción menos peor, a la que haga menos daño. Ojalá hubiera una opción que propusiera todas esas reformas estructurales pendientes que modifiquen al país de un tajo. Pero al menos 2 de las 3 opciones no proponen esas reformas estructurales, al contrario, proponen regresar al pasado, profundizar esos errores del pasado que es lo que nos mantiene así.
 

Kennedy, Friedman y el 2012

En su discurso inaugural en Washington una fría mañana de 1961, el Presidente John F. Kennedy pronunció su memorable "no preguntes qué puede hacer tu nación por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por ella".

Sin duda es una frase inspiradora, más cuando de joven la escuchas por primera vez y piensas que se trata de una verdad irrefutable, merecedora de ser aplicada en cualquier país del mundo por toda persona que sienta algún amor por su patria.

En mi caso, después me toco leer la interpretación que a esa frase le daba el reconocido economista Milton Friedman. Él apuntaba que ninguna de las dos partes de que se compone la frase aplica a los hombres que se consideren libres.

La primera parte "qué puede hacer tu nación por ti" denota sólo paternalismo por parte del Estado, que se asume como el gran proveedor. Mientras que la segunda "qué puedes hacer tú por tu nación" asume al Estado por encima de los individuos, al punto de exigirles alguna contribución.

En todo caso, decía Friedman, un hombre libre se pregunta "qué podemos hacer los hombres libres como tú y yo a través del Gobierno, que es sólo un instrumento, para lograr nuestros propósitos comunes y proteger nuestra libertad".

Visto de esa manera, tanto la frase de Kennedy como la interpretación de Friedman se vuelven sumamente valiosas. Más aún en el contexto de este año 2012, en donde elegiremos Presidente de México y en varios estados como Nuevo León elegiremos también a legisladores y autoridades locales.

Por otro lado, al inicio de este año me enteraba sobre las perspectivas económicas para México por parte de los expertos. Se pronostica nuevamente un crecimiento económico moderado, alrededor de 3 por ciento, determinado por un entorno económico internacional adverso, y en particular por la desaceleración de la economía de Estados Unidos.

En estas circunstancias, muchos mexicanos podríamos preguntarnos y con justa razón: ¿otro año más de crecimiento moderado? ¿Hasta cuándo creceremos como China, India o Brasil? ¿Cuánto tiempo seguiremos con la misma cantaleta de que la culpa es por lo que pasa en Estados Unidos?

Si bien es cierto que no podemos desligarnos del hecho de que vivimos en un mundo globalizado y de que lo que pasa en Estados Unidos nos afecta grandemente, estaríamos de acuerdo en que tampoco debemos seguir así toda la vida.

Estar ubicados al lado de la mayor economía del mundo debe ser una ventaja que en tiempos buenos debe ser aprovechada, pero no necesariamente debería ser una debacle en los tiempos no tan buenos.

Hago este comentario porque hasta ahora ninguno de los cinco precandidatos que aspiran a gobernar México nos han dicho claramente cuáles son sus propuestas para comenzar a resolver este asunto.

Todos los candidatos hablan de manera abstracta de que es necesario detonar el mercado interno para depender menos de Estados Unidos, lo que no nos han dicho es, en términos muy concretos, cómo piensan hacerlo.

Así como con el mercado interno, hablan de depender menos del petróleo, generar nuevos polos de desarrollo, apoyar al campo, reactivar el crédito, mejorar la calidad de la educación, acabar con la corrupción, etc. Pero todo esto siempre se queda en el aire si no nos explican cómo y lo difunden como una propuesta de gobierno muy concreta.

En México el tema de la inseguridad ha dominado la agenda en los últimos años, pero es un hecho que la falta de empleos y de oportunidades para una gran masa de mexicanos jóvenes ha contribuido a agravar este problema que tanto nos preocupa.

Para muchos mexicanos 2012 será nuevamente un año de carestía, enmarcado por grandes gastos en un sistema electoral compuesto por IFE, Tribunal Electoral, FEPADE y partidos políticos.

En la construcción y consolidación de este sistema el País se ha gastado más de 100 mil millones de pesos en la última década. Quizás ha sido un costo elevado, pero no hace muchos años los mexicanos no teníamos esa certidumbre sobre las elecciones que, con todo y asegunes, sí existe ahora.

Igualmente, en el caso de quienes aspiran a ser Alcaldes y Diputados, me gustaría escuchar de ellos compromisos muy concretos de atención a problemas que afectan el territorio que aspiran a gobernar o representar.

Volviendo a Kennedy y Friedman pero en mi propia interpretación, todos ellos sí están obligados a decirnos qué y cómo le vamos a hacer.

 
Víctor Chora
victor.chora@gmail.com
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¿Quiénes de los candidatos proponen soluciones paternalistas, y quiénes proponen soluciones liberales? Meditémoslo.

sábado, 7 de enero de 2012

Gobiernos improductivos

La manera en que nos conducimos e interactuamos define el carácter y la cultura del ciudadano y de su sociedad. Este actuar no es reflejo sólo de los individuos y su formación en el vacío, sino de cómo estos individuos reaccionan en sociedad ante dos poderosas fuerzas que reinan la vida cotidiana: el mercado económico y el Estado-Gobierno. Ambas fuerzas actúan en todo el mundo y determinan si una sociedad se desarrolla o se estanca.

La economía es quizá la ciencia social que más ha evolucionado de manera descriptiva en los últimos años, y algo que en ocasiones olvidamos es que las leyes económicas que se describen son inviolables. Aun cuando aparezcan gobiernos que piensen que pueden alterarlas, sus efectos regresan al cabo de un tiempo. Si un Gobierno gasta mal y más de lo que tiene, muy pronto la sociedad lo padecerá, pero el Gobierno seguirá existiendo. En cambio si una empresa o una familia gasta mal y más de lo que gana, la empresa desaparece y la familia está condenada a la pobreza.

Estos incentivos perversos son los que tienen a Europa hoy en medio de una crisis severa. Con gobiernos quebrados, pero vivos, y con empresas débiles y ciudadanos desempleados. No hay empleo porque no hay inversión, porque no hay demanda de productos, porque han perdido la competitividad para ofrecerlos. No es con mayores recursos como se cambiará este círculo vicioso a menos que esos recursos se destinen a tareas y proyectos que mejoren la capacidad de los ciudadanos de trabajar, aprender, producir e innovar.

El Estado es la institución que más ha cambiado en su estructura en los últimos años, pero su finalidad sigue siendo la misma. No importa si se vive en un Estado que defiende el libre mercado o uno que defiende el desarrollo socialista, su tarea es la misma: buscar el desarrollo pleno de los integrantes de una sociedad. La economía no persigue por definición el desarrollo armónico con la sociedad. La economía maximiza el uso de los recursos escasos en una sociedad, pero no le interesa si esto ocurre lenta o rápidamente, de manera justa o injusta, o de manera cruel o generosa. Si existiera plena información, ninguna distorsión en los mercados, ningún subsidio ni impuesto, y los individuos y las empresas decidieran racionalmente, el mercado produciría un resultado eficiente para toda la sociedad.

Sin embargo, la sola existencia del Estado para suministrar bienes públicos imprime una distorsión en los mercados que puede ser buena cuando en aquéllos hay inversión con transparencia, honestidad y de manera adecuada. Por ello, muchos de los problemas que sufrimos hoy se generaron por una histórica tolerancia a gobiernos ineficientes y corruptos. Si no podemos modificar las leyes económicas, lo que urge es cambiar la estructura de gasto del Gobierno y su inercia. No puede México, ni estados como Nuevo León o Coahuila, por ejemplo, seguir teniendo muy poca inversión productiva de sus gobiernos y una enorme deuda destinada al gasto de sueldos, salarios y un largo y opaco etcétera.

Es fundamental que los gobiernos aprendan a ser productivos en su actuar frente a la sociedad y la economía. Es crítico que aprendan a invertir en mejoras de infraestructura, comunicación, educación, salud y sistemas de justicia. Que aprendan a entender que cada peso mal invertido se traduce en un ciudadano sin empleo, en una familia sin crédito para una casa, en una tienda sin productos qué vender. Un peso mal invertido del Gobierno se traduce en una empresa que tiene que cerrar, en una escuela que no enseña, un hospital que no cura, un delincuente que no es atrapado.

Lamentablemente este mayor gasto del Gobierno no se traduce en un partido político sin dinero y competitivo, ni en un Congreso que deja ser improductivo. Una de las explicaciones más claras del porqué Estados Unidos no ha podido superar su pobre desempeño económico, a pesar del enorme gasto inyectado en la economía por su actual Presidente, es precisamente por la inversión tan ineficiente que realizó. El Gobierno y su mal ejercido gasto se han convertido en una carga para la sociedad y su economía en muchas partes del mundo.

Vidal Garza Cantú
vidalgarza@yahoo.com
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Ahora rumbo al 1o de julio, debemos preguntarnos cuál de las 3 propuestas representa, la posibilidad al menos, de un gobierno más esbelto y productivo. Quién propone más gasto de gobierno, más burócratas, más deuda. Esas son las preguntas fundamentales que debemos hacernos. Y para responderlas hay que ver lo que esos partidos y candidatos han hecho en el pasado. Sus promesas no bastan. En campaña todos los políticos prometerán hasta lo imposible con tal de ganar.
 
Hablar de libre mercado, de competencia, pero negar que se de con PEMEX y CFE es un incongruencia, sino que una mentira. Hablar de que se combatirá la corrupción, pero no mencionar a los sindicatos de burócratas (SNTE, el de PEMEX, el de la CFE, el SME, etc.), es también ser incongruente, otra mentira. Decir de que se crearán empleos por decreto, millones de ellos en menos de 6 meses, es mentir. Las leyes económicas son inviolables, aunque los populistas siempre intenten hacerlo.