sábado, 30 de junio de 2012

Sin pretextos, a votar

La demostración más importante de mañana no la harán los políticos. No la harán los partidos políticos, ni los militantes de estos partidos que han dejado de creer en México para convertirse en mercenarios a sueldo actual o futuro que solamente piensan en ganar la elección sin importar nada más.

La demostración más importante del domingo la tenemos que dar los ciudadanos.

La tenemos que hacer los mexicanos. Primero votando y luego respetando los resultados de la elección.

Más de 84 millones de ciudadanos inscritos en el padrón electoral tienen la posibilidad de decidir mañana el escenario de gobierno que quieren. Rechazo total a quien no tenga el dedo teñido con tinta indeleble el lunes. No se puede aspirar a ser un ciudadano en México si no se ejerce el derecho y la responsabilidad más elemental, votar, como requisito fundamental.

Vale la pena recordarlo, no se vota por una persona. Se vota por la manera en que el Gobierno tomará decisiones en los próximos años. La estructura de las elecciones obliga a pensar que votamos por una persona o un partido.

Sin embargo, mañana votamos por la forma en que esos políticos se comportarán gobernando, cómo formarán alianzas y cómo decidirán por nosotros.

Yo tengo más de 15 años de ver cómo los partidos políticos y sus seguidores destruyen la forma de tomar decisiones en este país. Engaños, promesas incumplidas, mentiras: los partidos y sus políticos se acomodan a conveniencia.

Sin embargo, como mexicanos, exigimos que se pongan de acuerdo.

Tres intentos de reforma por permitir la reelección de legisladores y Alcaldes y candidaturas ciudadanas fallidos. Desde el 2000 más de cuatro intentos de reformas hacendarias que permitirían tener más responsabilidades fiscales a los gobiernos evitando que se endeuden como locos, así como un sistema impositivo más justo para los ciudadanos que sí pagamos impuestos. Un número similar de reformas electorales que privilegiaron a los partidos en vez de a los ciudadanos.

Todas terminaron en intentos incompletos y le aseguro, doble contra sencillo, que la electoral será una reforma del 2013, pase lo que pase mañana.

La razón la conocemos de sobra y permite mostrar cómo el egoísmo supera la colaboración y cómo la manipulación de corto plazo secuestra el interés futuro del País.

Luchar por tener un Gobierno eficiente, efectivo y delgado no debería ser un tema de discusión política. Es un tema de elemental necesidad. Entre más grande sea el Gobierno, más inepta es su sociedad. China no tiene un Gobierno más grande en términos de su PIB que muchos europeos hoy.

No podemos como ciudadanos seguir cargando con gobiernos estatales y municipales superados ante su incapacidad de gobernar eficientemente y su irresponsabilidad para endeudarse y financiar su ineptitud.

En la última década, a excepción de Tlaxcala, todos los gobiernos estatales y sus respectivos municipios de ciudades grandes se han desbordado en sus finanzas públicas. Han gastado mucho más de lo que los ciudadanos les han provisto. Han hecho obras de infraestructura caras, llenas de corrupción para atender las facturas de quienes los apoyaron para llegar al poder o simplemente para seguir robando. Se han creado, como en nuestro Estado, redes de compadrazgos entre constructoras favoritas, empresas fantasmas que producen candidatos con enriquecimientos inexplicables y mediocridad en las obras públicas y programas sociales.

La industria del tráfico de influencias y favores ha cobrado una severa factura en la capacidad de los gobiernos de servirnos con eficiencia.

Mañana tenemos la oportunidad de declararnos en contra de las ineptitudes del Gobierno, en contra del tráfico de influencias, de la corrupción y del robo de las arcas municipales.

Mañana tenemos la oportunidad de reconocer que los políticos son nuestros servidores, que deben ser profesionales, que deben pagar una fianza altísima por los posibles yerros que puedan realizar en el ejercicio del gobierno.

Mañana debemos votar exigiendo que el Gobierno funcione mejor, que ejerza su liderazgo para seguir avanzando en los temas que a todos nos benefician y que tome decisiones efectivas.

Nuestro sistema político tiene enormes deficiencias, no permitamos que los incentivos de malas campañas, propuestas de gobiernos infantiles e irreales, candidatos con honestidad cuestionable, arruinen la libertad y el derecho a votar que tenemos. Destruyamos la abstención.

La tendencia de votación para mañana indica que seremos poco más de 48 millones de votantes, ojalá me equivoque y seamos más, pero si esto sucede, el próximo Presidente de México lo será por minoría de poco más de 17 millones de votos.

Esto es menos del 20 por ciento de los ciudadanos mexicanos.

El 2 de julio, quien gane tiene que abrazar la reconciliación como su primera estrategia y convencer al resto de los mexicanos que no votaron por él o ella que todos somos México y que necesitamos de todos para construir un mejor país decidiendo con eficiencia y honestidad.
 
Vidal Garza Cantú
vidalgarza@yahoo.com

miércoles, 27 de junio de 2012

México: corrupción, instituciones y voluntarismo

Decir que en México la corrupción es muy frecuente corre el riesgo de resultar una frase tímida. Lo cierto es que se trata de una enfermedad muy grave, extendida por todo el cuerpo social. La corrupción toma muchas formas, pero la más significativa, en lo económico, consiste en vender al público, con provecho propio, un bien o servicio que es propiedad gubernamental.

Los análisis globales indican que la corrupción es más aguda en las naciones subdesarrolladas. En concordancia, la clasificación que elabora Transparencia Internacional (2011) sitúa a México a la mitad de la tabla de los países de América, muy lejos del puntero continental positivo, que es Canadá.

Una lista de los ejemplos de corrupción en México, aunque fuera resumida, llenaría varios tomos voluminosos de una obra dedicada a la patología nacional. Sin mayor pretensión, ofrezco enseguida una muestra modesta: las "mordidas" ordinarias; la "expropiación" de los espacios públicos por parte de los vendedores ambulantes; la "venta" de plazas en las empresas estatales; la cómplice "inflación" del costo de las obras públicas; el suministro de "litros cortos" en las gasolineras; el "coyotaje" en el trámite de todo tipo de permisos; el "compadrazgo" en la provisión de bienes y en la contratación de personal; la "ordeña" de poliductos; etcétera, etcétera.

Frente al fenómeno, la reacción típica de las autoridades y de la sociedad se presenta en dos facetas: la condena moral y la acción policíaca. Ninguna de las dos es eficaz en forma duradera. (¿En qué quedó la sonora "renovación moral de la sociedad" del sexenio de Miguel de la Madrid? En un slogan de campaña. ¿Para qué ha servido, recientemente, la Secretaría de la Función Pública, uno de cuyos propósitos es "inhibir y sancionar las prácticas corruptas"? Para aumentar la burocracia.)

El conjunto de instituciones que caracteriza a una sociedad determina reglas del juego (normas) que, por un lado, establecen límites a las conductas individuales y, por otro, inducen ciertos comportamientos (positivos o negativos). De esa mezcla depende la interacción de los miembros de la comunidad en la economía. La corrupción resulta muy a menudo de un arreglo institucional que propicia el "portarse mal". Esta forma de ver el problema sugiere una solución favorita (creo) entre los economistas. En lugar de exhortaciones éticas y de persecuciones judiciales, lo lógico es reorganizar el gobierno, para reducir (minimizar) los "incentivos perversos". Esto significa diseñar las instituciones (las reglas) de manera que favorezcan las "conductas correctas".

Lo dicho en el párrafo previo puede parecer muy abstracto, pero tiene una traducción sencilla en la práctica. Siguen un par de ilustraciones.

1.- Cuando la economía mexicana estaba absurdamente cerrada a las importaciones (por medio de aranceles exorbitantes, de permisos previos, etcétera) la corrupción plagaba las transacciones del comercio exterior. Para poder internar las mercancías extranjeras al país, el comprador tenía que "estimular" la buena voluntad de algún empleado del gobierno, fuera un alto funcionario en la secretaría correspondiente o un humilde guardia en la frontera. La liberalización comercial eliminó en buena medida la oportunidad para la irregularidad. No cambió la moral de los mexicanos, no reforzó la vigilancia en las aduanas, simplemente achicó la posibilidad de la ganancia ilícita. En otras palabras, creó los incentivos correctos.

2.- En relación con el problema de los "litros cortos", creo que en más de una ocasión he planteado su remedio en estas páginas. No se requieren bombas más modernas ni más inspectores y multas. Todo lo que se necesita es la libre comercialización de la gasolina. Una buena parte del combustible que consumimos en México es importado. ¿Por qué tiene que ser Pemex el único importador y distribuidor? El monopolio se presta de inmediato a la corrupción. En contraste, lo sensato sería permitir que cualquiera pudiera importar la gasolina y abrir una estación de (verdadero) servicio en donde lo juzgara apropiado. La competencia entre los proveedores para atraer clientes evitaría el robo actual. Así de simple.

En lugar de lo anterior, en los vientos electorales que corren flota la idea vaporosa de que la solución de la corrupción consiste en que nuevos líderes, impolutos, den ejemplo de probidad a los míseros mortales. Esto se conoce con el término de voluntarismo, y admite varias acepciones. En política, voluntarista es una teoría, postura o práctica donde la voluntad de los sujetos políticos se considera decisiva. La noción no sólo refleja la soberbia de los proponentes, encaramados en su endeble percha moral, sino también su desconocimiento de la naturaleza humana.

Everardo Elizondo

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Creer que sólo porque AMLO es honesto (algo que no lo creo, hay evidencia de lo opuesto) arreglará el tema de la corrupción sólo con su "voluntarismo" es un simplismo pueril, por no usar otra palabra que se usa en mi rancho. Además, sus propuestas en muchas áreas son en el sentido de incrementar la burocracia (más secretarias), fortalecer a los monopolios públicos (unir PEMEX con CFE y crear de nuevo a LyFC para el SME), además de un aumento de los subsidios (bajar precios a gasolinas y energía eléctrica) y del incremento de aranceles a la importación (fortalecer el mercado interno, proteger la industria nacional, sustituir importaciones). Todo ello conlleva a más incentivos para que haya más corrupción. Lo único que realmente disminuye la corrupción es el libre mercado con mucha competencia. Por eso un gobierno obeso, todo poderoso, con mucha intervención en la economía, simplemente se vuelve muy corrupto.

http://no-al-populismo.blogspot.mx/

domingo, 24 de junio de 2012

El futuro y el PRI

"En ocasiones errado, pero nunca en duda", es una caracterización que fácilmente se podría aplicar al PRI. El partido de la revolución estabilizó al País en el siglo 20, pero nunca logró superar un sistema dedicado íntegra y exclusivamente a la llamada familia revolucionaria, a servir a los intereses del poder y sus negocios. El riesgo de la próxima elección es regresar a ese mundo de complacencia. México requiere un gobierno eficaz y la forma en que evolucionaron los dos gobiernos panistas recientes fue todo menos eso. Pero la solución no reside en un Gobierno en control absoluto del poder.

Los priistas se precian de su capacidad para gobernar. Pero su probada capacidad de ejecución no es lo mismo que un buen gobierno: México tuvo muchas décadas de gobiernos hábiles, pero no buenos gobiernos. De haberlos tenido, el País sería rico y próspero, como Corea u otros países de similar nivel de desarrollo. Requerimos un gobierno eficaz, pero también un buen gobierno. La pregunta es cómo lograr esa combinación.

El PRI que hoy flexiona el músculo no es moderno o visionario. Su vista está concentrada en el espejo retrovisor, en lo que para muchos priistas nunca debió abandonarse. En el mundo idílico del profesor: un Gobierno en control, una sociedad subordinada y una economía en crecimiento. Los 60.

Para el viejo sistema nunca existió la sociedad más que como instrumento manipulable. Esto no implica que se impidiera el crecimiento económico pues la evidencia de lo contrario es enorme, pero sí de que su función objetivo fuera la de servir a los intereses de la familia revolucionaria: mantenerse en el poder y explotarlo para su beneficio. Eso es lo que las mayorías absolutas hacen posible: la imposición.

Cuando el PRI perdió la Presidencia se creó la oportunidad de transformar al sistema político, remontando los traumas previos, pero construyendo sobre lo existente. Lamentablemente, las dos administraciones que sucedieron al PRI (de hecho, las últimas tres) no tuvieron la visión, grandeza o capacidad de trascender lo heredado. Los ciudadanos acabamos con una democracia enclenque que no ha satisfecho las expectativas o cambiado el rumbo del País. La conclusión de muchos es que el problema yace en la ausencia de mayorías legislativas. Yo difiero: el problema yace en la incompetencia de nuestros gobernantes recientes, en su inhabilidad para construir mayorías y transformar al sistema político.

Ese malogro es la principal explicación de la situación actual del PRI. En contraste con los partidos del viejo régimen en otras sociedades, el PRI la tuvo fácil: no tuvo que reformarse para volver a sobresalir en las preferencias electorales. El riesgo ahora es que la sociedad pague los platos rotos.

Más allá de las encuestas y de las diferencias de perspectiva entre jóvenes y viejos -los que vivieron la era del PRI abusivo y los que viven el desconcierto actual-, el País es un gran desorden. La propuesta del PRI para restaurar el orden ha sido convincente: un gobierno eficaz. Pero eficacia no implica un buen gobierno y ésa es la historia del PRI. La incompetencia de los últimos gobiernos impidió sustituir las estructuras e intereses priistas por instituciones funcionales y pesos y contrapesos debidamente estructurados.

Nadie puede dudar que el País requiere un gobierno eficaz. En la era priista, la eficacia estaba casi garantizada porque el sistema era tan fuerte y ubicuo que permitía que malos gobernantes funcionaran efectivamente. Pero desde que el PRI se dividió en los 80, su capacidad de imposición disminuyó. Desde entonces, el éxito de un Gobierno ha dependido de la habilidad política -individual- del Presidente: no es casualidad que entre 1982 y hoy sólo Salinas haya sido efectivo.

En este tiempo el País se ha descentralizado notablemente, pero no contamos con estructuras consolidadas de pesos y contrapesos que den estabilidad y predictibilidad al sistema en su conjunto. Eso es lo que crea tanta incertidumbre: la posibilidad de que el PRI regrese a restaurar el sistema opresivo o que López Obrador destruya lo poco que se ha avanzado. Nuestro problema es de ausencia de contrapesos y eso no se resuelve con un gobierno "eficaz" ni con mayorías absolutas en el Legislativo. México requiere una negociación entre las fuerzas políticas que le dé vida a un cuerpo institucional de pesos y contrapesos y nos lleve a otro estadio de desarrollo.

El País ha cambiado, aunque no siempre para bien: la realidad del poder ya no es de centralización política, sino de dispersión del poder con una enorme concentración en los liderazgos partidistas y los Gobernadores, además de los poderes fácticos. En contraste con la vieja era priista, la multiplicidad de contactos que caracteriza al mexicano promedio con el resto del mundo es impactante. La única razón por la cual el País ha seguido adelante en los últimos 20 ó 30 años es que los mexicanos encontraron formas de funcionar independientemente del Gobierno. Son los resabios del viejo sistema -el del PRI y el de AMLO- los que mantienen atorado al País. No hay a dónde regresar.

El reto del País es desmantelar, definitivamente, la estructura corporativista que persiste en las paraestatales, en el sindicalismo corrupto y en los negocios particulares, muchos de ellos ilícitos, de sus próceres. Afectar las bases de poder priista y sus estructuras de soporte. México requiere consolidar el modelo de apertura -en lo económico y en lo político- y eso implica afectar intereses priistas. La pregunta es si el monstruo puede funcionar rompiéndose las entrañas, y si controlando la Presidencia, el Congreso y el Senado tendría incentivos para hacerlo. Lo dudo.

El mexicano quiere orden, factor que ha fortalecido al PRI en esta contienda. Pero orden sin contenido no es respuesta. Para restaurar el orden y acabar de construir el camino del crecimiento hay que romper con lo que por tantos años fuimos, con el sistema priista. ¿Quién podría lograrlo? Sólo un Presidente con habilidades políticas, pero guiado por el imperativo de construir un acuerdo político con el resto de los partidos. Regresar a la era de mayorías absolutas sería una enorme regresión.

Luis Rubio
www.cidac.org
 

Voto Razonado

Vicente Fox no fue el candidato presidencial del entonces jefe del PAN, Felipe Calderón. Seis años después, Calderón no fue el candidato del Presidente Fox. Ni ahora Josefina Vázquez Mota es la candidata del Presidente Calderón. Sin embargo, el PAN logró procesar sus diferendos. Es lo más parecido que tenemos a un partido moderno.

En la tradición arcaica del PRI, el que se movía "no salía en la foto"; y los diferendos frente a la voluntad de arriba terminaban mal. El Presidente De la Madrid impuso al candidato Salinas, a costa de la ruptura que llevó a muchos cuadros a poner casa aparte en el PRD. A su vez, el Presidente Salinas impuso al candidato Colosio, a costa de que lo mataran; y al candidato Zedillo, a costa de que, al llegar a Presidente, se hablara de obligarlo a renunciar.

En el PRD, el caudillismo ha sido permanente en las distintas tribus y en la coalición, dominada primero por Cuauhtémoc Cárdenas y luego por el protegido que lo destronó: Andrés Manuel López Obrador. Marcelo Ebrard, a su vez protegido de López Obrador, no quiso o no pudo imponerse como candidato . Fue lamentable para la alternancia democrática, porque pudo haber llegado a Presidente; y lo deseable no es la recaída en el PRI, ni la permanencia indefinida del PAN, sino la alternancia entre la derecha moderada y la izquierda moderada.

Al Gore hubiera sido un mejor Presidente de Estados Unidos que Bush, y estuvo a punto de serlo en las elecciones del 2000. Hasta se habló de irregularidades que "le robaron" la Presidencia. Pero Gore se negó a que el país pagara el costo de prolongar la incertidumbre, y aceptó su derrota. En cambio, López Obrador no aceptó su derrota en 2006, y decidió que la incertidumbre, los bloqueos de calles y cualquier costo semejante para el País se justificaban, porque lo importante era impedir la Presidencia de Calderón; o, cuando menos, ensuciarla y estorbarla, ya que el "Presidente legítimo" era él. Ahora que vuelve a ser candidato a la Presidencia y parece haber cambiado de actitud, no ha logrado borrar la desconfianza de millones de votantes.

El PAN ha sido un buen partido fuera del poder: mucho mejor que en él. Tenía la imagen del niño bueno pero inepto para la acción práctica, y ha resultado más práctico, pero no tan bueno. No tenía, ni tiene, suficientes cuadros competentes y decentes para gobernar; lo cual hubiera sido secundario, de tener mano dura contra la corrupción, empezando por la propia. Pero no se ha distinguido por eso, frente a los demás partidos. Se ha ganado unas vacaciones fuera del poder, y más al presentar candidatos impresentables como Fernando Larrazabal. El PRD no se queda atrás, cobijando a Dolores Padierna, Martín Esparza y Manuel Bartlett. Ni el Verde ni el Panal, donde Elba Esther Gordillo se cobija con un candidato presentable.

Se comprende el pesimismo de los que sienten que no estamos preparados para la democracia; y que es mejor la Presidencia absoluta. Pero no hay que ser tan pesimistas, ni olvidar las barbaridades de la Presidencia absoluta. La democracia se hace lentamente y desde abajo, fuera de los partidos y fuera del Estado, construyendo una vida pública más autónoma y organismos ciudadanos que obliguen a funcionar debidamente ésta y aquella ventanilla. La sociedad mexicana avanza desde hace décadas, y ahora lleva a rastras una clase política que estrena su libertad del yugo presidencial, la disfruta ampliamente y busca su interés antes que el interés público.

Hay que confiar en el avance social, más que en los partidos. Son poco respetables. Pero, como dicen los rancheros: "Con esos bueyes hay que arar". El voto en blanco es una tentación legítima, pero no es buena idea. Lo razonable es votar por los que estorben menos el desarrollo de la autonomía social. Esto descarta al PRI, con alguna excepción local donde el candidato haga la diferencia; y descarta al Panal, cuya mandamás tiene secuestrada la educación pública.

En el PAN y el PRD hay buenos o aceptables candidatos. Para la Jefatura del DF, el candidato del PRD parece preferible a la candidata del PAN. Para la Presidencia de la República es al revés. Josefina Vázquez Mota (a diferencia de Peña Nieto y López Obrador) no tiene recursos para intentar la restauración del presidencialismo, pero sí para enfrentarse al SNTE y remediar el desastre educativo.

Las grandes centrales sindicales son reliquias de la Presidencia absoluta, y pueden ser cimientos de su restauración. Tarde o temprano, la sociedad mexicana acabará domando a esos dinosaurios que sofocan el desarrollo del País. Pero con los otros candidatos será más tarde que temprano.
 
Gabriel Zaid
 
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Si el candidato de la izquierda hubiese sido Marcelo Ebrard sin duda habría ganado con amplia ventaja. Pero AMLO y sus fanatizados seguidores se montaron en su macho y lo volvieron a lanzar despreciando el dato de que casi el 40% de los ciudadanos lo rechaza tajantemente. AMLO tiene más votos negativos (gente que nunca votaría por él) que votos positivos. En el pecado (AMLO) llevarán la penitencia. Ni hablar, habrá 6 años más de "presidencia legítima".
 

lunes, 18 de junio de 2012

Grecia: corrupción y populismo

Escribí este artículo antes de conocer el resultado de las elecciones de ayer en Grecia. Como quiera, el viernes no había mucho margen para el optimismo. Si a fin de cuentas ganaron los moderados, tendrán que volver a la mesa de negociaciones para reprogramar los ajustes fiscales que condicionan el paquete de apoyo a la calamitosa economía nacional. Si ganaron los de la izquierda populista (SYRIZA), lo más probable es que el país tenga que abandonar la eurozona, quizá en medio del desorden.

Los de SYRIZA creen, como es común entre los populistas, que la corrupción es la causa de todas las dolencias de su país. Desde luego, la corrupción es un mal de por sí, pero me parece que el diagnóstico está equivocado, aunque sea muy eficaz en las urnas -como sabemos muy bien en América Latina.

He señalado en otras ocasiones que la opinión de los enterados consiste en ubicar el origen de la crisis europea en un mal diseño económico. Específicamente, en el hecho de que se trata de una unión monetaria sin una correspondiente unión fiscal. Así pues, los países tuvieron disciplina monetaria (y estabilidad cambiaria), pero con desorden fiscal (y financiero). La combinación probó ser insostenible en la práctica, tal como advirtieron sus críticos hace muchos años.

El rezago económico de Grecia dentro de la eurozona se explica por la ausencia de las instituciones adecuadas. La teoría moderna de la economía política del desarrollo (por ejemplo, en D. Acemoglu, Introduction to Modern Economic Growth) sitúa el problema del atraso económico en la existencia de un arreglo institucional inapropiado, que permite la generación de 'rentas' para un grupo privilegiado, pero que obstaculiza la innovación (en todos sentidos) y, por tanto, estanca la productividad y el aumento del ingreso para el grueso de la población. De ello resultan tanto la desigual distribución del ingreso y de la riqueza como la persistencia de la pobreza (por cierto, características seculares de América Latina). La experiencia confirma dichas ideas, tal como se revisa en el extraordinario libro reciente de M. Spence (The Next Convergence). La corrupción es una manifestación del desarreglo social, no su causa.


CORRUPCIÓN Y POPULISMO: UN EJEMPLO

Por lo común, los populistas no sólo denuncian la corrupción sino que ofrecen, obviamente, combatirla. Sin embargo, la paradoja es que sus políticas tienden frecuentemente a propiciarla. Y no es difícil encontrar la razón. El populismo económico cree que los principales males comunitarios pueden remediarse aumentando la intervención del Estado en la sociedad, la cual adopta muchas formas. Una de ellas consiste en establecer controles de los precios de algunos bienes y servicios, de ciertos insumos de la producción, y de varios activos financieros. En unos casos, se trata de 'proteger al consumidor'; en otros, de 'estimular al productor'; o bien, de 'controlar la especulación'.

Para que tengan sentido, los controles en cuestión tienen que abrir una brecha entre el precio de mercado y el precio oficial. A veces, el precio de mercado le parece 'muy alto' al gobernante y, entonces, impone un 'tope'; otras, lo juzga 'muy bajo' y, por tanto, establece un 'piso'. Y ahí aparece, fatalmente, la oportunidad para la corrupción. Siempre que hay una ganancia potencial, producto de una disparidad significativa entre lo que determina la fuerza de la realidad y lo que impone el arbitrio de la autoridad, es seguro que alguien la va a aprovechar. Desde luego, eso no ocurriría si el mundo estuviera poblado por ángeles, pero los humanos somos frágiles -algunos más que otros.

Además, hay que recordar que el control de precios manda señales equivocadas tanto a los consumidores como a los productores, distorsionando sus decisiones. Supongamos que se abarata artificialmente el crédito (se reduce la tasa de interés, como se hizo en Estados Unidos). Con ello, se induce una demanda excesiva, por ejemplo, de viviendas. El mercado responde con una expansión anormal del sector inmobiliario. Se observa un auge extraordinario (moteado seguramente con conductas inescrupulosas). Sin embargo, dado que el dinamismo se sustenta en una base ficticia, termina a fin de cuentas en un colapso.

La crisis ha favorecido la vigorización del populismo, acompañado de dos políticas muy socorridas en tiempos difíciles: el proteccionismo y el paternalismo. Dicha trilogía conforma lo que un amigo mío llama 'las tres pes ilusorias'. Hay que suponer que quienes la proponen tienen buenas intenciones. La ironía es que puede significar una 'solución' peor que el problema.

 

Everardo Elizondo

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AMLO engaña cuando dice que, cómo supuestamente él es honesto, con acabar con la corrupción se acabarían todos los males de México. No es así. Definitivamente la corrupción es un problema grave que hay que atacar, pero la forma que propone AMLO, más controles estatales, más burocracia, solo agravará el problema de corrupción.

 

domingo, 10 de junio de 2012

En juego

En un episodio de "The West Wing" le preguntan al contendiente para la siguiente elección por qué quiere ser Presidente. El candidato balbucea y su respuesta es todo menos convincente. Sus asesores se ríen hasta que se percatan de que su jefe, el Presidente, tampoco tiene idea de para qué quiere reelegirse. Algo así parece la contienda actual: grandes poses, pero poca claridad.

Hay muchas maneras de evaluar y contemplar los prospectos de una elección. Una es estudiar la historia del partido que postula a cada candidato, otra es analizar el desempeño pasado del propio individuo que contiende por la Presidencia. Quizá sea tiempo de incorporar al análisis otras variables, probablemente más trascendentes.

Lo fácil es irse por la personalidad del candidato o por sus propuestas tal y como salen de una plataforma diseñada para convencer a los desprevenidos. Las campañas electorales son una oportunidad para que cada partido y candidato presente su visión del futuro de una manera sesgada, como si lo que uno quisiera y deseara fuera siempre posible. Las campañas acaban siendo una excepcional ocasión para exagerar y vender el Nirvana sin la necesidad de empatar las propuestas con la realidad.

En el calor de la contienda, lo último que los candidatos quieren ver u oír es que la realidad es más complicada de lo que suponen, que sus propuestas no son especialmente innovadoras o que hay factores limitantes que harían difícil, si no es que imposible, la instrumentación de sus deseos. Es por esto que, desde una perspectiva ciudadana, sería mucho mejor comenzar del otro lado: lo ideal sería empezar por definir cuáles son los problemas del País y ver cómo los contendientes responden a esa realidad. Los ciudadanos obligarían a los candidatos a afinar sus propuestas y a aterrizar sus planteamientos.

Es posible que las necesidades y retos que el País enfrenta se resuman en una palabra: productividad. Según Paul Krugman, la productividad "no lo es todo, pero en el largo plazo es casi todo" porque determina el número y tipo de empleos que existirán y, por tanto, el ingreso de la población. Una manera de proseguir en esta contienda sería exigirle a los candidatos que explicaran cómo le harían para elevar el crecimiento de la productividad de la economía del País.

La productividad es un concepto que resume el conjunto de retos que caracterizan a una sociedad. La productividad consiste en producir más con menos recursos, o sea, optimizar el uso de energía, mano de obra, infraestructura y materias primas para satisfacer al mayor número de personas. La razón por la que el concepto es tan útil es que la productividad sólo puede crecer cuando no existen obstáculos.

Los obstáculos potenciales son de muchos tipos. Cuando un empresario se propone producir un bien o un servicio, tiene que comenzar por instalarse, obtener los permisos requeridos y conseguir recursos materiales, financieros y humanos. Cada uno de estos pasos entraña problemas potenciales, ofrece la posibilidad de convertirse en un obstáculo infranqueable. Por donde se busque, la combinación de monopolios, sindicatos, burócratas, poderes fácticos y pésima educación e infraestructura es un obstáculo formidable que amenaza la productividad y la viabilidad del País.

Si aceptamos que la productividad es el objetivo, el País parece estar diseñado para impedir su crecimiento. No es casualidad que la economía informal sea un recurso tan natural, pues permite obviar muchos obstáculos. Pero también entraña límites absolutos a lo que una empresa, y por lo tanto el País, puede desarrollarse y crecer.

Elevar la productividad general de la economía va a requerir enfrentar obstáculos, poderosos intereses que hoy se benefician de que todo esté paralizado. Uno podría suponer que cualquiera de los candidatos podría vencer esos obstáculos. Pero eso no ha ocurrido en el País en décadas, lo que sugiere que no es tan sencillo.

Frente a la necesidad de elevar la productividad, nuestros candidatos han sido parcos. El PRI nos propone fortalecer al Gobierno para que vuelva a florecer la economía, como en los 60, cuando no había competencia china, las importaciones eran irrelevantes y el País no tenía compromisos comerciales o de inversión. El PRD es más avezado: nos dice que hay que ignorar la realidad actual y sus restricciones para reconstruir los 70 porque así, por arte de magia, se podría imitar a China o Brasil. El PAN nos dice que hay que ver hacia adelante y afianzar lo logrado porque no hay hacia dónde regresar.

Cada uno de estos planteamientos es una caricatura, pero el problema es que no es muy distante de la realidad. Nuestra única salida como país reside en elevar la productividad y eso no se va a lograr gastando más como propone el PRD, concentrando el poder como propone el PRI o sólo combatiendo a la criminalidad como lo ha hecho el Gobierno actual.

El País requiere un planteamiento convincente de cómo se va a facilitar el funcionamiento de la economía, cómo se van a reducir los costos de producir en el País y cómo se va a acelerar la formación del personal disponible para que podamos competir exitosamente con el resto del mundo. El candidato que merecería ganar será aquél o aquélla que nos presente un proyecto razonable que entrañe un mayor equilibrio de poderes que haga funcional, pero no abusivo, al Gobierno; un sistema educativo que se concentre en el educando y no en las demandas del sindicato; y un esquema que privilegie al ciudadano por encima del burócrata.

La clave del próximo Gobierno reside en cuál de los candidatos tiene la capacidad y la disposición para enfrentar los obstáculos y los intereses que yacen detrás sin destruir la estabilidad financiera ni afectar los derechos ciudadanos que con tanta dificultad han avanzado. Cualquiera de los candidatos podría enfrentar obstáculos. La pregunta es cuál lo haría sin destruir lo que sí funciona y que es crucial para el desarrollo.

En lugar de bálsamos falsos, los ciudadanos deberíamos exigir propuestas susceptibles de romper los entuertos que nos tienen paralizados. Eso sólo es posible viendo hacia adelante porque lo de atrás es obvio que nunca funcionó.

Luis Rubio
www.cidac.org