domingo, 30 de noviembre de 2014

Autoridad y catálisis

En "Los Cañones de Agosto", Bárbara Tuchman relata cómo una serie de sucesos y circunstancias aparentemente no relacionados llevó inexorablemente a la Primera Guerra Mundial. ¿Tendrá la masacre de Iguala un efecto similar?

En las últimas semanas el País ha ido avanzado hacia una gran conflagración política: eventos aparentemente inconexos se han venido alineando para producir una gran crisis. Lo significativo es que todo esto fue cobrando forma en buena medida gracias a una presencia y una ausencia.

La presencia es la de un proyecto político orientado a forzar la renuncia del Presidente antes de que concluyera su segundo año, pues eso obligaría a una nueva elección.

La ausencia es la del Gobierno: lo más que ha logrado es articular una teoría de la desestabilización, colocándose no como conductor de la vida política nacional, sino como la víctima de un complot. Su propuesta de esta semana no altera este patrón.

Sería fácil construir un argumento como el de Tuchman.

Primero, en orden cronológico, el movimiento del Politécnico, probablemente organizado por Morena y mal comprendido por Gobernación, desatando fuerzas mucho más grandes de las que sus promotores imaginaron.

Segundo, Iguala, corazón de la producción de heroína en el País; el crimen organizado en control de la Presidencia Municipal y su estrategia para preservarla con la esposa del presidente del momento; Ayotzinapa en manos de una organización rival, enviando a los estudiantes al paredón.

Tercero, el asunto de la casa presidencial, que no pudo aparecer en un momento más propicio para elevar sucesos relativamente frecuentes en el País a dimensiones estratosféricas.

Quien haya planeado lo del IPN jamás soñó con una conjunción de circunstancias como las que se dieron en las semanas siguientes.

Pero nada de lo anterior hubiera cuajado de haber funcionado el Gobierno con normalidad. Fue su ausencia la que produjo el desmedido crecimiento de la bola de nieve. Recuerda un poco la forma en que respondió -o, más bien, no respondió- Porfirio Díaz cuando su incapacidad para contener los levantamientos acabaron derrocándolo.

Es posible que la atrocidad en Iguala haya tenido un efecto similar: se convirtió en un catalizador que permitió que la gente manifestara su descontento, un agravio distinto para cada grupo e individuo involucrado.

Alexis de Tocqueville afirmó que el momento más peligroso para un Gobierno autoritario o dictatorial "normalmente ocurre cuando comienza a reformarse". Aunque las reformas promovidas por el Presidente Peña tienen el potencial de afectar innumerables intereses, su impacto a la fecha ha tenido lugar esencialmente en tres frentes: en la modificación de los términos del pacto constitucional de 1917; en materia fiscal, y en el ámbito de la seguridad.

Si bien enmendar la Constitución ha sido un deporte nacional, nadie se había atrevido a modificar la esencia de los tres artículos sacrosantos: 3, 27 y 123.

La reforma energética ataca el corazón de un sector profundamente creyente en el escrito original. El asunto fiscal no es menor tanto porque regresa al País a la era de la dominancia gubernamental como porque sustrajo recursos de la población y de los inversionistas y los mal usó, provocando una magra recuperación. No comprender el hartazgo y sufrimiento que produce el crimen organizado en todas las familias del País fue un error monumental.

En lugar de construir una amplia base de apoyo que sustentara sus proyectos a la vez que privilegiaba a sus favoritos, el Gobierno provocó una extraña alianza entre actores clave de la sociedad, quienes se oponen a las reformas y quienes han sufrido de la inseguridad.

Las manifestaciones de las semanas pasadas son notables por la diversidad de quienes ahí participaron: desde anarquistas con el rostro cubierto hasta familias con carriolas y sus perros. El Gobierno alienó -y unificó en su contra- tanto a su base natural de potencial apoyo como a sus enemigos.

Pasada la fecha fatal del 1 de diciembre, el Gobierno tiene que comenzar a reconstruir su proyecto. En un mundo ideal, comenzaría por atender lo obvio: la ausencia de instituciones confiables, comenzando por la del reino de la legalidad.

Las semanas pasadas muestran que el enojo acumulado puede convertirse en una gran bola de nieve, similar a la que Díaz no supo contener. El Presidente Peña podría revertir la crisis convocando a toda la sociedad a apegarse al Estado de derecho, comenzando por él mismo.

Luis Rubio 
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¿Mover la cola o mover el perro?

En su mensaje de toma de gobierno hace dos años, el Presidente dio cinco ejes en los que pensaba fincar un cambio para mover a México.

Yo le sugerí un sexto eje (del que seguramente no se enteró, y si se enteró, no le entendió, y si le entendió, no le importó), que cito tal cual: "Permítame, Presidente, aumentar un sexto eje a su proyecto de trabajo: cero tolerancia a la impunidad. Lo imagino decir: 'Impulsaré cambios sociales que fomentarán la aplicación de límites y consecuencias desde lo más básico, como la vialidad, hasta temas mayores. No más impunidad'. ¡Caray! Hasta el perro de Montiel hubiera ladrado".

La alusión canina se debe a que en aquel texto establecí que un entrenador de perros le decía al Presidente cómo cambiar al país.

Cito: "César (Millán) usa perros con buena conducta para contagiar al perro rebelde, opera lo que él llama una transferencia de energía positiva. Enseña al dueño a entender la naturaleza animal del perro, no la naturaleza humana del perro (que por supuesto no existe). Cuando el dueño aprende a cambiar su propia conducta, cambia la del perro.

"Así, el encantador de perros es en realidad un entrenador de dueños, y sus principios funcionan con animales lo mismo que personas: se basan en entender la naturaleza de un sistema y balancear sus símbolos y significados para moldear comportamientos.

"¿Qué haría César Millán con un perro violento, tan violento y sin límites como México? Si Peña Nieto quiere un México en paz, como lo mencionó en su primer eje de trabajo, debería rodearse no sólo de un gabinete con experiencia, sino de un buen grupo de científicos sociales para trabajar cambios en el sistema social del mexicano.

"Lo he dicho ya, y no me cansaré de repetirlo: en el sistema vial, en nuestra forma de conducir, está la gran posibilidad de empezar a cambiar conductas donde un mexicano vea que otro mexicano sí respeta, y que cada día son más los que obedecen la ley que los que la infringen. Yo les he llamado 'metáforas de cambio', César Millán le llama 'transferencia de energía positiva'".

Cuando el Presidente dijo que "la corrupción es cultural", connotadas figuras atacaron su postura; ni el Mandatario supo explicarlo, ni los críticos entenderlo. Yo lo defendí.

El tema "cultural" no es el de la nacionalidad o el genético, es el del sistema cultural o sistema social (el conjunto de prácticas y hábitos que marcan comportamientos), por ello es vital que tanto el Gobierno como la sociedad trabajen para modificar el sistema cultural, sólo así podemos esperar un cambio de conducta (aquí sí vale el ejemplo del mexicano que cruzando la frontera en Estados Unidos no tira basura y respeta la leyes, el sistema de allá lo moldea).

Las 10 medidas anunciadas por el Presidente (donde mezcla estrategias con tácticas) serán poco efectivas sin un cambio en el sistema. Es como crear un archivo nuevo en una computadora infectada.

Por ello, me permito añadir el punto 11 al decálogo presidencial: ¡Cero tolerancia a la impunidad! Lo imagino decir: "Tendré un grupo de asesores para ayudar a generar un cambio en el sistema social del mexicano, incluyéndonos a nosotros, los políticos. Impulsaré cambios que fomentarán la aplicación de límites y consecuencias desde lo más básico, como la vialidad, hasta temas mayores. No más impunidad".

¿Suena familiar? Necesitamos lo mismo de hace dos años, ¿se dará cuenta ahora el Presidente?

Ayer fueron los cinco ejes, hoy los 10 puntos. ¿Habrá 15 puntos en un nuevo plan emergente dentro de dos años? Si no hay un cambio en el sistema, me temo que sí.

El cambio pasa por rescatar la enseñanza de la ética (palabra que por cierto no recuerdo haber escuchado en el mensaje presidencial) y aplicar la ley. Presidente, enfrente la impunidad, ¡aplique la ley!

No necesitamos más leyes ni derrocar al Presidente, es el sistema el que hay que arreglar, necesitamos que Peña Nieto y su equipo se convenzan de que el sistema moldea conductas, no al revés. Lo sabe César Millán: es más fácil que el perro mueva la cola, que la cola mueva al perro.

 

Eduardo Caccia

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Estado y crimen

El crimen organizado sólo puede existir como estructura política. Su máxima ambición es convertirse en Estado: tener un territorio donde impere como único dueño de la violencia y cobre impuestos.

No acepta la intervención externa. Los otros grupos criminales tienen que respetar las fronteras negociadas o enfrentarse a la guerra, que es la continuación por otros medios de sus relaciones exteriores.

Tampoco acepta el crimen independiente. Ofende su soberanía.

En la tradición del derecho romano, la verdadera víctima de un crimen es el Estado, porque nadie más tiene derecho a matar. Por eso, los Estados tardaron siglos en atender a las víctimas: meros daños colaterales de la ofensa capital.

Hobbes arguyó que la vida expuesta a todos los que llegan, roban, matan y se van es "solitary, poor, nasty, brutish and short" ("Leviathan"). Que es mejor someterse a uno solo que nos perdone la vida y nos proteja de los que andan sueltos. Y que eso funda el contrato social. Garantizar la seguridad de la población no es uno de los servicios del Estado: es su razón de ser.

En el Neolítico, en los primeros asentamientos humanos, los pobladores se enfrentaban a bandas nómadas de recolectores y cazadores que llegaban a despojarlos.

Los líderes naturales organizaban la defensa: un Estado que se armaba cuando hacía falta y se desarmaba al pasar el peligro. Tanto los líderes como los demás vecinos volvían a sus ocupaciones normales, de las cuales vivían.

Pero algunos líderes disfrutaban tanto la experiencia de mandar que decidieron dedicarse a la protección a tiempo completo y vivir de eso. No hubo quién pudiera defenderse de los defensores, y así se estableció finalmente el Estado estable.

México vivió situaciones hobbesianas (de inseguridad general y guerra de todos contra todos) en dos procesos históricos: la Independencia y la Revolución. Muy lentamente, fueron superadas por un Capo Máximo que integró a los autónomos en un monopolio nacional del crimen, y lo administró con prudencia.

La dictadura de Porfirio Díaz y la dictablanda de los Presidentes del PRI acabaron con las armas fuera del poder central, con la moneda fuera del banco central y con los contactos exteriores sin permiso central.

Superaron la violencia por medio de la corrupción, organizada como un mercado nacional de la extorsión con franquicias locales. Las otorgaron bajo el principio constitucional del Estado de chueco: el queso se reparte desde arriba, los aspirantes hacen cola y aceptan sin patalear lo que les toque.

La paz, el orden y el progreso, así como la mansedumbre de la cola aspirante a más, lograron un consenso que favoreció la estabilidad. Con excepción de algunos místicos del voto, el sistema político mexicano tuvo aceptación interna y externa. El Supremo Dador era el jefe del Estado, del Gobierno y del negocio. Llegó a ser como Dios: omnipotente, generoso y sabio; creador de todo y responsable de nada.

El sistema produjo avances, y la población llegó a creerse los mitos oficiales hasta el punto de tomarlos en serio y exigirlos.

La inocencia llegó al extremo de que, en 1968, los jóvenes que recibían educación superior gratuita exigieron castigo a un abuso de las autoridades. Peor aún: exigieron diálogo público. La respuesta criminal del Estado hizo despertar a la conciencia pública. Acabó el consenso. El tejido político empezó a destejerse.

Luis Echeverría (1970-1976) quiso restaurarlo a la antigua usanza: con carretadas de dinero a las universidades, más becas y puestos a los jóvenes universitarios. Además, inauguró una nueva usanza de apertura progresista. Pero su solución, en vez de restaurar el consenso, arruinó la economía.

Miguel de la Madrid (1982-1988) no vio las consecuencias políticas de abrir la economía: abrirla también a las trasnacionales del crimen, dadoras de queso no sujeto al Supremo Dador. El crimen se descentralizó. Las ambiciones políticas se desataron: tuvieron recursos independientes del poder central.

Finalmente, el País parece retroceder al mundo hobbesiano que había dejado atrás. Como si la Democracia fuese un tercer proceso histórico desquiciante, análogo a la Independencia y la Revolución.

Con todo, hay avances. Antes, las autoridades robaban, secuestraban y mataban, aunque no se sabía. Hoy se sabe, aunque no se castiga.

Con toda razón, los ciudadanos claman por un Estado de derecho que supere al Estado de chueco. Pero ¿cómo llegar a un Estado de derecho retrocediendo a donde ni siquiera hay Estado?

 

Gabriel Zaid

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lunes, 17 de noviembre de 2014

Caminos sin Ley

Graham Greene fue un escritor inglés, prolífico y polifacético. Seguramente uno de los más notables del Siglo XX. Manejó con maestría una prosa directa, realista, fluida y legible. Hace muchos años me aficioné a sus obras, porque admiré la película titulada "El Tercer Hombre", cuyo guión se basa en una pequeña novela de su autoría, del mismo nombre. Leí entonces, en rápida sucesión, "El Americano Quieto" y "Nuestro Hombre en la Habana". Hace un par de semanas compré, un tanto por casualidad, una reimpresión mexicana reciente (Porrúa, 2014) de "Caminos sin Ley" y "El Poder y la Gloria". Los leí casi de una tirada. El primero (publicado en 1939), es un recuento de las observaciones de Greene, producto de un viaje por el México de la época de la persecución religiosa y de la expropiación petrolera. El segundo (1940) tiene el mismo tema aparente, desarrollado en forma de novela. Desde luego, el asunto de veras es la importancia de una filosofía, es decir, de una interpretación del mundo, para darle sentido a la vida, al bien y al mal.

"El Poder y la Gloria" es quizá la obra maestra de Greene. Sin embargo, yo encontré en "Caminos sin Ley" una actualidad mexicana más que inquietante, empezando por el título. De sus cerca de doscientas páginas, entresaqué un pequeño conjunto de párrafos ominosos (en cursivas). El apunte escueto que los sigue probablemente sobra.

"Uno se encuentra con pequeños destacamentos militares que vigilan la carretera para que el turista pueda recorrerla a salvo, o casi a salvo." La frase describe hoy un trayecto que conozco bien: Monterrey-Reynosa. Desde luego, hay muchos otros "caminos sin ley" en la geografía nacional.

"Un cartel que anuncia algo que no le importa a nadie". A la letra, se aplica, sin afán de burla, a cualquiera de los panorámicos que proclaman los hechos y dichos de tantos y tantos políticos.

"Esta era la noticia habitual de todo diario mexicano; no pasaba un día sin que alguien fuera asesinado en alguna parte". Sin comentarios.

"En Juárez. Una ciudad muy mala. Todo el tiempo hay asesinatos, nada más". La situación ha mejorado, dicen, después de tocar una sima aterradora.

"Uno de esos estallidos repentinos e inexplicables de brutalidad, habituales en México". Habituales, sin duda: Acteal, San Fernando, Ayotzinapa, etc. ¿Inexplicables? No del todo.

"Y ahora el asunto del petróleo, y el peso que bajaba". Y ahora, el asunto de la declinación del volumen de producción y la caída del precio. La depreciación reciente del peso tiene otras causas, por el momento.

"Como todos los maestros de escuela de ahora, era un político". Sin discusión, la histórica politización del sistema educativo oficial es una de las razones de su fracaso. El ejemplo por excelencia es, por supuesto, la "maestra" Elba Esther Gordillo... y el SNTE y la CNTE y...

"Es muy típico de México...: la violencia a favor de un ideal, y luego el ideal se olvida y la violencia continúa". No se necesitan más palabras para caracterizar los desmanes recurrentes de los normalistas de Guerrero (Oaxaca, Michoacán, etc.), adoctrinados para el extremismo.

"En México uno se acostumbra a la decepción". La más reciente se refiere al desdoro del Momento de México. Pero la decepción nos asalta con una abrumadora periodicidad cíclica. ¿Dónde quedaron la administración de la abundancia; la renovación moral; la globalización modernizadora; el advenimiento de la democracia, etc.?

"El Estado... siempre el Estado. ¡Cuántos idealismos han contribuido a la construcción de ese tirano!" Desde luego, no sólo en México. La visión de Greene era más pesimista -y más realista- que la de Octavio Paz y su "Ogro Filantrópico".

"México es un estado mental". El de Greene era bastante sombrío: "No me parecía un país donde se pudiera vivir... era un país donde sólo se podía morir". Quién sabe cuál será el mood nacional hoy día. Aventuro un juicio de lego: en cuanto a situación emocional, parece que el presente se aproxima a la angustia; en cuanto a condición cognitiva, domina la confusión.

 

Everardo Elizondo

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Columnas de arena

El Presidente Peña gusta de repetir la expresión "el Estado mexicano", para dar cuerpo y fuerza a su mensaje.

 

Su retórica evoca a una figura espectral. Al escucharlo, imagino a un niño orgulloso de su castillo de arena, diciendo: "Estas columnas sostienen todo" (más que ser motivo de escarnio, debería tenernos muy preocupados).

 

Hace tiempo cuestioné: ¿tenemos realmente un Estado?, y cité al filósofo alemán Max Weber, para quien un Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima, y precisa que para existir requiere que se conserve este monopolio.

 

El único monopolio que le haría bien al País no existe. El Gobierno ha perdido el monopolio del uso legítimo de la fuerza, se ha replegado, cedido el territorio, ha dejado de aplicar la ley. Por omisión, ha vulnerado al Estado, esa fuerza que somete y regula a los integrantes de un sistema social en aras de un fin común.

 

Actualmente esos actores están sueltos, obteniendo ganancias individuales contrarias al interés social. Desde lo más pequeño hasta lo más grande, se cumple la sentencia "A río revuelto...".

 

Entro en el baño público de una carretera y tengo que pagar 2 pesos a un "encargado" que se ha adueñado de un elemento estratégico: el papel de baño. Me quiero estacionar en una calle cualquiera y alguien ha bloqueado el espacio para que le pague (cerca de mi oficina un franelero acuchilló a otro, se disputaban el territorio).

 

El crimen (organizado o no) paga por ocupar plazas, se pelea a muerte con otras bandas para ver quién domina el territorio.

 

En la misma tesitura, con otros actores, quedan las licitaciones dudosas, como la recién frustrada del tren Querétaro-Ciudad de México, donde el Secretario Ruiz quedó en una posición tan vulnerable que su permanencia en la SCT no ayuda a la construcción de un Estado.

 

En la joya del barroco mexicano, templo de Santa María Tonantzintla, una familia cobra la entrada al baño, vende fotografías y vigila que no tomemos fotos "por seguridad", dicen, ya que "sacar fotos anuncia los tesoros y luego hay robos". Entonces ¿para qué venden las fotos?

 

Me explica el encargado que el dinero es para mantener el templo. Le digo que quiero cooperar para el templo a cambio de que me deje usar mi cámara. Me pide que entremos a la iglesia (había una cámara en la puerta, no quería ser grabado) y debajo de un imponente sotacoro, donde angelitos regordetes rodean a la Virgen de Guadalupe, me dice sigiloso una elevada cuota. Le digo que no, pero que quiero un guía. Su hija es la guía. ¡Barroco negocio!

 

A diferentes niveles hay una guerra por la ocupación del bien público, lucha que mina al Estado. Son pequeñas y grandes batallas diarias que están sangrando, mordiendo al País. La "mordida" es quitarte, arrancarte un pedazo de lo tuyo. Hay un acecho a todo aquello susceptible de morderse. ¿Quieres que tu municipio reciba fondos federales? ¡Móchate!

 

La indignación alrededor de la "Casa Blanca" de los Peña Rivera tiene de fondo la misma estructura: la ocupación territorial con dudas de por medio, dudas que minan la figura presidencial (y por ende al Estado), dudas que parecen más grandes entre más explicaciones oficiales se dan.

 

Aunque se demuestre que es legal que el Mandatario viva en la "Casa Blanca", es otra la pregunta de fondo: ¿es correcto que el Presidente viva en la casa de un contratista muy activo en su Gobierno? ¿Es bueno para su patrimonio que sea de su esposa?, sin duda. ¿Es bueno para el País?, no. Otra vez, la ganancia individual frente al interés común.

 

Que se dañen (ocupen) bienes públicos como Palacio Nacional, que se zangolotee y golpee a policías (símbolos públicos) y el delito quede impune, suma a la inexistencia de un Estado.

 

El Presidente regresó de un viaje, no tarda en mencionar "el Estado mexicano". Nos conviene que reconstruya al Estado y que se dé cuenta de que las columnas de arena sirven para sostener castillos de arena, pero no duran.

 

Eduardo Caccia

 

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sábado, 15 de noviembre de 2014

¿Quién crea los empleos? Una crítica al #populismo

El pasado 24 de octubre Hillary Clinton estableció durante un meeting político el que será su mantra en materia de creación de puestos de trabajo como candidata a la presidencia de los Estados Unidos en 2016. La señora Clinton dijo: “Don’t let anybody tell you that it’s corporations and businesses that create jobs“.

 

Es evidente que quien diga una cosa así desconoce o ignora por completo la racionalidad económica seria en materia de inversión de capital. Pero, claro, el objetivo de la Sra. Clinton no es ilustrar a quien la oye con argumentos bien fundados, sino el de ganar unas elecciones políticas. Por eso, ¿qué mejor estrategia que la del más rancio populismo, donde los votantes sientan que es imprescindible para su futuro bienestar el que ella salga elegida?

 

De hecho, podemos aseverar sin ningún tipo de rubor que esta es la misma filosofía implícita en el Estado del “malestar” imperante hoy en día: el Estado debe intervenir redistribuyendo la riqueza, con la finalidad supuesta de generar más riqueza para todos. De esta manera, se vende la idea de que es el político el que, con su plan de actuación sobre la economía de una nación, el que en última instancia genera puestos de trabajo. Sin ingeniería social el 1% de la sociedad (los ricos) terminarían quedándose con toda la “torta”, porque su afán de lucro no tiene límites. ¡Malditos gordos hijos de p…! ¡Más impuestos a las grandes fortunas! ¡Más Estado!

 

Por eso le digo a cualquiera que crea que Podemos en España es una nueva forma de ver la política que se equivoca por completo. Podemos supone un nuevo estímulo  para intentar reavivar un Estado del malestar moribundo. El espectro político ha tenido que llegar a revestir esta vieja doctrina con la coleta progre porque el político de corbata ya no convence en el sur de Europa. Nada más.

 

El político populista (cada vez estoy más convencido de que esta dos palabras juntas representan un pleonasmo) vende la idea de que el Estado genera prosperidad mediante esta redistribución. Pero no es cierto. De esta manera sólo puede generar más destrucción de riqueza. El capital debe estar siempre en manos de quien lo vaya a invertir de forma capitalista, es decir, en bienes de capital. Es la única manera que tienen las naciones de generar prosperidad para todos, como lo demuestra la racionalidad económica seria (y no el keynesianismo).

 

Como dijo ayer el profesor George Reisman, discípulo de Mises, en el programa de Tom Woods, “the wealth of the rich is not on their plates, is not on their refrigerators or pantries, it’s not in their personal consumer’s goods, it’s in the means of production… and that wealth is serving as the base of the demand for the labor of everybody and the supply of the products everybody buys… we benefit from the wealth of others”, algo que los que emigran a Estados Unidos desde Latinoamérica y otros puntos del mundo en busca de las oportunidades que no pueden encontrar en sus países, claramente intuyen y experimentan sin necesidad de comprender este proceso de creación de riqueza.

 

Que la sociedad se beneficia de la riqueza ahorrada e invertida en los bienes de capital (y no robada mediante los impuestos del Estado) es el mismo argumento expuesto el 25 de octubre (es decir, curiosamente un día después del discurso de la Sra. Clinton) por el profesor Miguel Anxo Bastos Boubeta durante su conferencia en la Primera Conferencia Regional de European SFL en Madrid. Los representantes de la Escuela austríaca de economía poseen una sólida teoría del capital. Desgraciadamente, dicha teoría parece ser o demasiado compleja para la mente del político (lo cual dudo en algunos casos), o bien ir en contra de sus intereses (cosa que creo más probable).

 

El populismo es lo contrario a la sociedad del conocimiento y la división de éste, que es lo que en última instancia permite generar prosperidad y salir de la condición que el ser humano ha tenido desde su origen: la pobreza. En el fondo el populismo representa una vuelta a la mentalidad de la tribu, un no querer salir de esa “trampa maltusiana” desconfiando del rico, criticando la desigualdad y procurando una igualdad en la pobreza. Pero el mensaje de la racionalidad económica, en última instancia, expresa que es posible para todos prosperar con rentas desiguales. De hecho, es la única manera de generar puestos de trabajo estables, más oportunidades de mejora para los individuos. La sociedad en pleno debería ser un clamor a favor de la desigualdad económica. Sin embargo, el objetivo nefasto de la igualdad en este terreno sigue siendo fuertemente promovido por los estatistas y sus colaboradores. Denunciar esta manipulación ahora y siempre debe ser sentido como un imperativo moral por el científico social.

 

José Manuel Carbadillo

Esta entrada puede leerse también en josemacarballido.com