martes, 22 de septiembre de 2015

Escuelas de $1 dólar al día

El progreso de México a fuercitas implica una mejora drástica en nuestro sistema educativo.

 

Repasemos alguna evidencia de nuestro fracaso. En matemáticas, los estudiantes de Shanghái ganaron el primer lugar en la prueba PISA en el 2012, con un puntaje promedio de 613. Allá, el 55% de los alumnos alcanza niveles superiores de desempeño y sólo el 4% el más bajo.

 

¿Y en México? 413 puntos de calificación. Y lo peor: ¡el 55% de los alumnos está en los niveles más bajos y un ínfimo 0.6% en los más altos!

 

El diagnóstico es demoledor: "el puntaje promedio en matemáticas en la OCDE es de 494, una diferencia de casi dos años de escolaridad respecto a los niveles de México".

 

¡Dos años menos de escuela en un quinceañero! Un tremendo lastre en un mundo abierto y ultracompetitivo: ni el más creativo y energético empresario triunfará con colaboradores que rebuznan.

 

Si me compra esta premisa, le "vendo" dos más:

1. Aun si mágicamente la educación en México mañana amaneciera siendo de igual calidad que la de Shanghái, los efectos de esta mejora tardarían 20 años en notarse.

 

2. Es evidente que nuestros sindicatos magisteriales no están dispuestos a cambiar y que a nuestras autoridades les faltan pantalones (y otra cosita) para forzarlos.

 

La solución nos la da Arquímides: "dame una palanca (punto de apoyo) y moveré al mundo". Hay que apalancarnos para cambiar.

 

¿Dónde está esta palanca? Al igual que en los negocios y en la vida: en la competencia. Nuestras escuelas públicas deben competir para mejorar.

 

Aunque me tachen de "privatizador" y derechista, deberíamos experimentar con un sistema de vales educativos que los padres puedan usar en la escuela de su elección.

 

No se puede, dirán muchos: la educación privada es muy cara. Mmmm, metámosle numeritos al asunto.

 

De acuerdo al presupuesto 2015, el gasto total para los poco más de 21 millones de alumnos de primaria y secundaria en México es de casi $394,000 millones de pesos, unos $18,600 pesos por alumno por año.

 

Depende de la escuela privada y de la región del País, pero en realidad es probable que la colegiatura anual sea superior a $19,000 pesos. Ah, pero aquí es donde la innovación entra en escena.

 

"El fracaso del Estado (en el mundo en desarrollo) al proveer a los niños con educación de calidad ha generado el nacimiento de escuelas privadas que pueden costar tan poco como $1 dólar a la semana", explica The Economist.

 

De acuerdo al semanario británico, estas escuelas se han extendido por África, el Oriente Medio y el sureste asiático. Por ejemplo, cita el caso de Mathare, una provincia de Kenia donde hay apenas 4 escuelas públicas por 120 privadas.

 

"De acuerdo al Banco Mundial, una quinta parte de los alumnos de primaria del mundo en desarrollo van a escuelas privadas, el doble de hace 20 años", explican.

 

¿Los obstáculos a este avance? Igualito que en México: sindicatos magisteriales, políticos que ven a la educación como "una obligación del Estado" y ONGs que no ven con buenos ojos a la iniciativa privada.

 

"Esto daña sobre todo a aquellos que debieran ser el objetivo final de los educadores: los niños", argumenta el reportaje.

 

¿Sabe qué? No podría estar más de acuerdo. Y sobre todo ante pruebas contundentes de lo podrido de nuestro sistema. Dígame si no:

a) Según Mexicanos Primero no se sabe nada de casi 600 mil personas que están en las nóminas magisteriales. Increíble: el 26% del total, un boquete de unos $51,500 millones de pesos anuales.

 

b) El Centro de Estudios Educativos y Sociales asegura que la mitad de los maestros que enseñan inglés no lo saben.

 

c) En los últimos 12 años se han aprobado inversiones de más de $90,000 millones de pesos en infraestructura. ¿El resultado? "Los gobiernos estatales los utilizan para todo menos para infraestructura", asegura el Tec de Monterrey.

 

Y así sucesivamente... Ante esta dramática fotografía, los nuevos "bonos educativos" y lo que se les ocurra a nuestros brillantes políticos no servirán para nada.

 

Necesitamos apalancarnos. Digamos que The Economist exagera, supongamos que una primaria privada bien manejada cueste $1 dólar al día. La colegiatura anual de una escuela así sería apenas el 22% de lo que gastamos actualmente. ¿Funcionaría? Que los padres evalúen la calidad y decidan. Le aseguro que los "ganones" serán los niños.

 

No me malinterprete: no estoy en contra de las escuelas públicas y de los maestros, pero sí estoy a favor de las mejoras que trae la competencia. ¿No sería bueno probarla en la educación?

En pocas palabras...

"La educación es lo que queda cuando se olvida lo aprendido en la escuela".

Albert Einstein

Jorge A. Meléndez Ruiz

benchmark@elnorte.com

Twitter: @jorgemelendez

 

Leer más: http://www.negocioselnorte.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=71952#ixzz3mVpkaUlv  

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domingo, 20 de septiembre de 2015

Productores

Algo peculiar ocurre en la economía del mundo. La crisis de los últimos años, llamada "la gran recesión", ha alterado los patrones de crecimiento, minado los ingresos de buena parte de la humanidad y puesto en jaque a gobiernos, países y actores económicos en todo el orbe. En este contexto es irónico que, a pesar de la profundidad de la crisis, ningún político serio en el mundo dispute la continuidad del capitalismo. En otra era, algo similar llevó al surgimiento del fascismo. Hoy, sin embargo, los votantes en una nación tras otra han sido consistentes en elegir gobiernos centristas dedicados a enderezar el barco más que a cambiarlo. Lo extraño es que esa consistencia entre los electores no ha venido acompañada de un reconocimiento de los empresarios como generadores de riqueza en la sociedad. Thomas Sowell resume así esta circunstancia: "uno de los signos de nuestro tiempo es que hemos demonizado a los productores, subsidiado a quienes se niegan a producir y canonizado a quienes se quejan de quienes producen".

 

Los críticos del capitalismo son legendarios. Mucho antes que Marx inaugurara la era del análisis "científico", el Nuevo Testamento ya estaba lleno de críticas a diversos aspectos del funcionamiento de los mercados. En los últimos años, estudiosos y activistas han publicado libros y manifiestos convocando al desmantelamiento de ese sistema económico. Piketty, que goza el peculiar mérito de ser el autor de uno de los libros más vendidos pero menos leídos de la historia (Amazon lo mide a través de su lector electrónico), inició la racha, a la cual ahora se ha sumado un poderoso volumen por parte de Paul Mason intitulado Postcapitalismo, anticipando el fin del capitalismo dada la globalización y la Internet. A pesar de esto, la economía de mercado sigue avanzando sin cesar.

 

En México la creatividad que evidencian los informales es seña inconfundible de la vitalidad de la labor empresarial en el país. La cantidad de gente que se dedica a actividades creativas por cuenta propia aumenta de manera imparable. Aunque no se dicen empresarios, eso es lo que hacen: compran, venden, crean, agregan valor. Lo más impactante del mercado informal en México es su capacidad de adaptación, la versatilidad de sus respuestas y los servicios que cambian día a día, justo lo que uno esperaría de un mercado dinámico. De igual forma, miles de mexicanos son activos partícipes de la revolución digital en Silicon Valley y muchos más aspiran a serlo. Cada uno en su mundo, estos actores están transformando la vida económica en México y en el mundo. ¿Por qué entonces la baja popularidad del empresariado?

 

El hecho de que miles o millones de empresarios rehúsen llamarse así es significativo. En México, el título de empresario se asocia con un grupo de personas ricas y no con personas creativas y dinámicas que satisfacen las necesidades de la población. Parte de la razón tiene que ver con la percepción de que muchos empresarios no son producto de su habilidad o capacidad para satisfacer al consumidor sino de favores gubernamentales, concesiones y otros medios similares. Muchos de quienes se llaman empresarios no hacen lo que uno esperaría del empresario: adaptarse, asumir riesgos y buscar nuevas formas de responder ante la demanda del consumidor. Además, las distancias en riqueza que caracterizan a muchos de los más prominentes empresarios respecto al ciudadano común y corriente son tan grandes que es fácil asociar empresario con riqueza y no con creatividad. Quizá esto explique el rechazo al uso del término en un sector extraordinariamente dinámico de la economía como el informal.

 

Independientemente de la veracidad o falsedad de las percepciones respecto al origen de la riqueza de muchos de los empresarios más visibles, es evidente que en la medida en que existan fortunas emanadas no del mercado sino del abuso, la protección y de favores gubernamentales, la solidez y credibilidad del capitalismo acaba profundamente mermada. Muchas fortunas se han construido al amparo de la política y muchos políticos emplean prestanombres para utilizar su puesto para enriquecerse. El círculo es amplio y en nada favorable al desarrollo de una economía sana que requiere, según muchos de los estudiosos más serios, que la función empresarial sea apreciada y reconocida como socialmente relevante. Sin ello no existen condiciones para que haya inversiones, se tomen riesgos y se genere un entorno vital de creatividad económica.

 

Al final del día, el éxito económico del país no puede depender de la creatividad del sector informal de la economía pues, a pesar de todo su dinamismo, tiene límites a su potencial. La vitalidad de la economía mexicana va a depender de que se revisen las reglas del juego, se desarrollen mercados competitivos, se formalicen los informales para darles vuelo y, con ello, se creen condiciones no sólo para que crezca la economía, la riqueza y el empleo, sino también el aprecio a la función empresarial.

 

El desarrollo de una economía requiere confianza entre gobernantes y gobernados y ésta no surge del aire. Un estudioso de la universidad de California que ha estudiado migrantes deportados encontró a uno que explicó que había intentado iniciar un negocio pero que acabó fracasando porque "aquí no hay reglas". No es casualidad que muchos mexicanos de origen modesto triunfen allá y fracasen aquí: allá sí hay reglas y esa es la base de la confianza en las instituciones y del aprecio a los empresarios.

 

Luis Rubio

http://cidac.org/