domingo, 14 de diciembre de 2014

Trabajo Vs Tecnología

La discusión sobre los salarios mínimos es cada vez menos realista y más electorera. Desde luego, nuestros políticos tienen todo el derecho de proponer ideas y plantear posturas, pero eso no le confiere razón a sus propuestas, que, aunque atractivas, son altamente irresponsables.

 

En una de sus muchas frases geniales, ésas que capturan toda una visión del mundo, David Konzevik afirma que "hoy, como ayer, hay pobres en ingresos... La gran diferencia es que los pobres de hoy son ricos en información y millonarios en expectativas".

 

Lo que los promotores del incremento en salarios mínimos están haciendo es atizar esas expectativas. Lo que no reconocen es que vivimos en un mundo global donde el salario no es más que un precio relativo que, en su condición actual, mantiene la estabilidad política. Subir el salario sin resolver los problemas estructurales que yacen detrás no es otra cosa que fomentar el desempleo.

 

Comencemos por tres verdades indisputables: primero, México está inserto en el mundo global y una buena parte del ingreso de los mexicanos se deriva de las exportaciones; como evidenció la crisis de 2009, cuando se cae la demanda del exterior, todo el País sufre.

 

El verdadero déficit del País yace en las estructuras anquilosadas que nos anclan en el pasado en lugar de coadyuvar a dar un salto hacia adelante, justo lo que los exportadores y similares han logrado.

 

En segundo lugar, el precio de la tecnología experimenta una caída vertiginosa en todo el mundo. Por definición, el empresario siempre optimizará el uso de sus recursos: utilizará la combinación de insumos que minimice sus costos. Eso es lo que produce el precio relativo de la mano de obra y el capital.

 

Alterar la ecuación aumentando el salario podría llevar a la desaparición de empresas pobres o, para la minoría que tenga capacidad financiera, a una transformación tecnológica que implique la evaporación de innumerables empleos. No es un asunto trivial.

 

La tercera realidad es que el País compite con el resto del mundo. Independientemente de la nacionalidad de una empresa o empresario, lo que cuenta para realizar una inversión son las ventajas y oportunidades (o lo opuesto). Entre éstas es obvio que factores como el mercado (y acceso a otros), costos de instalación y operación son todos elementos clave para su decisión.

 

Si en estas condiciones se eleva el salario mínimo por decisión política, las consecuencias serían anticipables. Aunque el salario mínimo pueda ser bajo, éste no es un asunto de justicia; de elevarse el salario mínimo va a producir inevitablemente una caída en la demanda de esos empleados que no cuentan con los conocimientos o capacidades que los distinguen de otros (en el mundo) para ser reemplazados por el insumo que se ha hecho relativamente más barato, es decir, la tecnología.

 

Desconocer el impacto en el empleo implicaría suponer que no hay flexibilidad en el mercado laboral: o sea, que la demanda de trabajadores es igual independientemente del salario.

 

Sin embargo, el esquema actual en México de salarios nominales y reales bajos empata con una baja productividad y su rendimiento tiende a decrecer. La única forma de romper con este círculo vicioso es elevar la productividad de manera sistemática.

 

El Gobierno federal ha hablado de esto, pero no ha producido mucho de manera concreta. Sería muy riesgoso elevar los salarios mínimos sin haber resuelto las causas de la baja productividad.

 

Es evidente que existen enormes diferencias de productividad en la economía mexicana. Cada empresa y sector tendrá distintas posibilidades de elevar los salarios, lo que invita no a elevar el salario mínimo, sino a liberalizarlo: de liberarse el control al salario mínimo, algunas empresas podrían elevarlo de inmediato; si se obliga a todas a hacerlo, el resultado sería desempleo.

 

Por otro lado, la única solución definitiva al problema residiría en crear mecanismos y condiciones para que se transforme la planta productiva, adquiera tecnologías modernas y disminuya sus costos.

 

Una estrategia así sólo podrá ser exitosa de elevarse rápida y radicalmente el capital de las personas, es decir, su educación y capacidad de competir. Sin eso, la disyuntiva es mayor empleo con salarios bajos o salarios altos con menor empleo.

 

En las condiciones económicas, sociales y de inseguridad actuales, elevar el salario de manera artificial implicaría no sólo un aumento en la desocupación, sino crear incentivos adicionales para el mercado de empleo ilegal y criminal, que todo mundo sabe que está a la vuelta de la esquina.

 

Luis Rubio

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domingo, 30 de noviembre de 2014

Autoridad y catálisis

En "Los Cañones de Agosto", Bárbara Tuchman relata cómo una serie de sucesos y circunstancias aparentemente no relacionados llevó inexorablemente a la Primera Guerra Mundial. ¿Tendrá la masacre de Iguala un efecto similar?

En las últimas semanas el País ha ido avanzado hacia una gran conflagración política: eventos aparentemente inconexos se han venido alineando para producir una gran crisis. Lo significativo es que todo esto fue cobrando forma en buena medida gracias a una presencia y una ausencia.

La presencia es la de un proyecto político orientado a forzar la renuncia del Presidente antes de que concluyera su segundo año, pues eso obligaría a una nueva elección.

La ausencia es la del Gobierno: lo más que ha logrado es articular una teoría de la desestabilización, colocándose no como conductor de la vida política nacional, sino como la víctima de un complot. Su propuesta de esta semana no altera este patrón.

Sería fácil construir un argumento como el de Tuchman.

Primero, en orden cronológico, el movimiento del Politécnico, probablemente organizado por Morena y mal comprendido por Gobernación, desatando fuerzas mucho más grandes de las que sus promotores imaginaron.

Segundo, Iguala, corazón de la producción de heroína en el País; el crimen organizado en control de la Presidencia Municipal y su estrategia para preservarla con la esposa del presidente del momento; Ayotzinapa en manos de una organización rival, enviando a los estudiantes al paredón.

Tercero, el asunto de la casa presidencial, que no pudo aparecer en un momento más propicio para elevar sucesos relativamente frecuentes en el País a dimensiones estratosféricas.

Quien haya planeado lo del IPN jamás soñó con una conjunción de circunstancias como las que se dieron en las semanas siguientes.

Pero nada de lo anterior hubiera cuajado de haber funcionado el Gobierno con normalidad. Fue su ausencia la que produjo el desmedido crecimiento de la bola de nieve. Recuerda un poco la forma en que respondió -o, más bien, no respondió- Porfirio Díaz cuando su incapacidad para contener los levantamientos acabaron derrocándolo.

Es posible que la atrocidad en Iguala haya tenido un efecto similar: se convirtió en un catalizador que permitió que la gente manifestara su descontento, un agravio distinto para cada grupo e individuo involucrado.

Alexis de Tocqueville afirmó que el momento más peligroso para un Gobierno autoritario o dictatorial "normalmente ocurre cuando comienza a reformarse". Aunque las reformas promovidas por el Presidente Peña tienen el potencial de afectar innumerables intereses, su impacto a la fecha ha tenido lugar esencialmente en tres frentes: en la modificación de los términos del pacto constitucional de 1917; en materia fiscal, y en el ámbito de la seguridad.

Si bien enmendar la Constitución ha sido un deporte nacional, nadie se había atrevido a modificar la esencia de los tres artículos sacrosantos: 3, 27 y 123.

La reforma energética ataca el corazón de un sector profundamente creyente en el escrito original. El asunto fiscal no es menor tanto porque regresa al País a la era de la dominancia gubernamental como porque sustrajo recursos de la población y de los inversionistas y los mal usó, provocando una magra recuperación. No comprender el hartazgo y sufrimiento que produce el crimen organizado en todas las familias del País fue un error monumental.

En lugar de construir una amplia base de apoyo que sustentara sus proyectos a la vez que privilegiaba a sus favoritos, el Gobierno provocó una extraña alianza entre actores clave de la sociedad, quienes se oponen a las reformas y quienes han sufrido de la inseguridad.

Las manifestaciones de las semanas pasadas son notables por la diversidad de quienes ahí participaron: desde anarquistas con el rostro cubierto hasta familias con carriolas y sus perros. El Gobierno alienó -y unificó en su contra- tanto a su base natural de potencial apoyo como a sus enemigos.

Pasada la fecha fatal del 1 de diciembre, el Gobierno tiene que comenzar a reconstruir su proyecto. En un mundo ideal, comenzaría por atender lo obvio: la ausencia de instituciones confiables, comenzando por la del reino de la legalidad.

Las semanas pasadas muestran que el enojo acumulado puede convertirse en una gran bola de nieve, similar a la que Díaz no supo contener. El Presidente Peña podría revertir la crisis convocando a toda la sociedad a apegarse al Estado de derecho, comenzando por él mismo.

Luis Rubio 
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¿Mover la cola o mover el perro?

En su mensaje de toma de gobierno hace dos años, el Presidente dio cinco ejes en los que pensaba fincar un cambio para mover a México.

Yo le sugerí un sexto eje (del que seguramente no se enteró, y si se enteró, no le entendió, y si le entendió, no le importó), que cito tal cual: "Permítame, Presidente, aumentar un sexto eje a su proyecto de trabajo: cero tolerancia a la impunidad. Lo imagino decir: 'Impulsaré cambios sociales que fomentarán la aplicación de límites y consecuencias desde lo más básico, como la vialidad, hasta temas mayores. No más impunidad'. ¡Caray! Hasta el perro de Montiel hubiera ladrado".

La alusión canina se debe a que en aquel texto establecí que un entrenador de perros le decía al Presidente cómo cambiar al país.

Cito: "César (Millán) usa perros con buena conducta para contagiar al perro rebelde, opera lo que él llama una transferencia de energía positiva. Enseña al dueño a entender la naturaleza animal del perro, no la naturaleza humana del perro (que por supuesto no existe). Cuando el dueño aprende a cambiar su propia conducta, cambia la del perro.

"Así, el encantador de perros es en realidad un entrenador de dueños, y sus principios funcionan con animales lo mismo que personas: se basan en entender la naturaleza de un sistema y balancear sus símbolos y significados para moldear comportamientos.

"¿Qué haría César Millán con un perro violento, tan violento y sin límites como México? Si Peña Nieto quiere un México en paz, como lo mencionó en su primer eje de trabajo, debería rodearse no sólo de un gabinete con experiencia, sino de un buen grupo de científicos sociales para trabajar cambios en el sistema social del mexicano.

"Lo he dicho ya, y no me cansaré de repetirlo: en el sistema vial, en nuestra forma de conducir, está la gran posibilidad de empezar a cambiar conductas donde un mexicano vea que otro mexicano sí respeta, y que cada día son más los que obedecen la ley que los que la infringen. Yo les he llamado 'metáforas de cambio', César Millán le llama 'transferencia de energía positiva'".

Cuando el Presidente dijo que "la corrupción es cultural", connotadas figuras atacaron su postura; ni el Mandatario supo explicarlo, ni los críticos entenderlo. Yo lo defendí.

El tema "cultural" no es el de la nacionalidad o el genético, es el del sistema cultural o sistema social (el conjunto de prácticas y hábitos que marcan comportamientos), por ello es vital que tanto el Gobierno como la sociedad trabajen para modificar el sistema cultural, sólo así podemos esperar un cambio de conducta (aquí sí vale el ejemplo del mexicano que cruzando la frontera en Estados Unidos no tira basura y respeta la leyes, el sistema de allá lo moldea).

Las 10 medidas anunciadas por el Presidente (donde mezcla estrategias con tácticas) serán poco efectivas sin un cambio en el sistema. Es como crear un archivo nuevo en una computadora infectada.

Por ello, me permito añadir el punto 11 al decálogo presidencial: ¡Cero tolerancia a la impunidad! Lo imagino decir: "Tendré un grupo de asesores para ayudar a generar un cambio en el sistema social del mexicano, incluyéndonos a nosotros, los políticos. Impulsaré cambios que fomentarán la aplicación de límites y consecuencias desde lo más básico, como la vialidad, hasta temas mayores. No más impunidad".

¿Suena familiar? Necesitamos lo mismo de hace dos años, ¿se dará cuenta ahora el Presidente?

Ayer fueron los cinco ejes, hoy los 10 puntos. ¿Habrá 15 puntos en un nuevo plan emergente dentro de dos años? Si no hay un cambio en el sistema, me temo que sí.

El cambio pasa por rescatar la enseñanza de la ética (palabra que por cierto no recuerdo haber escuchado en el mensaje presidencial) y aplicar la ley. Presidente, enfrente la impunidad, ¡aplique la ley!

No necesitamos más leyes ni derrocar al Presidente, es el sistema el que hay que arreglar, necesitamos que Peña Nieto y su equipo se convenzan de que el sistema moldea conductas, no al revés. Lo sabe César Millán: es más fácil que el perro mueva la cola, que la cola mueva al perro.

 

Eduardo Caccia

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Estado y crimen

El crimen organizado sólo puede existir como estructura política. Su máxima ambición es convertirse en Estado: tener un territorio donde impere como único dueño de la violencia y cobre impuestos.

No acepta la intervención externa. Los otros grupos criminales tienen que respetar las fronteras negociadas o enfrentarse a la guerra, que es la continuación por otros medios de sus relaciones exteriores.

Tampoco acepta el crimen independiente. Ofende su soberanía.

En la tradición del derecho romano, la verdadera víctima de un crimen es el Estado, porque nadie más tiene derecho a matar. Por eso, los Estados tardaron siglos en atender a las víctimas: meros daños colaterales de la ofensa capital.

Hobbes arguyó que la vida expuesta a todos los que llegan, roban, matan y se van es "solitary, poor, nasty, brutish and short" ("Leviathan"). Que es mejor someterse a uno solo que nos perdone la vida y nos proteja de los que andan sueltos. Y que eso funda el contrato social. Garantizar la seguridad de la población no es uno de los servicios del Estado: es su razón de ser.

En el Neolítico, en los primeros asentamientos humanos, los pobladores se enfrentaban a bandas nómadas de recolectores y cazadores que llegaban a despojarlos.

Los líderes naturales organizaban la defensa: un Estado que se armaba cuando hacía falta y se desarmaba al pasar el peligro. Tanto los líderes como los demás vecinos volvían a sus ocupaciones normales, de las cuales vivían.

Pero algunos líderes disfrutaban tanto la experiencia de mandar que decidieron dedicarse a la protección a tiempo completo y vivir de eso. No hubo quién pudiera defenderse de los defensores, y así se estableció finalmente el Estado estable.

México vivió situaciones hobbesianas (de inseguridad general y guerra de todos contra todos) en dos procesos históricos: la Independencia y la Revolución. Muy lentamente, fueron superadas por un Capo Máximo que integró a los autónomos en un monopolio nacional del crimen, y lo administró con prudencia.

La dictadura de Porfirio Díaz y la dictablanda de los Presidentes del PRI acabaron con las armas fuera del poder central, con la moneda fuera del banco central y con los contactos exteriores sin permiso central.

Superaron la violencia por medio de la corrupción, organizada como un mercado nacional de la extorsión con franquicias locales. Las otorgaron bajo el principio constitucional del Estado de chueco: el queso se reparte desde arriba, los aspirantes hacen cola y aceptan sin patalear lo que les toque.

La paz, el orden y el progreso, así como la mansedumbre de la cola aspirante a más, lograron un consenso que favoreció la estabilidad. Con excepción de algunos místicos del voto, el sistema político mexicano tuvo aceptación interna y externa. El Supremo Dador era el jefe del Estado, del Gobierno y del negocio. Llegó a ser como Dios: omnipotente, generoso y sabio; creador de todo y responsable de nada.

El sistema produjo avances, y la población llegó a creerse los mitos oficiales hasta el punto de tomarlos en serio y exigirlos.

La inocencia llegó al extremo de que, en 1968, los jóvenes que recibían educación superior gratuita exigieron castigo a un abuso de las autoridades. Peor aún: exigieron diálogo público. La respuesta criminal del Estado hizo despertar a la conciencia pública. Acabó el consenso. El tejido político empezó a destejerse.

Luis Echeverría (1970-1976) quiso restaurarlo a la antigua usanza: con carretadas de dinero a las universidades, más becas y puestos a los jóvenes universitarios. Además, inauguró una nueva usanza de apertura progresista. Pero su solución, en vez de restaurar el consenso, arruinó la economía.

Miguel de la Madrid (1982-1988) no vio las consecuencias políticas de abrir la economía: abrirla también a las trasnacionales del crimen, dadoras de queso no sujeto al Supremo Dador. El crimen se descentralizó. Las ambiciones políticas se desataron: tuvieron recursos independientes del poder central.

Finalmente, el País parece retroceder al mundo hobbesiano que había dejado atrás. Como si la Democracia fuese un tercer proceso histórico desquiciante, análogo a la Independencia y la Revolución.

Con todo, hay avances. Antes, las autoridades robaban, secuestraban y mataban, aunque no se sabía. Hoy se sabe, aunque no se castiga.

Con toda razón, los ciudadanos claman por un Estado de derecho que supere al Estado de chueco. Pero ¿cómo llegar a un Estado de derecho retrocediendo a donde ni siquiera hay Estado?

 

Gabriel Zaid

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lunes, 17 de noviembre de 2014

Caminos sin Ley

Graham Greene fue un escritor inglés, prolífico y polifacético. Seguramente uno de los más notables del Siglo XX. Manejó con maestría una prosa directa, realista, fluida y legible. Hace muchos años me aficioné a sus obras, porque admiré la película titulada "El Tercer Hombre", cuyo guión se basa en una pequeña novela de su autoría, del mismo nombre. Leí entonces, en rápida sucesión, "El Americano Quieto" y "Nuestro Hombre en la Habana". Hace un par de semanas compré, un tanto por casualidad, una reimpresión mexicana reciente (Porrúa, 2014) de "Caminos sin Ley" y "El Poder y la Gloria". Los leí casi de una tirada. El primero (publicado en 1939), es un recuento de las observaciones de Greene, producto de un viaje por el México de la época de la persecución religiosa y de la expropiación petrolera. El segundo (1940) tiene el mismo tema aparente, desarrollado en forma de novela. Desde luego, el asunto de veras es la importancia de una filosofía, es decir, de una interpretación del mundo, para darle sentido a la vida, al bien y al mal.

"El Poder y la Gloria" es quizá la obra maestra de Greene. Sin embargo, yo encontré en "Caminos sin Ley" una actualidad mexicana más que inquietante, empezando por el título. De sus cerca de doscientas páginas, entresaqué un pequeño conjunto de párrafos ominosos (en cursivas). El apunte escueto que los sigue probablemente sobra.

"Uno se encuentra con pequeños destacamentos militares que vigilan la carretera para que el turista pueda recorrerla a salvo, o casi a salvo." La frase describe hoy un trayecto que conozco bien: Monterrey-Reynosa. Desde luego, hay muchos otros "caminos sin ley" en la geografía nacional.

"Un cartel que anuncia algo que no le importa a nadie". A la letra, se aplica, sin afán de burla, a cualquiera de los panorámicos que proclaman los hechos y dichos de tantos y tantos políticos.

"Esta era la noticia habitual de todo diario mexicano; no pasaba un día sin que alguien fuera asesinado en alguna parte". Sin comentarios.

"En Juárez. Una ciudad muy mala. Todo el tiempo hay asesinatos, nada más". La situación ha mejorado, dicen, después de tocar una sima aterradora.

"Uno de esos estallidos repentinos e inexplicables de brutalidad, habituales en México". Habituales, sin duda: Acteal, San Fernando, Ayotzinapa, etc. ¿Inexplicables? No del todo.

"Y ahora el asunto del petróleo, y el peso que bajaba". Y ahora, el asunto de la declinación del volumen de producción y la caída del precio. La depreciación reciente del peso tiene otras causas, por el momento.

"Como todos los maestros de escuela de ahora, era un político". Sin discusión, la histórica politización del sistema educativo oficial es una de las razones de su fracaso. El ejemplo por excelencia es, por supuesto, la "maestra" Elba Esther Gordillo... y el SNTE y la CNTE y...

"Es muy típico de México...: la violencia a favor de un ideal, y luego el ideal se olvida y la violencia continúa". No se necesitan más palabras para caracterizar los desmanes recurrentes de los normalistas de Guerrero (Oaxaca, Michoacán, etc.), adoctrinados para el extremismo.

"En México uno se acostumbra a la decepción". La más reciente se refiere al desdoro del Momento de México. Pero la decepción nos asalta con una abrumadora periodicidad cíclica. ¿Dónde quedaron la administración de la abundancia; la renovación moral; la globalización modernizadora; el advenimiento de la democracia, etc.?

"El Estado... siempre el Estado. ¡Cuántos idealismos han contribuido a la construcción de ese tirano!" Desde luego, no sólo en México. La visión de Greene era más pesimista -y más realista- que la de Octavio Paz y su "Ogro Filantrópico".

"México es un estado mental". El de Greene era bastante sombrío: "No me parecía un país donde se pudiera vivir... era un país donde sólo se podía morir". Quién sabe cuál será el mood nacional hoy día. Aventuro un juicio de lego: en cuanto a situación emocional, parece que el presente se aproxima a la angustia; en cuanto a condición cognitiva, domina la confusión.

 

Everardo Elizondo

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Columnas de arena

El Presidente Peña gusta de repetir la expresión "el Estado mexicano", para dar cuerpo y fuerza a su mensaje.

 

Su retórica evoca a una figura espectral. Al escucharlo, imagino a un niño orgulloso de su castillo de arena, diciendo: "Estas columnas sostienen todo" (más que ser motivo de escarnio, debería tenernos muy preocupados).

 

Hace tiempo cuestioné: ¿tenemos realmente un Estado?, y cité al filósofo alemán Max Weber, para quien un Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima, y precisa que para existir requiere que se conserve este monopolio.

 

El único monopolio que le haría bien al País no existe. El Gobierno ha perdido el monopolio del uso legítimo de la fuerza, se ha replegado, cedido el territorio, ha dejado de aplicar la ley. Por omisión, ha vulnerado al Estado, esa fuerza que somete y regula a los integrantes de un sistema social en aras de un fin común.

 

Actualmente esos actores están sueltos, obteniendo ganancias individuales contrarias al interés social. Desde lo más pequeño hasta lo más grande, se cumple la sentencia "A río revuelto...".

 

Entro en el baño público de una carretera y tengo que pagar 2 pesos a un "encargado" que se ha adueñado de un elemento estratégico: el papel de baño. Me quiero estacionar en una calle cualquiera y alguien ha bloqueado el espacio para que le pague (cerca de mi oficina un franelero acuchilló a otro, se disputaban el territorio).

 

El crimen (organizado o no) paga por ocupar plazas, se pelea a muerte con otras bandas para ver quién domina el territorio.

 

En la misma tesitura, con otros actores, quedan las licitaciones dudosas, como la recién frustrada del tren Querétaro-Ciudad de México, donde el Secretario Ruiz quedó en una posición tan vulnerable que su permanencia en la SCT no ayuda a la construcción de un Estado.

 

En la joya del barroco mexicano, templo de Santa María Tonantzintla, una familia cobra la entrada al baño, vende fotografías y vigila que no tomemos fotos "por seguridad", dicen, ya que "sacar fotos anuncia los tesoros y luego hay robos". Entonces ¿para qué venden las fotos?

 

Me explica el encargado que el dinero es para mantener el templo. Le digo que quiero cooperar para el templo a cambio de que me deje usar mi cámara. Me pide que entremos a la iglesia (había una cámara en la puerta, no quería ser grabado) y debajo de un imponente sotacoro, donde angelitos regordetes rodean a la Virgen de Guadalupe, me dice sigiloso una elevada cuota. Le digo que no, pero que quiero un guía. Su hija es la guía. ¡Barroco negocio!

 

A diferentes niveles hay una guerra por la ocupación del bien público, lucha que mina al Estado. Son pequeñas y grandes batallas diarias que están sangrando, mordiendo al País. La "mordida" es quitarte, arrancarte un pedazo de lo tuyo. Hay un acecho a todo aquello susceptible de morderse. ¿Quieres que tu municipio reciba fondos federales? ¡Móchate!

 

La indignación alrededor de la "Casa Blanca" de los Peña Rivera tiene de fondo la misma estructura: la ocupación territorial con dudas de por medio, dudas que minan la figura presidencial (y por ende al Estado), dudas que parecen más grandes entre más explicaciones oficiales se dan.

 

Aunque se demuestre que es legal que el Mandatario viva en la "Casa Blanca", es otra la pregunta de fondo: ¿es correcto que el Presidente viva en la casa de un contratista muy activo en su Gobierno? ¿Es bueno para su patrimonio que sea de su esposa?, sin duda. ¿Es bueno para el País?, no. Otra vez, la ganancia individual frente al interés común.

 

Que se dañen (ocupen) bienes públicos como Palacio Nacional, que se zangolotee y golpee a policías (símbolos públicos) y el delito quede impune, suma a la inexistencia de un Estado.

 

El Presidente regresó de un viaje, no tarda en mencionar "el Estado mexicano". Nos conviene que reconstruya al Estado y que se dé cuenta de que las columnas de arena sirven para sostener castillos de arena, pero no duran.

 

Eduardo Caccia

 

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sábado, 15 de noviembre de 2014

¿Quién crea los empleos? Una crítica al #populismo

El pasado 24 de octubre Hillary Clinton estableció durante un meeting político el que será su mantra en materia de creación de puestos de trabajo como candidata a la presidencia de los Estados Unidos en 2016. La señora Clinton dijo: “Don’t let anybody tell you that it’s corporations and businesses that create jobs“.

 

Es evidente que quien diga una cosa así desconoce o ignora por completo la racionalidad económica seria en materia de inversión de capital. Pero, claro, el objetivo de la Sra. Clinton no es ilustrar a quien la oye con argumentos bien fundados, sino el de ganar unas elecciones políticas. Por eso, ¿qué mejor estrategia que la del más rancio populismo, donde los votantes sientan que es imprescindible para su futuro bienestar el que ella salga elegida?

 

De hecho, podemos aseverar sin ningún tipo de rubor que esta es la misma filosofía implícita en el Estado del “malestar” imperante hoy en día: el Estado debe intervenir redistribuyendo la riqueza, con la finalidad supuesta de generar más riqueza para todos. De esta manera, se vende la idea de que es el político el que, con su plan de actuación sobre la economía de una nación, el que en última instancia genera puestos de trabajo. Sin ingeniería social el 1% de la sociedad (los ricos) terminarían quedándose con toda la “torta”, porque su afán de lucro no tiene límites. ¡Malditos gordos hijos de p…! ¡Más impuestos a las grandes fortunas! ¡Más Estado!

 

Por eso le digo a cualquiera que crea que Podemos en España es una nueva forma de ver la política que se equivoca por completo. Podemos supone un nuevo estímulo  para intentar reavivar un Estado del malestar moribundo. El espectro político ha tenido que llegar a revestir esta vieja doctrina con la coleta progre porque el político de corbata ya no convence en el sur de Europa. Nada más.

 

El político populista (cada vez estoy más convencido de que esta dos palabras juntas representan un pleonasmo) vende la idea de que el Estado genera prosperidad mediante esta redistribución. Pero no es cierto. De esta manera sólo puede generar más destrucción de riqueza. El capital debe estar siempre en manos de quien lo vaya a invertir de forma capitalista, es decir, en bienes de capital. Es la única manera que tienen las naciones de generar prosperidad para todos, como lo demuestra la racionalidad económica seria (y no el keynesianismo).

 

Como dijo ayer el profesor George Reisman, discípulo de Mises, en el programa de Tom Woods, “the wealth of the rich is not on their plates, is not on their refrigerators or pantries, it’s not in their personal consumer’s goods, it’s in the means of production… and that wealth is serving as the base of the demand for the labor of everybody and the supply of the products everybody buys… we benefit from the wealth of others”, algo que los que emigran a Estados Unidos desde Latinoamérica y otros puntos del mundo en busca de las oportunidades que no pueden encontrar en sus países, claramente intuyen y experimentan sin necesidad de comprender este proceso de creación de riqueza.

 

Que la sociedad se beneficia de la riqueza ahorrada e invertida en los bienes de capital (y no robada mediante los impuestos del Estado) es el mismo argumento expuesto el 25 de octubre (es decir, curiosamente un día después del discurso de la Sra. Clinton) por el profesor Miguel Anxo Bastos Boubeta durante su conferencia en la Primera Conferencia Regional de European SFL en Madrid. Los representantes de la Escuela austríaca de economía poseen una sólida teoría del capital. Desgraciadamente, dicha teoría parece ser o demasiado compleja para la mente del político (lo cual dudo en algunos casos), o bien ir en contra de sus intereses (cosa que creo más probable).

 

El populismo es lo contrario a la sociedad del conocimiento y la división de éste, que es lo que en última instancia permite generar prosperidad y salir de la condición que el ser humano ha tenido desde su origen: la pobreza. En el fondo el populismo representa una vuelta a la mentalidad de la tribu, un no querer salir de esa “trampa maltusiana” desconfiando del rico, criticando la desigualdad y procurando una igualdad en la pobreza. Pero el mensaje de la racionalidad económica, en última instancia, expresa que es posible para todos prosperar con rentas desiguales. De hecho, es la única manera de generar puestos de trabajo estables, más oportunidades de mejora para los individuos. La sociedad en pleno debería ser un clamor a favor de la desigualdad económica. Sin embargo, el objetivo nefasto de la igualdad en este terreno sigue siendo fuertemente promovido por los estatistas y sus colaboradores. Denunciar esta manipulación ahora y siempre debe ser sentido como un imperativo moral por el científico social.

 

José Manuel Carbadillo

Esta entrada puede leerse también en josemacarballido.com  

martes, 21 de octubre de 2014

Gasto público, enemigo #1

La semana pasada me tocó escuchar a Edward Prescott, el Premio Nobel de Economía 2004 en una conferencia organizada por Vector. Aunque su charla fue poco espectacular, vaya que dijo cosas valiosas.

Y sobre todo, Prescott fue contundente: el camino que sigue México de impuestos y gasto público está destinado al fracaso.

"Un gasto público mayor implica a fuerzas más impuestos, ya sean presentes o futuros. Y está demostrado: más impuestos deprimen a cualquier economía", sentenció.

Y a palabras sabias, los oídos nunca debieran ser sordos.

Como ejemplo a seguir, citó brevemente al "milagro de Cowperthwaite en Hong Kong". ¿Milagro, dice un Nobel? Habría que revisarlo, ¿no?

Sir John Cowperthwaite fue nombrado secretario de finanzas de Hong Kong (HK) en 1961 y nada más llegando implementó una agenda agresiva que detonó el desarrollo del entonces protectorado inglés.

"Cowperthwaite hizo a HK la zona económica más libre del mundo. Se negó a que sus ciudadanos compraran bienes caros producidos localmente si podían importarlos baratos", explica un artículo del periódico británico The Guardian.

Iniciemos viendo a HK antes del milagro, en una paupérrima situación: "Mi primera visita a HK fue en 1955. Recién empezaban a llegar los refugiados (de China). Un lugar miserable para la mayoría, con casuchas de un cuarto", describe Milton Friedman (otro Premio Nobel) en un artículo para el Instituto Hoover de Stanford (vea un video en nuestros sitios).

Pues esta isla miserable y sin recursos se transformó dramáticamente en apenas 50 años.

De acuerdo con el Banco Mundial, el PIB per Cápita (PpC) de HK en 1960 era equivalente al 30% del de Estados Unidos. Como punto de referencia, el de México en ese año era del 21% del de nuestro vecino.

¿Y en 2013? El PpC de HK alcanzó el 73% del de EU, mientras que el de México es apenas el 19%. ¡HK se acercó significativamente a la principal potencia mundial en apenas 53 años! ¿Y nosotros? Como los cangrejos, empeoramos (vea el GRÁFICO).

Para morir de envidia: en este período, el PpC de HK creció a una tasa anual compuesta del 3.8%, mientras que el de México lo hizo apenas al 1.8%. Y lo más triste: el PpC de EU creció 2.1%, ¡una sexta parte más que nosotros!

Medio siglo perdido. ¿Qué otros ingredientes explican el milagro? Un gobierno pequeño y pocos impuestos.

"Cowperthwaite insistió en que en HK imperara la competencia. Se negó a imponer aranceles. Se aferró a tener impuestos bajos", señala Friedman.

Por ejemplo, la tasa impositiva para empresas en HK es actualmente del 16.5% (por cierto, bajó a partir del 2009: antes era del 17.5%). Para las personas físicas, ¡la tasa máxima es del 15%!

¿En México? Una persona paga una tasa máxima del 35%, mientras que una empresa "coopera" con el 30% (más el 10% de PTU y otro posible 7% por dividendos lo que alcanzaría un increíble 47%). Y, claro, México al revés: allá bajan las tasas... acá, nos las suben.

No hay comparación. Del cielo a la tierra. Del milagro al llanto.

Aclaro, esta investigación es muuuy superficial. Estoy seguro que hay muchas más cosas que están mal en HK... y que nuestras circunstancias son muy distintas. Pero no deja de llamar la atención la diferencia en las recetas... y en la salud del paciente.

Se acaba de aprobar más deuda pública y estamos a días de que se autorice otro "gasto récord" que nuestros políticos erróneamente presumirán a morir.

Mejor harían en voltear a ver a HK y a la receta de Prescott: un gobierno más chico, más descentralizado y que promueva la competencia. Y yo agregaría: más eficiente, menos corrupto y que garantice un Estado de Derecho funcional.
 
En pocas palabras...
"Hong Kong ha creado una de las sociedades más exitosas del planeta".
Príncipe Carlos de Inglaterra
 
 
Jorge A. Meléndez Ruiz 
benchmark@elnorte.com
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WEB EXTRA:

ARTÍCULO
Milagro en Hong Kong, tristeza en México

VIDEO
WebExtra: El Milagro de Hong Kong según Milton Friedman

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lunes, 20 de octubre de 2014

Antes y después

"Antes de Elvis no había nada", afirmó John Lennon en una entrevista sobre el rock and roll. Iguala promete ser algo similar para el Gobierno del Presidente Peña. Lo que fue, fue; ahora comienza la realidad.

En nuestro contexto, matanzas como la de Ayotzinapa o Tlatlaya no son algo excepcional o impredecible. Todos sabemos que esas cosas ocurren y que seguirán ocurriendo y ése es el problema: en un país civilizado esas cosas no ocurren.

El que sean "naturales" es lo que nos distingue y coloca al Gobierno frente a un reto que, hasta ahora, había estado indispuesto a asumir.

La pretensión de que la inseguridad y la violencia se resuelven negando su existencia o removiendo la información de los medios de comunicación resultó infructuosa y hasta contraproducente.

Hay una total ausencia de estrategia de largo plazo que contemple la consolidación de un entorno institucional (policías, judicial, gobiernos) en el que esas cosas no ocurran o, cuando así fuese, se tratara de una verdadera excepción.

La luna de miel inusualmente larga de que gozó el Gobierno se debió en buena medida a su extraordinario éxito en avanzar una amplia agenda de reformas que capturó la atención del País y del mundo.

El Gobierno evidenció una gran capacidad de liderazgo y negociación en el contexto legislativo, rompiendo con décadas de parálisis en asuntos de trascendencia económica.

De manera paralela, intentó una estrategia de combate a la criminalidad que sólo se diferenciaba de la de la anterior Administración en el hecho de que incluyó un componente político cuyos méritos no han sido excepcionales, al menos en el caso de Michoacán.

El avance legislativo y la nueva táctica en materia de seguridad le confirieron al Gobierno casi dos años de amplia y casi totalmente indisputada latitud.

Concluido el proceso legislativo comienza el asunto de gobernar y ahí la cosa ha ido cuesta arriba.

No cabe la menor duda que la capacidad de manejo y operación política del Gobierno es excepcional, y más si se le compara con las administraciones anteriores; sin embargo, situaciones como las de

Ayotzinapa y la fallida negociación con los estudiantes del IPN evidencian la ausencia de un proyecto político que trascienda el mero objetivo de mantener las aguas en paz.

Es decir, hay evidente capacidad de respuesta, pero no una estrategia de solución a los problemas que aquejan al País: peor, es obvio que en el Gobierno se considera innecesaria una estrategia de esa naturaleza.

En Iguala resultó claro que el Presidente Municipal hace las veces de sicario; por su parte, la noción de que negociar es equivalente a conceder la totalidad de las demandas resultó contraproducente. El País demanda soluciones, no pura política.

¿Es responsable el Gobierno federal del segundo empleo del Alcalde de Iguala? Por supuesto que no, pero el hecho de que los narcos controlen vastas regiones del País, impongan su ley, extorsionen a la población, asesinen como les venga en gana y tengan sometidos (o comprados) a Gobiernos estatales y municipales, constituye un desafío a la gobernabilidad del País y a la noción de que un Gobierno "fuerte" es suficiente para que el País progrese y logre la estabilidad.

Resulta evidente que se requiere un Gobierno institucionalizado y competente a todos los niveles y no sólo uno caracterizado por capacidad de manejo coyuntural. Las reacciones estos días no sugieren que eso esté siendo contemplado.

Antes de Iguala el Gobierno tuvo enorme latitud para imponer su estilo y su ley. Ahora tendrá que lidiar con las protestas que sin duda lo acosarán dentro y fuera del País y, más importante, con una realidad siempre propensa a deteriorarse.

El Gobierno del Presidente Peña se ha caracterizado por un intento sistemático de adaptar la realidad a sus preferencias en lugar de lidiar con la realidad y tratar de irla moldeando para que se logre la transformación que prometió de origen.

En lo político partió del supuesto de que el problema era la carencia de eficacia en la labor gubernamental, eficacia que ahora resulta inadecuada e insuficiente; en lo económico ignoró la era de crisis que precedió a las últimas dos décadas de estabilidad macroeconómica y corre el riesgo de llevar al País, una vez más, a esos tiempos aciagos.

En Iguala quedaron exhibidos tanto la complejidad del País como el riesgo de ignorar la problemática que yace detrás. Es esto, más que cualquier otra cosa, lo que Iguala cambia, seguramente de manera permanente: el antes y el después.

Luis Rubio

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jueves, 16 de octubre de 2014

Uber o taxi

"La competencia es un pecado". John D. Rockefeller
  
No fueron ni las ciclopistas ni el Metrobús los que me hicieron dejar el auto en casa.

Tampoco el masaje y sauna que uno puede obtener por sólo cinco pesos en el Metro.

Fue una simple aplicación en mi teléfono celular llamada Uber.

Esta aplicación ha generado una verdadera revolución en el transporte en el mundo. Permite contratar un auto con chofer a un precio módico con unos cuantos toques en la pantalla de un teléfono con conexión a internet.

Un reciente viernes por la tarde-noche tuve que tomar un taxi convencional en la colonia Juárez para ir a Polanco.

La distancia era corta, pero estaba lloviendo y la zona, como es habitual, estaba congestionada por manifestantes.

A ningún capitalino le sorprenderá saber que el taxi, un Tsuru, estaba asqueroso y el chofer malencarado y amenazante.

En el piso se encontraba esa jerga maloliente que por alguna extraña razón los taxistas consideran debe ser siempre decoración del vehículo.

El conductor nunca encendió el taxímetro, cosa cada vez más usual. Al final me cobró 150 pesos por un trayecto que no tendría que haber costado más de 50.

El usuario no tiene por supuesto defensa ante un taxista. ¿Recibo por el pago? A quién se le ocurre que alguien pudiera pedirlo o un taxista darlo.

El regreso lo hice en un auto de Uber. El Volkswagen Passat negro lucía impecable. Parecía, de hecho, una limusina en comparación con el taxi anterior.

El conductor vestía traje oscuro, camisa blanca y corbata. En el celular tenía yo su nombre, su fotografía, su número de celular y la calificación promedio de sus anteriores clientes.

Como pasajero me sentía seguro. Cuando llegó a recogerme, bajó del vehículo para abrirme la puerta y, ya a bordo, me ofreció una botellita de agua.

El trayecto fue rápido y profesional, con el uso de un programa de GPS para llegar de la mejor manera posible al destino.

Ahí descendí del auto sin desembolsar efectivo. El cobro fue automático a mi tarjeta de crédito.

De inmediato recibí en el teléfono un formato de evaluación del servicio con un máximo de cinco estrellas. Mi chofer merecía la mejor calificación y se la di.

En unos minutos tenía ya en el celular un recibo electrónico por 134 pesos. Al final del mes encuentro en mi correo electrónico una factura deducible de impuestos que cubre todos mis traslados.

La diferencia entre el Uber y el taxi es enorme. Casi podríamos decir que no hay competencia.

El servicio libera al usuario de los taxis sucios, inseguros y de incierto cobro. Quizá por eso los burócratas no están dispuestos a permitir que continúe.

El Secretario de Movilidad de la Ciudad de México, Rufino H. León Tovar, me confirma en una entrevista que el Gobierno capitalino está buscando regular los Uber porque son una competencia desleal para los taxis.

Y por supuesto que lo son. Cometen el pecado de otorgar un mejor y más seguro servicio por un precio que puede ser menor.

Supongo que la Secretaría de la Movilidad hará todo lo posible por inmovilizar a los Uber o por lo menos para deteriorar el servicio a fin de que ya no sean competencia para los taxis. La mentalidad burocrática siempre se opone a la innovación y la libertad.

El problema con los Uber es que no son suficientemente malos y sucios. Eso es desleal.

No es México la única ciudad del mundo en que por presión de las organizaciones de taxistas se busca restringir la operación de Uber.

El resultado, cuando se establecen nuevas reglas, siempre es reducir la calidad del servicio o aumentar el precio.

Entiendo que los taxistas estén preocupados. Los Uber son un servicio superior.

Una autoridad comprometida con el bienestar de los ciudadanos tomaría medidas para subir el servicio de los taxis al nivel de los Uber en lugar de bajar el de los Uber. Pero supongo que entonces no sería autoridad.

 
DESCONOCIDOS
Si los restos de las fosas de Iguala no son los normalistas de Ayotzinapa, ¿entonces quiénes son? ¿Cómo es posible que se encuentren tantas fosas con tantos muertos desconocidos?


Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com

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lunes, 6 de octubre de 2014

Incoherencias gubernamentales

Hace "algunos" años, cuando estudiaba finanzas públicas en la Universidad de Wisconsin, uno de los elementos importantes del temario era la "Teoría de las Fallas del Mercado". De acuerdo con varios de sus postulados, el gobierno podía (debía) intervenir en la economía, precisamente para corregir las fallas en cuestión.

Algún tiempo después, ganó prestigio intelectual e influencia práctica la idea de las "Fallas del Gobierno", fincada en dos nociones de sentido común: 1) los políticos y los burócratas no saben (pueden) mucho más que el resto de los mortales; y, 2) igual que todos nosotros, persiguen de veras primero que nada su propio interés, no el discursivo "bien común". Creo que en el caso de México no se necesita probar el realismo de estas dos percepciones. Como quiera, los gobiernos de todas las latitudes se encargan casi a diario de refrendar su validez. Los que siguen son apenas unos cuantos ejemplos recientes de las incoherencias referidas en el título.

Unas semanas atrás me ocupé en estas páginas del caos económico creado en Venezuela por las políticas económicas "socialistas" de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Hace unos cuantos días, Clorox, una conocida compañía estadounidense, anunció que cerraba sus operaciones (tres plantas) en aquel país, con la consiguiente desocupación de 450 empleados. Clorox citó como causa del cierre el absurdo control oficial del precio de sus productos, frente a una inflación desaforada -creación del gobierno. El episodio podría formar parte de cualquier libro de texto de microeconomía. Es obvio que las incongruencias gubernamentales son la razón del problema, pero Maduro dijo que los males económicos son la manifestación de una guerra económica contra el país, emprendida por los capitalistas y por los oponentes políticos del régimen. ¿Aló presidente?

Las incongruencias no son privativas del subdesarrollo. Frente al ascenso relativo de las cargas tributarias en Estados Unidos, muchas grandes compañías han diseñado y puesto en práctica estrategias que reubican parte de sus transacciones en otros países. Esto se ha llamado una "fuga de empresas". En lugar de pensar lógicamente en realinear los impuestos en cuestión, el presidente Obama ordenó al secretario del Tesoro poner en práctica (sin mediación del Congreso) regulaciones que obstaculicen los movimientos. Para justificar sus acciones, el presidente señaló retóricamente que "su administración actuará donde quiera que pueda para proteger el progreso que el pueblo americano ha logrado con su duro trabajo". Por su parte, el secretario apuntó que las transacciones en cuestión "pueden ser legales, pero son malas". En otras palabras, el asunto ya no es económico ni jurídico, sino ético. Yeah, right, Mr. Lew.

En Europa, el Banco Central Europeo (presidido por el italiano Mario Draghi) ha decidido imitar, con rezago, a sus contrapartes japonesa y estadounidense, intensificando la flojedad monetaria, echando mano más o menos del mismo instrumento -esto es, comprando valores en el mercado financiero, creando dinero para el caso. Lo cierto es que cinco años de tasas de interés mínimas no han podido sacar del estancamiento a la economía del continente, entre otras razones, porque los bancos no han aumentado el crédito concedido a las empresas y las familias -a pesar de su baratura histórica. Entre las razones explicativas de ello me parece que sobresalen dos: 1) por el lado de la demanda, la incertidumbre reinante sobre la evolución de la economía y, entonces, sobre el riesgo representado por un mayor endeudamiento; y, 2) por el lado de la oferta, el aumento drástico de las exigencias para que las instituciones bancarias aumenten su capital, eleven su liquidez y disminuyan su apalancamiento. En español esto quiere decir que los acreditados potenciales son más cautelosos y que los bancos tienen menos margen de maniobra para prestar. Así pues, las autoridades pretenden, por una parte, que la banca expanda el crédito para reanimar la economía pero, por la otra, la limitan con nuevas regulaciones. Incoerenza, Dottore Draghi. No planteo con lo anterior que sea innecesario fortalecer las finanzas bancarias. Apunto simplemente que, al hacerlo, no es razonable esperar buenos resultados de una expansión monetaria adicional.

Es cierto que, a veces, el gobierno puede intervenir positivamente en la economía. Para lograrlo, sus acciones necesitan un mínimo de consistencia.

 

Everardo Elizondo

domingo, 28 de septiembre de 2014

Innovación y riqueza

El libro de Thomas Piketty, "Capital", ha causado sensación por la simple razón de que toca un tema preocupante: la desigualdad. Su argumento central es que el capital crece mucho más rápido que el producto del trabajo, es decir: el dinero se reproduce con celeridad y quienes lo tienen lo multiplican sin cesar.

Lo que Piketty no distingue es la creación del capital de la acumulación del mismo. Ahí yace una lección clave para nosotros.

En términos conceptuales, el argumento de Piketty es impecable porque muestra cómo, a lo largo de la historia, el dinero tiende a reproducirse. Sin embargo, su planteamiento se refiere, en el fondo, a los rentistas: personas que heredan capitales acumulados por otros y que son ricos o ricas por virtud de herencia y no de trabajo.

En el corazón del debate que ha desatado su publicación yace una interrogante crucial: el capital ¿se multiplica inexorablemente? o ¿se recrea en cada generación? O sea, la riqueza se crea o es producto de herencia.

Piketty no hace esta distinción y enfoca partiendo del principio de que los ricos son todos producto de herencia, razón por la cual propone un impuesto para atenuar la desigualdad resultante. La forma en que uno entienda y defina estos asuntos determina si es necesaria algún tipo de acción correctiva.

Para Piketty, "el retorno del capital con frecuencia combina elementos de creatividad empresarial, suerte y robo descarado". Sobre Betancourt, la fortuna de L'Oréal, dice "que nunca ha trabajado un día en su vida", pero vio crecer su fortuna tan rápido como la de Bill Gates.

En este punto Deidre McCloskey, historiadora económica y autora de tres volúmenes sobre el origen de la riqueza en el mundo occidental, aporta una perspectiva invaluable.

Para McCloskey el gran salto en el ingreso en Europa en los últimos siglos provino no tanto del ahorro, sino de la legitimidad -la "dignidad"- de la burguesía: en la medida en que los burgueses (hoy empresarios) y su función social adquirió reconocimiento público, comenzaron a proliferar los valores de la acumulación capitalista y la innovación: la creación de riqueza es producto de la innovación y que ésta depende de que los valores predominantes en una sociedad favorezcan y premien a los innovadores.

Para McCloskey, innovadores como Steve Jobs y Bill Gates no hicieron sus fortunas gracias a la inversión de capital o al interés compuesto que produce su acumulación, sino a su propiedad intelectual. Más bien, inventaron algo nuevo que antes no existía. En este sentido, McCloskey representa una visión alternativa a Piketty.

Para McCloskey la creación empresarial de riqueza es lo único relevante y es lo que ella considera el reto medular de los Gobiernos que se proponen impulsar el desarrollo de sus países.

Aunque reconoce que siempre coexisten fortunas heredadas con fortunas creadas por innovación, su observación histórica es que lo que eleva la riqueza general de una sociedad no son los impuestos y la labor redistributiva del Gobierno, sino el contexto en el que actúan los empresarios.

Un entorno que legitima la creación de riqueza y "dignifica" la labor de los empresarios tiende a sedimentar la plataforma dentro de la cual una sociedad puede prosperar. En sentido contrario, la ausencia de reconocimiento social de la actividad empresarial conlleva poca innovación y, por lo tanto, poco crecimiento económico.

En México proliferan los ejemplos de riqueza acumulada, condición que ha llevado a que muchos justifiquen la receta de Piketty de gravar el capital. Pero también es obvio que el entorno socio-político no sólo no legitima la creación de riqueza, sino que la penaliza. Ambas circunstancias se retroalimentan creando tanto desigualdad como poco crecimiento económico.

Para Piketty la solución es obvia: gravar el capital y redistribuirlo en la forma de gasto público. McCloskey afirma lo contrario: imponerles impuestos gravosos a los potenciales Steve Jobs o Bill Gates no haría sino impedir la constitución de empresas exitosas como Apple y Microsoft. Para ella es preferible dejar que los herederos que no trabajan sigan acumulando a impedir que se cree nueva riqueza.

La pregunta para nosotros es cómo crear un entorno propicio para la creación de riqueza producto de la innovación.

Claramente, ése no ha sido el tenor de la estrategia histórica de desarrollo en el País y ahí se originan, desde mi perspectiva, buena parte de los rezagos sociales que nos caracterizan. Capaz que también ahí se requiere mucha innovación y un gran liderazgo.

Luis Rubio 
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Futuro de las universidades

La institución universitaria cumplirá un milenio este siglo. Es un invento medieval y estudiantil.

Hubo en Bolonia abogados famosos que se habían formado en la práctica. Recibían como ayudantes a hijos de notables que deseaban tener en la familia expertos que abogaran por sus intereses.

Los artesanos medievales estaban agremiados y entre sus reglas tenían las de aprendizaje y admisión de nuevos miembros. Cuando el aprendiz de un maestro demostraba que ya era capaz de hacer una obra maestra, entraba al gremio.

El modelo gremial inspiró a los estudiantes. Formaron una cooperativa (universitas): una especie de gremio estudiantil para arrendar locales, contratar bedeles y pagar a los maestros que enseñaran ahí, no en su casa. Con el tiempo, también los maestros se agremiaron. Y aunque la nueva institución nació al margen de la Iglesia y el Estado, después quedó sujeta a su intervención.

El instrumento de control decisivo fue la autorización para ejercer. Nadie podía enseñar teología sin autorización eclesiástica. Nadie podía ejercer como abogado sin título profesional. Este monopolio privilegió a los titulados: excluyó a los que saben, pero no tienen credenciales de saber.

Los primeros universitarios eran de clase alta, y no las necesitaban para subir a donde ya estaban. Pero las credenciales dieron la oportunidad de subir a los hijos de la clase media, y eso creó una demanda incontenible, que requería administración, mucha administración.

En el siglo 20, las universidades se burocratizaron, como casi todo en el planeta. Hoy son instituciones buscadas, ante todo, por las credenciales que otorgan.

El negocio va mal, por razones económicas y tecnológicas. Cuando millones tienen credenciales para subir, la ventaja se devalúa: abundan los universitarios desempleados o con empleos de poca paga y prestigio. A pesar de lo cual aumentan los costos de la institución, porque la administración se hincha y las exigencias sindicales son cada vez mayores. A esto hay que sumar la técnica medieval de enseñar, que se volvió obsoleta para un estudiantado masivo.

Quien haya tenido la fortuna de estudiar con buenos maestros, que en clase y fuera de clase le dieron atención personal para aprender y madurar, y hasta para iniciar con ellos su carrera profesional (en el despacho, consultorio o empresa del maestro), pueden creer que ese privilegio es generalizable a toda la población. No lo es.

Las universidades ya no valen lo que cuestan, y eso va a traer cambios. Tres están a la vista:
 
1. Separar dos funciones distintas: educar y credencializar, para concentrarse en educar. En muchos países ya existen organismos oficiales que no permiten ejercer (aunque se tenga un título universitario) sin aprobar exámenes uniformes. También existen asociaciones de especialistas que certifican los conocimientos de sus miembros.

Que las universidades certifiquen a sus graduados deforma su misión fundamental: educarlos. Si cobraran lo que cobran por dar los mismos cursos, pero sueltos y sin otorgar un título final, la demanda se desplomaría, reducida a los que quieren aprender, no sacar credenciales.

2. Separar las materias que requieren laboratorios, talleres, hospitales o la presencia física de un maestro de las que pueden enseñarse a distancia. Los costos de la presencia mutua del maestro y los estudiantes (desplazarse para coincidir en un lugar y momento) son elevadísimos, y sólo se justifican para algunas materias. Las demás deben impartirse de otra manera.

Asombra el éxito de Coursera, una empresa asociada con universidades de prestigio para dar cursos en línea. En dos años pasó de cero a 7 millones de estudiantes.

3. No ver la educación como una etapa previa a los años de trabajo, sino paralela y de toda la vida. Flexibilizar contenidos y calendarios en los planes de estudio para combinar educación y trabajo. Entrenar para el autodidactismo, y en particular: enseñar a leer libros completos, a resumirlos por escrito y discutirlos.

Después de la imprenta (renacentista) e internet (actual), ¿se justifica la universidad (medieval)? Ya en el siglo 19, Carlyle escribía: "La verdadera universidad hoy es una colección de libros". Lo más que puede hacer un maestro universitario por nosotros es lo mismo que un maestro de primaria: enseñarnos a leer ("Los Héroes", V).

Desgraciadamente, se han multiplicado los universitarios que no saben leer libros, y las universidades no se hacen responsables de tamaña atrofia.

Gabriel Zaid


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domingo, 14 de septiembre de 2014

Propiedad y desarrollo

Nuestra tradición política y cultural tiende a despreciar uno de los pilares del desarrollo occidental.

La propiedad, esa ancla del desarrollo que primero articuló, en términos filosóficos, John Locke, es mucho más trascendente de lo que usualmente reconocemos. La certeza respecto a la propiedad que una persona tiene determina su disposición a ahorrar e invertir, de lo cual depende, a final de cuentas, el desarrollo económico: elemento de esencia en la condición humana.

Dos anécdotas aprendidas a lo largo de los años me han hecho pensar mucho en esto.

La primera es sumamente reveladora: un empresario se hastió de las reparaciones que con frecuencia tenía que hacerle a las dos combis de su negocio, mismas que incluían llantas nuevas a cada rato, frenos, golpes y demás.

Desesperado por los costos incrementales, decidió cambiar la forma de relacionarse con su personal de reparto. Reparó las combis, cambiándoles el motor, las llantas y todo lo relevante: las dejó impecables. Se las vendió a sus repartidores con un crédito sin intereses y negoció un contrato de servicio por medio del cual los repartidores se comprometían a entregar sus productos con la oportunidad y en condiciones requeridas.

El corolario de la historia es que las combis, ahora bajo el cuidado de sus nuevos dueños, dejaron de requerir reparaciones frecuentes y los antes empleados se convirtieron en empresarios, repartiendo productos para varias empresas. Como dice el dicho, a ojos del amo engorda el caballo.

Una vez suyas, las combis dejaron de ser un problema de otro para convertirse en una oportunidad propia. Ésa es la magia de la propiedad. Es también la razón por la que las casas en las que habitan sus dueños suelen estar en mucho mejores condiciones que las que son rentadas o por qué el dueño de un automóvil lo cuida y lava en tanto que a nadie se le ocurriría lavar un auto rentado.

Este principio, evidente a nivel individual, es igualmente válido para los proyectos más ambiciosos. Es también el factor que quizá acabe siendo decisivo en el éxito o fracaso de la reforma energética.

La otra anécdota es la conclusión de un artículo que Hernando de Soto, el economista-filósofo peruano, escribió en los 90: "En mi infancia en Perú me decían que los ranchos que visitaba eran propiedad comunal y no de los campesinos en lo individual. Sin embargo, cuando caminaba yo entre un campo y otro, los ladridos de los perros iban cambiando. Los perros ignoraban la ley prevaleciente: todo lo que sabían es cuál era la parcela que sus amos controlaban".

La contradicción que prevalece en nuestra cultura y marco legal es mucho más profunda de lo aparente. En contraste con la propiedad rural, la propiedad urbana nunca ha pretendido ser comunal. Sin embargo, las protecciones legales que existen para esa propiedad no son mucho más sólidas.

En nuestro país es mucho más fácil expropiar un predio que en otras latitudes, son frecuentes los conflictos respecto a quién es propietario de qué y hay un elemento cultural que tiende a despreciar la propiedad existente.

Es decir, no existe un reconocimiento popular o político de la trascendencia que entrañan esas dudas: en la medida en que no hay certeza, pasa lo que con las combis.

El problema se multiplica con el fenómeno de la extorsión y el secuestro, que, en un sentido "técnico", no es sino un atentado contra la propiedad y seguridad de las personas y sus bienes.

Por supuesto, los derechos de propiedad no son una panacea, y en una sociedad con diferencias tan grandes de pobreza y riqueza, es explicable que muchos consideren que una cosa explica a la otra: que si no hubiera propiedad y su concentración, tampoco habría pobreza.

La paradoja es que quienes más sufren por la existencia de derechos débiles de propiedad son precisamente aquellos que más los necesitan. La economía informal ilustra esto mejor que nada: puede tratarse de un negocio próspero y con potencial de crecimiento (pienso en franquicias de puestos de comida), pero eso requiere crédito y éste es imposible mientras no se reconozca la propiedad del negocio.

En realidad, la informalidad es evidencia del problema: la pobre protección a la propiedad hace fácil entrar a la informalidad porque es lo mismo, porque no hay nada qué perder.

Como dice Richard Stroup, "los derechos de propiedad obligan a la gente a hacerse responsable: cuando la gente trata mal o sin cuidado algo de su propiedad, su valor decrece. Cuando se le cuida, su valor se incrementa".

Luis Rubio 
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lunes, 8 de septiembre de 2014

El salario del miedo

"El salario del miedo" es una estupenda película francesa de los años cincuenta, protagonizada por Yves Montand. El título se refiere al salario extraordinario pagado a cuatro europeos desesperados, que aceptan manejar un par de camiones cargados con nitroglicerina, a lo largo de cientos de kilómetros de malos caminos en Venezuela. La frase sirvió a un crítico memorioso, en 2013, para calificar la decisión de Nicolás Maduro de incrementar los salarios de los militares en un porcentaje varias veces mayor al aumento decretado para los trabajadores.

Consideraciones económicas aparte, no me parece injusto atribuir el origen del debate actual sobre los salarios mínimos en México, al menos en parte, a un temor político. Creo que tal atribución no necesita de más prueba: los partidos la han aportado.

Siguiendo con lo ajeno por un momento, he leído con atención varios comentarios donde se lamenta la "politización" de la discusión referida. Dado que el concepto se encuentra en el Artículo 12 3 de la Constitución, el tema es político por naturaleza. (Según entiendo, se estableció por primera vez en la Constitución de 1917). En otras palabras, no está politizado ahora, siempre ha sido así.

Dejando de lado lo anterior, el lector puede encontrar de algún interés las siguientes observaciones sumarias:
 
1.- La teoría económica y el sentido común no dejan lugar a dudas. En ciertas condiciones, aumentar "por decreto" el precio del trabajo puede resultar en mayor desempleo. Esto último afectaría, en especial, a los nuevos entrantes a la fuerza de trabajo, es decir, a los jóvenes, a los poco capacitados, etc. Se trata simplemente de una aplicación de la "ley de hierro" de la demanda: cuando aumenta el precio de algo (el trabajo), lo más probable es que se reduzca la cantidad comprada. A este respecto, la enorme literatura disponible no ofrece conclusiones definitivas. Sin embargo, algunos estudios recientes sugieren lo razonable: que el salario mínimo afecta el crecimiento del empleo, y que ese efecto es más pronunciado en los sectores económicos con una mayor proporción de trabajadores de bajos ingresos (baja productividad). En nuestro caso, vale suponer también que incentivaría la informalidad. Según entiendo, el 93% de los trabajadores que ganan hasta un salario mínimo laboran en la informalidad.

2.- Es cierto, por supuesto, que en términos reales el salario mínimo se ha reducido en forma muy significativa durante las últimas décadas (pero de 2000 a la fecha ha tenido un ligero crecimiento). Como quiera, el 70% de caída destacado en los discursos políticos es un mal punto de referencia, por una sencilla razón: la comparación se hace con el "pico" alcanzado en 1977 (1976), una situación anormal, producto de las (muchas) tonterías económicas de Luis Echeverría.

3.- El salario real se ha desplomado, una y otra vez, a lo largo del pasado reciente, como consecuencia de la persistencia de la inflación y de las diferentes crisis recurrentes que se han sufrido. De ello se sigue una recomendación obvia de política económica: estabilizar la economía redunda en beneficio sostenido de los trabajadores. En términos más concretos, eso quiere decir reducir y controlar la inflación y evitar los desequilibrios (fiscales y externos) que desembocan en catástrofes.

4.- Considerando lo anterior, resulta curioso notar que algunos de los críticos más severos del deterioro del salario mínimo son, al mismo tiempo, partidarios de aflojar la lucha contra la inflación y de devaluar sistemáticamente el peso -dos fenómenos que reducirían sin remedio el salario real.

5.- La teoría generalmente aceptada no avala la idea de que aumentar el salario mínimo se traduce por fuerza en inflación. El alza en cuestión significaría un incremento del costo de la mano de obra y en un salto hacia arriba de muchos precios. También, sin duda, en un deterioro de las expectativas. Sin embargo, para que se genere un proceso inflacionario lo anterior tiene que ser validado, a fin de cuentas, por una expansión del dinero en circulación. "La inflación es un fenómeno monetario".

6.- Por cierto, del 2000 al presente el llamado "salario medio de cotización" de los trabajadores afiliados al IMSS ha crecido 20% en términos reales.

Es ilusorio pensar que elevar el salario mínimo -por decreto, desde luego- va a terminar con la pobreza y va a reducir de veras la desigualdad. Así se ha intentado en el pasado... empeorando la situación.

Everardo Elizondo


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