martes, 22 de septiembre de 2015

Escuelas de $1 dólar al día

El progreso de México a fuercitas implica una mejora drástica en nuestro sistema educativo.

 

Repasemos alguna evidencia de nuestro fracaso. En matemáticas, los estudiantes de Shanghái ganaron el primer lugar en la prueba PISA en el 2012, con un puntaje promedio de 613. Allá, el 55% de los alumnos alcanza niveles superiores de desempeño y sólo el 4% el más bajo.

 

¿Y en México? 413 puntos de calificación. Y lo peor: ¡el 55% de los alumnos está en los niveles más bajos y un ínfimo 0.6% en los más altos!

 

El diagnóstico es demoledor: "el puntaje promedio en matemáticas en la OCDE es de 494, una diferencia de casi dos años de escolaridad respecto a los niveles de México".

 

¡Dos años menos de escuela en un quinceañero! Un tremendo lastre en un mundo abierto y ultracompetitivo: ni el más creativo y energético empresario triunfará con colaboradores que rebuznan.

 

Si me compra esta premisa, le "vendo" dos más:

1. Aun si mágicamente la educación en México mañana amaneciera siendo de igual calidad que la de Shanghái, los efectos de esta mejora tardarían 20 años en notarse.

 

2. Es evidente que nuestros sindicatos magisteriales no están dispuestos a cambiar y que a nuestras autoridades les faltan pantalones (y otra cosita) para forzarlos.

 

La solución nos la da Arquímides: "dame una palanca (punto de apoyo) y moveré al mundo". Hay que apalancarnos para cambiar.

 

¿Dónde está esta palanca? Al igual que en los negocios y en la vida: en la competencia. Nuestras escuelas públicas deben competir para mejorar.

 

Aunque me tachen de "privatizador" y derechista, deberíamos experimentar con un sistema de vales educativos que los padres puedan usar en la escuela de su elección.

 

No se puede, dirán muchos: la educación privada es muy cara. Mmmm, metámosle numeritos al asunto.

 

De acuerdo al presupuesto 2015, el gasto total para los poco más de 21 millones de alumnos de primaria y secundaria en México es de casi $394,000 millones de pesos, unos $18,600 pesos por alumno por año.

 

Depende de la escuela privada y de la región del País, pero en realidad es probable que la colegiatura anual sea superior a $19,000 pesos. Ah, pero aquí es donde la innovación entra en escena.

 

"El fracaso del Estado (en el mundo en desarrollo) al proveer a los niños con educación de calidad ha generado el nacimiento de escuelas privadas que pueden costar tan poco como $1 dólar a la semana", explica The Economist.

 

De acuerdo al semanario británico, estas escuelas se han extendido por África, el Oriente Medio y el sureste asiático. Por ejemplo, cita el caso de Mathare, una provincia de Kenia donde hay apenas 4 escuelas públicas por 120 privadas.

 

"De acuerdo al Banco Mundial, una quinta parte de los alumnos de primaria del mundo en desarrollo van a escuelas privadas, el doble de hace 20 años", explican.

 

¿Los obstáculos a este avance? Igualito que en México: sindicatos magisteriales, políticos que ven a la educación como "una obligación del Estado" y ONGs que no ven con buenos ojos a la iniciativa privada.

 

"Esto daña sobre todo a aquellos que debieran ser el objetivo final de los educadores: los niños", argumenta el reportaje.

 

¿Sabe qué? No podría estar más de acuerdo. Y sobre todo ante pruebas contundentes de lo podrido de nuestro sistema. Dígame si no:

a) Según Mexicanos Primero no se sabe nada de casi 600 mil personas que están en las nóminas magisteriales. Increíble: el 26% del total, un boquete de unos $51,500 millones de pesos anuales.

 

b) El Centro de Estudios Educativos y Sociales asegura que la mitad de los maestros que enseñan inglés no lo saben.

 

c) En los últimos 12 años se han aprobado inversiones de más de $90,000 millones de pesos en infraestructura. ¿El resultado? "Los gobiernos estatales los utilizan para todo menos para infraestructura", asegura el Tec de Monterrey.

 

Y así sucesivamente... Ante esta dramática fotografía, los nuevos "bonos educativos" y lo que se les ocurra a nuestros brillantes políticos no servirán para nada.

 

Necesitamos apalancarnos. Digamos que The Economist exagera, supongamos que una primaria privada bien manejada cueste $1 dólar al día. La colegiatura anual de una escuela así sería apenas el 22% de lo que gastamos actualmente. ¿Funcionaría? Que los padres evalúen la calidad y decidan. Le aseguro que los "ganones" serán los niños.

 

No me malinterprete: no estoy en contra de las escuelas públicas y de los maestros, pero sí estoy a favor de las mejoras que trae la competencia. ¿No sería bueno probarla en la educación?

En pocas palabras...

"La educación es lo que queda cuando se olvida lo aprendido en la escuela".

Albert Einstein

Jorge A. Meléndez Ruiz

benchmark@elnorte.com

Twitter: @jorgemelendez

 

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domingo, 20 de septiembre de 2015

Productores

Algo peculiar ocurre en la economía del mundo. La crisis de los últimos años, llamada "la gran recesión", ha alterado los patrones de crecimiento, minado los ingresos de buena parte de la humanidad y puesto en jaque a gobiernos, países y actores económicos en todo el orbe. En este contexto es irónico que, a pesar de la profundidad de la crisis, ningún político serio en el mundo dispute la continuidad del capitalismo. En otra era, algo similar llevó al surgimiento del fascismo. Hoy, sin embargo, los votantes en una nación tras otra han sido consistentes en elegir gobiernos centristas dedicados a enderezar el barco más que a cambiarlo. Lo extraño es que esa consistencia entre los electores no ha venido acompañada de un reconocimiento de los empresarios como generadores de riqueza en la sociedad. Thomas Sowell resume así esta circunstancia: "uno de los signos de nuestro tiempo es que hemos demonizado a los productores, subsidiado a quienes se niegan a producir y canonizado a quienes se quejan de quienes producen".

 

Los críticos del capitalismo son legendarios. Mucho antes que Marx inaugurara la era del análisis "científico", el Nuevo Testamento ya estaba lleno de críticas a diversos aspectos del funcionamiento de los mercados. En los últimos años, estudiosos y activistas han publicado libros y manifiestos convocando al desmantelamiento de ese sistema económico. Piketty, que goza el peculiar mérito de ser el autor de uno de los libros más vendidos pero menos leídos de la historia (Amazon lo mide a través de su lector electrónico), inició la racha, a la cual ahora se ha sumado un poderoso volumen por parte de Paul Mason intitulado Postcapitalismo, anticipando el fin del capitalismo dada la globalización y la Internet. A pesar de esto, la economía de mercado sigue avanzando sin cesar.

 

En México la creatividad que evidencian los informales es seña inconfundible de la vitalidad de la labor empresarial en el país. La cantidad de gente que se dedica a actividades creativas por cuenta propia aumenta de manera imparable. Aunque no se dicen empresarios, eso es lo que hacen: compran, venden, crean, agregan valor. Lo más impactante del mercado informal en México es su capacidad de adaptación, la versatilidad de sus respuestas y los servicios que cambian día a día, justo lo que uno esperaría de un mercado dinámico. De igual forma, miles de mexicanos son activos partícipes de la revolución digital en Silicon Valley y muchos más aspiran a serlo. Cada uno en su mundo, estos actores están transformando la vida económica en México y en el mundo. ¿Por qué entonces la baja popularidad del empresariado?

 

El hecho de que miles o millones de empresarios rehúsen llamarse así es significativo. En México, el título de empresario se asocia con un grupo de personas ricas y no con personas creativas y dinámicas que satisfacen las necesidades de la población. Parte de la razón tiene que ver con la percepción de que muchos empresarios no son producto de su habilidad o capacidad para satisfacer al consumidor sino de favores gubernamentales, concesiones y otros medios similares. Muchos de quienes se llaman empresarios no hacen lo que uno esperaría del empresario: adaptarse, asumir riesgos y buscar nuevas formas de responder ante la demanda del consumidor. Además, las distancias en riqueza que caracterizan a muchos de los más prominentes empresarios respecto al ciudadano común y corriente son tan grandes que es fácil asociar empresario con riqueza y no con creatividad. Quizá esto explique el rechazo al uso del término en un sector extraordinariamente dinámico de la economía como el informal.

 

Independientemente de la veracidad o falsedad de las percepciones respecto al origen de la riqueza de muchos de los empresarios más visibles, es evidente que en la medida en que existan fortunas emanadas no del mercado sino del abuso, la protección y de favores gubernamentales, la solidez y credibilidad del capitalismo acaba profundamente mermada. Muchas fortunas se han construido al amparo de la política y muchos políticos emplean prestanombres para utilizar su puesto para enriquecerse. El círculo es amplio y en nada favorable al desarrollo de una economía sana que requiere, según muchos de los estudiosos más serios, que la función empresarial sea apreciada y reconocida como socialmente relevante. Sin ello no existen condiciones para que haya inversiones, se tomen riesgos y se genere un entorno vital de creatividad económica.

 

Al final del día, el éxito económico del país no puede depender de la creatividad del sector informal de la economía pues, a pesar de todo su dinamismo, tiene límites a su potencial. La vitalidad de la economía mexicana va a depender de que se revisen las reglas del juego, se desarrollen mercados competitivos, se formalicen los informales para darles vuelo y, con ello, se creen condiciones no sólo para que crezca la economía, la riqueza y el empleo, sino también el aprecio a la función empresarial.

 

El desarrollo de una economía requiere confianza entre gobernantes y gobernados y ésta no surge del aire. Un estudioso de la universidad de California que ha estudiado migrantes deportados encontró a uno que explicó que había intentado iniciar un negocio pero que acabó fracasando porque "aquí no hay reglas". No es casualidad que muchos mexicanos de origen modesto triunfen allá y fracasen aquí: allá sí hay reglas y esa es la base de la confianza en las instituciones y del aprecio a los empresarios.

 

Luis Rubio

http://cidac.org/

lunes, 14 de septiembre de 2015

Libertad económica y migración

No hay duda de que los derechos de los migrantes no se respetan a plenitud en los países a donde llegan (o donde transitan), pero el problema de veras consiste en la carencia abismal de ellos en los países de donde proceden. Enfocados en lo primero, los críticos de la situación parecen olvidar la falta de libertad, los obstáculos al emprendimiento y la innovación y, sobre todo, el enorme déficit de acumulación de capital humano que caracterizan a las naciones originadoras de la migración. El centro de la cuestión no está en la supuesta resistencia o, de plano, hostilidad de Estados Unidos y de Europa Occidental, sino en la secular ineficiencia del torpe marco institucional de América Latina y África, en especial. Veamos.

 

1.- Un think tank de Estados Unidos (The Heritage Foundation), en colaboración con The Wall Street Journal, prepara anualmente un índice de libertad económica. El índice tiene más de veinte años de existencia. Allá por el inicio del 2015 se publicaron los resultados más recientes, con referencia a 178 países. Como ha sido usual, los tres países más libres en lo económico fueron Hong Kong, Singapur y Nueva Zelanda; los tres menos libres fueron Venezuela, Cuba y Corea del Norte. Por cierto, Chile se situó en un honroso séptimo lugar. México ocupó la posición 59 y se ubicó entre los que se califican como "moderadamente libres".

 

El índice se construye a partir de factores como la libertad de comerciar internacionalmente, la intensidad y calidad de la regulación, la vigencia del derecho de propiedad, la eficiencia del gasto público, etc.

 

Sin mayor análisis, es fácil concluir que los países de mayor ingreso (los ricos, en el lenguaje coloquial) son típicamente más libres que los de menor ingreso (los pobres). Por ejemplo, en términos de libertad económica, Corea del Norte y Corea del Sur son (casi) polos opuestos; y, como era de esperarse, la primera es una economía subdesarrollada, con un ingreso por persona muy bajo, mientras que la segunda es nada menos que uno de los famosos Tigres Asiáticos, con un ingreso por persona similar al de España y algo así como quince veces más alto que su contraparte norteña.

 

2.- El Banco Mundial prepara un indicador (Ease of Doing Business) parecido al anterior, que intenta medir qué tan favorable es el marco regulatorio para las empresas, y la clasificación resultante no es muy distinta que la citada. Los tres primeros lugares los ocupan Singapur, Nueva Zelanda y Hong Kong... con México en el trigésimo noveno. En esta comparación, Venezuela está cerca del final de la lista de 189 países, pero los últimos tres sitios los ocupan naciones de África (la República Central Africana, Libia y Eritrea).

 

3.- El Foro Económico Mundial elabora varias mediciones de relevancia para lo comentado, pero una de ellas me parece particularmente significativa. Se trata del llamado Índice de Capital Humano. Éste es un indicador relativamente nuevo, que intenta "capturar" cuatro aspectos: educación, salud, calidad de la mano de obra y entorno favorable al rendimiento. En este caso, en 2015, Suiza, Finlandia y Singapur (otra vez) se llevaron las medallas de oro, plata y bronce. México se encontró más o menos a la mitad de la lista (58 de 122). ¿Qué países estuvieron al final? Para enfatizar el punto, vale notar que nueve de los últimos diez fueron africanos.

 

Si con la información referida y la correspondiente a los flujos de migración se dibuja un mapa mundial, se encuentra que los migrantes se mueven, lógicamente, de los países menos libres, más regulados y menos capitalizados hacia aquellos donde el entorno les permite trabajar, innovar, asumir riesgos y recibir el fruto cabal de sus esfuerzos. ¿Suena conocido? "We have met the enemy, and he is us" (Pogo).

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La semana pasada publiqué una breve nota crítica sobre una declaración de Donald Trump, referente al proteccionismo industrial. Un lector me comentó que no había sido suficientemente severo en el juicio. Toda proporción guardada, dicha reacción se parece a aquellas que lamentan que el gobierno mexicano no se haya ocupado, oficialmente, de responder a los excesos verbales del Sr. Trump. En mi opinión, la posición del gobierno es la adecuada. Talleyrand, el diplomático por excelencia, recomendaba a sus subordinados actuar "sobre todo, señores, sin excesivo celo". En otras palabras, con la cabeza fría, con objetividad.

 

Everardo Elizondo

El autor es profesor de economía en la EGADE, Business School, ITESM.

 

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sábado, 9 de mayo de 2015

¿Por qué #broncochairos o #broncoliebers?

No es un secreto y tampoco es noticia reciente que no soy simpatizante de Jaime Rodriguez Calderón, el bronco. Desde que fue alcalde de García, cuando se hizo muy conocido, se me hizo muy fanfarrón. No fue hasta que inició su campaña por el gobierno de Nuevo León, hace ya casi 3 años, que empecé a seguirlo más de cerca. Desde sus primeras entrevistas, sus reportajes, y hasta película, me di cuenta de su populismo exacerbado. Y quienes me conocen bien saben que mi liberalismo no procesa propuestas y actitudes populistas.

 

Cuando renuncia al PRI y abiertamente inicia campaña como "independiente" (solo de partido, no de forma de ser, ni de amistades) su propuesta de mercado (eso es y eso hacen todos los políticos) fue simple y con "argumentos" al sentimiento, poco a la razón. Aprovechó muy bien su personalidad campechana, dizque cercana al pueblo (a la raza), y con lenguaje sencillo, ha ido atrayendo muchos votantes.

 

Ha aprovechado sin lugar a dudas el hartazgo bipartidista en Nuevo León, donde la mayoría (poco más de la mitad dicen que no votarán por el PRI ni por el PAN, y si se suman a abstencionistas, se van a 2/3) y con su fachada de ser el único "sin partido" (que no es lo mismo que "sin intereses") parece estar arriba en las encuestas serias.

 

Todo bien hasta ahí, pues cada quien hace su lucha y sabe qué propuesta y formato de campaña hace, así como qué segmento de mercado político quiere atacar. El problema se está viendo con muchos de sus seguidores que lo han endiosado y lo consideran como el salvador del estado, como la única esperanza, como si después del 7 de junio, si no gana El Bronco, no hay futuro, el apocalipsis.

 

Y es ahí donde la puerca tuerce el rabo. Y en buena parte la causa es ese discurso al sentimiento, al corazón del votante, no a la razón. Es la misma estrategia que usó y sigue usando AMLO, de ahí la belicosidad de sus seguidores que con un maniqueísmo pueril dividen a la población entre "el pueblo bueno", todo aquel que apoya al peje, y el resto que forma parte de la "mafia en el poder", PRIANISTAS, o en últimos años peñabots.

 

En un principio empecé a usar el término de #pejenorteño para referirme a El Bronco, principalmente por su discurso demagógico, dirigido al sentimiento. Hasta frases iguales usa, solo que con acento norteño, no tabasqueño. Pero no había usado ningún término para referirme a sus seguidores. Sin embargo, a medida que comentaba o publicaba noticias en contra de él, empecé a notar el lenguaje agresivo, maniqueo (buenos Vs malos, si no estás con él, estás en su contra) de muchos de sus seguidores.

 

Inclusive he detectado que algunos seguidores de AMLO acá en Nuevo León también lo son de El Bronco. Fue a partir de entonces que empecé a usar el término #broncochairo para referirme a ese fanático de El bronco que se molesta porque críticas a su gallo. Y no solo se molesta, te acusa de ser comparsa del PRIAN, de la mafia en el poder, solo porque no simpatizas con su mesías.

 

Eso es un #chairo, aquel que con un discurso maniqueo quiere convencer a otros de que el político de su preferencia es el único que puede resolver las cosas para bien del pueblo. ¿Y quién es el pueblo? Pues claro, solo aquellos que comparten sus ideas, los demás son vendidos. Y al ver que no te convencen o si sigues insistiendo en comentar negativamente sobre su ídolo, se enojan y hasta dejan de hablarte.

 

Entiendo que algunos se sientan ofendidos si uso el concepto #broncochairo o #broncolieber, pero espero no sean de esos que irracionalmente apoyan a un político, pues de ser así, entonces les queda el término. Si planeas votar por él, y lo haces de forma razonada, consciente de las consecuencias de su victoria, adelante, estás en tu derecho. Así es la democracia. Solo hazlo con la cabeza fría, y no lo tomes personal, como si una crítica al bronco fuera a tu persona. En tiempo de elecciones cada ciudadano es libre de opinar positiva o negativamente de cualquier candidato. De eso se trata el periodo de campañas, de hacer juicios, de dudar, de investigar, de analizar y de sintetizar.

 

Pero por favor no digas que quien no vota por El Bronco está tirando su voto a la basura y se convierte en cómplice del PRI. Así como los seguidores del bronco desechan los argumentos de su pasado de 33 años en el PRI, de sus terrenos, de las sospechas de golpear a sus esposas, de mentiras y propuestas populistas, otros también pueden tener sus razones de peso o no, para no votar por él, para anular o hasta para abstenerse. Así es la democracia.

 

Hagan su campaña, expliquen a sus conocidos por qué votar por su gallo, justifiquen lo negativo que salga de él, pero no sean agresivos ni rencorosos, no se lo tomen personal, si alguien opina diferente. Y si su único argumento es que sólo El Bronco representa el cambio, la esperanza de Nuevo León, con todo respeto los seguiré llamando #broncochairos.

martes, 5 de mayo de 2015

Desempleo con título

"Nunca dejé que la escuela interfiriera con mi educación". Mark Twain

 

Durante mucho tiempo un título universitario fue un pasaporte a la clase media. Ser licenciado, médico o ingeniero aseguraba un ingreso digno en un país con salarios de miseria.

 

Por eso los padres de familia impulsaban a sus hijos a ir a la universidad sin importar su vocación o inclinación mientras que los gobiernos gastaban crecientes cantidades de dinero para subsidiar la educación superior que hicieron virtualmente gratuita y también masiva.

 

Toda acción, sin embargo, provoca una reacción. Los mercados se han saturado para casi todas las profesiones. No sólo se han desplomado las posibilidades de empleo sino también los salarios de los egresados.

 

Hace algunas semanas leía un artículo en el El Financiero (14 de abril) sobre una reciente Feria del Empleo del Gobierno de la Ciudad de México.

 

Farmacias Similares ofrecía un puesto para botarguero, es decir, para una persona que personifique al Dr. Simi, por 6 mil 700 pesos al mes, más un "atractivo" plan de compensaciones. En cambio los puestos para graduados universitarios pagaban alrededor de 5 mil pesos.

 

El INEGI reporta que en el primer trimestre de este 2015 solamente el 20.9 por ciento de los desocupados no contaba con estudios completos de secundaria. En cambio el 79.1 por ciento correspondía a personas de "mayor nivel de instrucción".

 

Las cifras de diciembre del 2014 mostraban que el 40.9 por ciento de los desocupados tenían preparatoria o universidad.

 

Los graduados universitarios mexicanos no están trabajando en los campos para los que se han preparado. En el 2012 sólo un 40 por ciento laboraba dentro de su especialidad (gestiopolis.com).

 

Un graduado puede ganar más dinero conduciendo un Uber o vendiendo bienes raíces. El dinero gastado por el contribuyente para la educación universitaria se desperdicia en buena medida.

 

Los graduados universitarios están pagando la factura de políticas populistas que se iniciaron hace décadas y persisten todavía.

 

Quizá las medidas se hayan aplicado de buena fe, con la falsa idea de que todos los mexicanos pueden ser universitarios, pero al final se revierten contra aquellos que supuestamente debían beneficiar.

 

El sistema público universitario se expandió durante décadas por presiones de estudiantes rechazados y por el interés de los rectores de universidades públicas de tener más alumnos y mayores presupuestos sin importar lo que ocurra con los graduados.

 

El resultado fue ampliar el número de estudiantes a un nivel tal que no había posibilidad de que la economía pudiera generar empleos para todos. Con la masificación ha habido también un deterioro de la calidad. Muchos de los graduados simplemente no tienen la capacidad para desempeñarse en su campo de preparación en el mundo laboral.

 

Si no queremos seguir condenando a los graduados al desempleo y a la pobreza deberíamos reconocer que es imposible que todo el mundo pueda ser licenciado, doctor o ingeniero. La inflación de títulos se traduce necesariamente en desempleo y en una reducción de sueldos.

 

Una educación universitaria es cara y el costo debe reflejarse en las colegiaturas, como ocurre en Estados Unidos, el Reino Unido y muchos países desarrollados. Debe haber becas, pero sólo para estudiantes de buen desempeño y sin recursos.

 

Cobrar 20 centavos al año a todos no lleva más que a una distorsión del mercado educativo y a una saturación de las profesiones, exactamente lo que estamos viendo. Las universidades mexicanas deben concentrarse en mejorar la calidad antes que en perseguir la masificación.

 

De nada servirá una reforma universitaria, empero, si no se logra un mayor crecimiento de la economía.

 

Si el País sigue creciendo 2 por ciento al año no habrá ni más empleos ni mayores salarios para nadie.

BLOQUEANDO

Ayer unas 200 personas bloquearon durante horas la autopista México-Cuernavaca causando un daño enorme a miles de personas. Los bloqueos no sólo se siguen permitiendo en México sino que se vuelven cada vez más comunes, con una lamentable pérdida de productividad.

 

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com

sábado, 4 de abril de 2015

Racionar el agua

"La primera lección de la economía es la escasez... La primera lección de la política es no hacer caso a la primera lección de la economía". Thomas Sowell

 

SAN DIEGO.- Mientras el centro y el este de Estados Unidos han sufrido este año impresionantes nevadas, California está padeciendo su peor sequía en los últimos 120 años, el tiempo en que ha habido registros.

 

El estado no ha tenido virtualmente ninguna precipitación en los últimos cuatro años. El equivalente de agua en la nieve de la Sierra Nevada y otras montañas que surten a buena parte del estado se encuentra a niveles de sólo 5 por ciento de lo habitual.

 

Este 1 de abril el Gobernador demócrata Jerry Brown ordenó un sistema de racionamiento que busca reducir el consumo en 25 por ciento en los próximos nueve meses. Es la primera vez en la historia del estado que se ordena un racionamiento para el agua.

 

El esquema establece principalmente restricciones al riego de jardines y parques en escuelas, universidades, cementerios y áreas públicas así como en campos de golf, pero sólo en algunos casos pide a las administraciones locales que revisen sus esquemas de precios.

 

¿Tendrá éxito el racionamiento? Casi le puedo asegurar que no. El sistema está hecho para tener un impacto político, para ganar votos para el Gobernador, pero no para disminuir el consumo. Lo que ocurra en California, a propósito, nos debe importar a los mexicanos porque muchas regiones de nuestro país sufren también de una gran escasez de agua.

 

La historia demuestra que los sistemas de racionamientos sólo tienen éxito, si acaso, durante periodos muy cortos. En muy poco tiempo los seres humanos desarrollan formas de violarlos. Un sistema libre de precios, en cambio, regula de manera eficaz en el largo plazo el consumo de cualquier producto.

 

En su libro "Basic Economics: A Common Sense Guide to the Economy", Thomas Sowell recuerda el sitio de Amberes, la ciudad de Flandes, por el Ejército español en el siglo 16. Las tropas españolas redujeron la provisión de alimentos, pero al subir los precios se generaron incentivos para el contrabando de productos, lo que mantuvo el abasto y permitió a los pobladores resistir el sitio. Sólo cuando las autoridades establecieron controles de precios dejó de haber alimentos y Amberes tuvo que rendirse por hambre.

 

Si el Gobierno de California realmente quisiera derrotar a la escasez de agua, debería establecer un sistema libre de precios. Racionar el agua en jardines no es solución. Las granjas de California son las mayores usuarias de líquido y subsisten, a pesar de la aridez del estado, gracias a un sistema que les garantiza la provisión de agua a precios subsidiados.

 

Un sistema de precios libres para todos generaría recursos para mejorar la infraestructura de transporte y extracción de agua y llevaría incluso a nuevas técnicas como la desalinización del agua marina que sólo son posibles cuando el precio alcanza niveles muy altos. También desmotivaría aquella producción agrícola que por su consumo de agua ya no tiene lugar en un estado tan seco.

 

Un ejemplo de la eficacia del sistema de precios lo vemos en el petróleo. La creación de una escasez artificial por los países de la OPEP sólo sirvió para generar incentivos para nuevas tecnologías de producción en países con sistemas de precios libres como Estados Unidos.

 

La escasez de agua es un problema real que no va a desaparecer. Lo más probable es que empeore por el calentamiento global. Necesitamos por lo tanto soluciones reales.

 

El racionamiento no sirve más que para convencer a los electores de que el gobernante se preocupa por el problema. Quizá genere votos, pero no logrará un mejor uso del agua.

 

La verdadera y única solución es establecer un sistema de precios libres, sin subsidios ni tratos especiales ni a agricultores ni a nadie más, que cambie de fondo los patrones de consumo del agua.

PIPAS PARA LOS POBRES

La falta de un sistema real de precios del agua en la Ciudad de México es responsable de que los pobres, que reciben agua en pipas, paguen mucho más por el agua que los ricos.

 

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com  

 

lunes, 16 de marzo de 2015

AMLO y Juárez

"Quiero llegar a hacer lo que hizo Benito Juárez". Andrés Manuel López Obrador (3 abril 2012)

VILLAHERMOSA, Tabasco.- Este 10 de marzo Andrés Manuel López Obrador dijo en Jiutepec, Morelos: "Al triunfo de nuestro movimiento vamos a dejar la Constitución como estaba, como la escribieron los constituyentes en 1917; se va a volver al artículo tercero como estaba, al artículo 27, al artículo 123".

 

La afirmación no puede menospreciarse porque es muy posible que López Obrador tarde o temprano llegue al poder; pero sorprende porque, aunque el líder de Morena se ha presentado como juarista, no pide volver a la Constitución de Benito Juárez y los liberales.

 

La Constitución de 1857 era un texto de gran sencillez y brevedad. Establecía derechos fundamentales sin dar poderes excesivos al gobierno y a los políticos. El artículo tercero, por ejemplo, señalaba que "La enseñanza es libre" y añadía: "La ley determinará qué profesiones necesitan título para su ejercicio, y con qué requisitos se deben expedir". Nada más.

 

El artículo tercero de la Constitución de 1917 era un poco más restrictivo, pero no tanto. Señalaba que la educación, además de libre, debía ser laica y prohibía a la Iglesia o a los sacerdotes establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria. Añadía que la educación primaria sería gratuita y estaría bajo la supervisión del gobierno. El actual artículo tercero, en cambio, es un largo y complicado laberinto que parte de afirmar que la educación es un derecho para después emitir reglas complicadas que lo limitan. Coincido con López Obrador que sería mejor el artículo del 17 que el actual, pero el de 1857 es sin duda mejor porque no establece restricciones indebidas a un campo de actividad que por naturaleza debe cambiar constantemente.

 

El artículo 27 de la Constitución juarista tiene sólo dos párrafos. Reconoce el derecho a la propiedad privada al declarar: "La propiedad de las personas no puede ser ocupada sin su consentimiento, sino por causa de utilidad pública y previa indemnización". El segundo párrafo prohíbe que las corporaciones cívicas, eclesiásticas o de cualquier tipo adquieran propiedades o las administren, excepto las directamente relacionadas con su función. Esta disposición, en el espíritu de la Ley de Desamortización, buscaba impedir que la Iglesia tuviera propiedades o las comunidades indígenas controlaran tierras de manera colectiva.

 

El artículo 27 de la Constitución del 17, en contraste, estableció que en México "la propiedad de las tierras y aguas... corresponde originariamente a la Nación". La propiedad privada sólo existe si el gobierno la transmite a los particulares. Este artículo regresa también al sistema colonial de propiedad colectiva indígena que defendieron los conservadores del siglo XIX. Al pronunciarse por este artículo, y no por el liberal de 1857, López Obrador deja en claro que no es juarista.

 

La Constitución del 57 no tiene un artículo que rija la vida laboral, que los liberales piensan debe definirse en acuerdos privados entre trabajadores y patrones. El artículo 123 de la Constitución del 17, en cambio, estableció una larga serie de reglas para los contratos de trabajo. La excesiva regulación ha hecho que nuestros trabajadores tengan ingresos míseros y deban migrar a otros países para buscar empleo. El actual artículo 123 es todavía más complejo; convierte el trabajo en un derecho, pero crea un largo número de limitaciones a la contratación de trabajadores.

 

López Obrador tiene derecho a defender la Constitución del 17, pero no puede al mismo tiempo llamarse juarista. No se vale aprovechar la figura de Juárez cuando se rechazan las ideas liberales que éste defendió.

 

Sergio Sarmiento

domingo, 1 de marzo de 2015

¿Importa la corrupción?

Cuando los "padres fundadores" de la nación norteamericana discutían los elementos que debían incorporarse en su nueva Constitución, Hamilton argumentaba que si se le purga al modelo heredado de los británicos "sus fuentes de corrupción... se creará un gobierno disfuncional: como está en el presente, con todos sus supuestos defectos, es el mejor sistema de gobierno que jamás existió".

 

Para Hamilton la corrupción era un costo inevitable de la vida pública. Al final Hamilton perdió, quedando el sistema integral de pesos y contrapesos que postulaba Madison.

 

La argumentación pública en México, 230 años después, es casi idéntica. Pulula la noción de que, primero, así ha sido siempre y, por lo tanto, así seguirá. Segundo, que en la medida en que la corrupción permite que las cosas funcionen, su costo es menor.

 

Aunque hay mediciones que sugieren un costo incremental (más de 1 por ciento del PIB anual), es evidente que ésta ha ido mutando, y que lo que pudo haber sido válido en el pasado no necesariamente lo es ahora.

 

Lo que debería preocuparnos a todos no es el hecho mismo de que un funcionario se enriquezca en el poder (algo usual), sino el hecho de que la corrupción se ha ido generalizando, sumando a todos los partidos políticos y penetrando de manera incremental a toda la sociedad.

 

Si antes fue un factor que permitía atenuar conflictos o acelerar la implementación de proyectos, sobre todo la obra pública, fuente ancestral de corrupción, hoy se vive un fenómeno de metástasis que podría acabar paralizando no sólo al Gobierno sino al País en general.

 

Luis Carlos Ugalde (Nexos, febrero, 2015) describe la naturaleza y dimensiones del fenómeno, ilustrando la forma en que la corrupción piramidal de la era de presidencialismo autoritario se ha ido "democratizando" al incorporarse todos los niveles de gobierno, partidos y poderes públicos. Peor, su ubicuidad ha generado un amplio repudio en la sociedad, enojo que ha llegado a convertirse en odio.

 

La democratización de la corrupción ha generado un efecto ejemplo que, combinado con la impunidad, se ha propagado hacia otros ámbitos de la sociedad.

 

Mientras que la corrupción de antes era típica de la disponibilidad de información privilegiada dentro del Gobierno (por ejemplo para comprar terrenos a sabiendas de que ahí se construiría una carretera), del uso del gasto público para fines privados o de la interacción entre actores públicos y privados (como las compras gubernamentales), hoy la corrupción es frecuente en transacciones entre actores privados.

 

Más que un fenómeno exclusivamente monetario, la corrupción ha alterado el léxico, el discurso y el modus operandi: podría parecer que se trata de un mero cambio semántico, pero lo que en realidad implica es que deja de concebirse a la corrupción como un "mal necesario" para pasar a ser la única forma de conducir la vida pública.

 

Ese "pequeño" paso implica que deja de haber límites y que todo se vale: todo vestigio de comunidad, sociedad organizada o reino de la ley desaparece y se torna inasequible. La historia demuestra que ése es el mejor caldo de cultivo para liderazgos mesiánicos, populistas y autoritarios.

 

La mayor parte de las propuestas de solución no atacan más que los síntomas. La legislación en materia de transparencia se ha atorado en un conjunto de excepciones que diversas entidades del Gobierno han intentado interponer, algunas más lógicas que otras.

 

Pero la dinámica de esa discusión es reveladora en sí misma: todo el esfuerzo se concentra en transparentar y fiscalizar (importante), no en eliminar las causas del fenómeno. El título mismo del instrumento que se ha propuesto para combatirla es sugerente de sus limitaciones: Sistema Nacional Anticorrupción.

 

El problema de todas las recetas que se han presentado para combatir la corrupción es que no se atreven a reconocer el fondo, sobre todo la razón por la cual ésta se ha "democratizado". En una palabra, nuestro problema no es de corrupción, violencia, criminalidad o drogas. Nuestro problema es la ausencia de un sistema de Gobierno profesional.

 

Pasamos de un patrimonialismo autoritario de corrupción controlada a un desorden patrimonialista en que la corrupción hizo metástasis. Nada va a cambiar mientras no se construya un sistema moderno de Gobierno, con una burocracia profesional y apolítica, anclado en el reino de la legalidad.

 

En tanto eso no ocurra, la descomposición persistirá y la economía seguirá arrojando resultados mediocres. Las reformas son necesarias, pero sin Gobierno y sin ley nada cambiará.

 

Luis Rubio

www.cidac.org  

 

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miércoles, 18 de febrero de 2015

Decisiones costosas

Ayer le comentaba la tragedia de las pensiones en las instituciones de educación superior. No se trata de un caso aislado, como ahora está de moda decir, sino de un problema estructural. Según nota que circuló este lunes, en 2014 el gobierno tuvo que erogar poco más de 500 mil millones de pesos en este rubro. Y como prácticamente nunca se guardó dinero para eso, ese gasto se financia de impuestos. También leía el lunes (a Sergio Sarmiento) que el costo de las pensiones en Pemex equivale ya a 50 por ciento de la nómina: 90 mil millones para los que trabajan y prácticamente 45 mil para los pensionados.

La diferencia entre las pensiones para quienes trabajan para el gobierno y quienes lo hacen en la iniciativa privada no es menor. En promedio, las pensiones del ISSSTE son del doble de las del IMSS, y las de las empresas de gobierno pueden ser diez o 15 veces mayores. Regreso con esto a un tema que hemos tocado en otras ocasiones: en este siglo, prácticamente el único lugar en donde los sindicatos tienen fuerza es en el gobierno. No sólo en México.

Desde inicios de los años ochenta, la generación de empleos industriales se hizo más difícil, pero esto no ocurrió en los servicios. De éstos, los que más personal ocupan (educación, salud, administración pública) son del gobierno, de forma que se combinaron tres fenómenos: el cambio demográfico productivo, la dificultad de medir la productividad en los servicios, y la gran diferencia entre la permanencia de los líderes sindicales frente a la de los funcionarios. El resultado es que los sindicatos mandan, los gobiernos obedecen y usted paga.

La decisión de crear una plaza en cualquier lugar del gobierno es una decisión que se pagará durante décadas. Una vez creada, es muy difícil desaparecerla, y quien la ocupa no sólo cobra por ello, sino que se hace merecedor a una pensión. En casos extremos, como los que ocurrían en el SME, una persona podía pensionarse a los 25 años de trabajar, con poco más de 40 de edad, y recibir como pensión más de lo que cobraba como sueldo, y con todos los aumentos que fueran ocurriendo.

Este tipo de privilegios sólo puede ocurrir en el gobierno, de manera masiva, y provoca que se haga cada vez más difícil generar empleos. Cuestan tanto, que mejor no se contrata, o se hace de forma irregular. Así, el privilegio del sindicalizado es la tragedia del informal, eventual, o como guste llamarlo. Pero como la razón de ser de la izquierda política ha sido defender a los trabajadores, los sindicatos aprendieron a utilizar a los partidos de este lado del espectro no sólo para mantener sus privilegios, sino para construir la narrativa del “neoliberalismo” que al día de hoy les sigue funcionando.

Ocurre entonces que esa izquierda defiende los privilegios de los sindicalizados del gobierno, provocando con ello informalidad, que después usará como “carne de votos”. El fenómeno no es sólo de México.

Es muy probable que el sindicalismo haya sido de gran provecho durante el siglo XX, pero ahora ya no lo es. Hoy es cuna de privilegios y origen de informalidad. En el extremo, es fuente de violencia en la defensa de privilegios, como muestran Oaxaca y Guerrero. Conviene entenderlo.

 

Macario Schettino

Twitter: @macariomx

Publicado en El Financiero

domingo, 15 de febrero de 2015

Parasitocracia

Nuestra incipiente democracia arrastra una tristeza: no nos gobierna una aristocracia, no nos gobiernan los mejores.

 

El estado de salud de la democracia en México coincide con el concepto aristotélico de demagogia: "La forma corrupta o degenerada de la democracia". Esta descomposición equivale a un estado de putrefacción, tierra de gusanos.

 

Estamos infestados de parásitos corruptos, una ola de saqueos que no es exclusiva de (aunque sí liderada por) la clase política, un engrudo que detiene el movimiento de México, una sombra que va de las esferas más altas del poder a la calle donde transitan mortales.

 

Pasamos del año al sexenio de Hidalgo. Para muestra, unos fractales (estructuras a escala) a nivel de la banqueta.

 

En el Distrito Federal, sobre una calle de Polanco, una camioneta está estacionada correctamente, las marcas en el suelo así lo indican. Su propietario pagó en el parquímetro.

 

En minutos, un oficial vial y una grúa aparecen. El vehículo es levantado ante el reclamo de un ejecutivo de un banco que observa la operación, y de un anciano vendedor de lotería que desde hace 25 años recorre esa calle.

 

El policía argumenta que el reglamento ya cambió y que el vehículo está mal estacionado. La grúa se lleva el auto. El vendedor de lotería me dice que cada día repiten esa operación hasta cinco veces.

 

En Monterrey circular con placas foráneas puede ser peligroso. En la madrugada, en una zona residencial, un taxista golpea ligera, pero intencionalmente, la camioneta de unos turistas. Argumenta que ellos lo golpearon a él. Casualmente aparece un policía que atestigua en favor del taxista. Le piden dinero a los visitantes para dejarlos ir.

 

En Guadalajara, un antro de nada santa reputación promueve sus "party-buses" donde jóvenes participan en un excéntrico ritual: precopa sobre ruedas. Estratégicamente el chofer de uno de estos autobuses anuncia una parada para ir al baño en una tienda de conveniencia, los jóvenes bajan del estacionamiento a la tienda, vaso en mano.

 

Súbitamente aparecen tres patrullas (su cuartel está a la vuelta) del municipio donde un perro tuvo el tino de orinar al presidente municipal, y arman un operativo para detener a quienes están bebiendo en la vía pública. Los dejan ir luego de ordeñarlos.

 

El filósofo, sociólogo y economista germano-americano Hans-Hermann Hoppe tiene varios conceptos, no todos exentos de polémica, que atañen a la realidad mexicana.

 

Para él, una monarquía es menos dañina que un Gobierno democrático. Los monarcas realizan acciones para incrementar y proteger su propiedad, tienen incentivos de largo plazo. En contraparte, los funcionarios democráticamente elegidos y sus empleados, como son temporales, tienen todos los incentivos para saquear la riqueza de los ciudadanos productivos tan pronto y rápido como les sea posible (más aún en tiempos de alternancia).

 

Nos falta un estadista (el que piensa en la siguiente generación) y sobran gusanos (los que piensan en la siguiente elección).

 

En Problemas de la democracia, escribe Hoppe: "La redistribución (de la riqueza) reduce el incentivo del dueño o productor y aumenta el incentivo de quien no es el dueño ni productor de la cosa. El resultado de subsidiar a individuos porque son pobres es más pobreza. Si se subsidia al desempleado habrá más desempleo. Financiar a las madres solteras producirá más niños sin padre conocido y más divorcios.

 

"Al hacer que los demás paguen por la prisión de los delincuentes -en lugar de obligar a éstos a reembolsar a sus víctimas y a pagar por su propia prisión- se incrementan los delitos.

 

"Y lo más importante, al obligar a los dueños de las propiedades y a los productores a subsidiar a los políticos, sus partidos y a la burocracia, habrá menos creación de riqueza, menos productividad y más parásitos".

 

Impunidad y demagogia abonan la parasitocracia. Si en economía se habla de "plan de choque" cuando hay crisis, más que remedios caseros anticorrupción, requerimos un golpe de timón. Un golpe que aplaste a los gusanos que amenazan con comerse todo.

 

Eduardo Caccia

 

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domingo, 18 de enero de 2015

El liberalismo ¿es 'de derecha'?

Para un sector de la izquierda mexicana ser liberal es "ser de derecha".

 

¿Qué es ser de "derecha"? Un prejuicio anacrónico, según Norberto Bobbio ("Derecha e Izquierda: Razones y Significados de una Distinción Política"). Se asocia a ser tradicionalista, clerical, militarista, abogado del statu quo y la ortodoxia económica de Libre Mercado, y a permanecer alejado de las necesidades populares.

 

No se me ocurre mejor refutación de este prejuicio que recordar el perfil de Daniel Cosío Villegas. Se definía a sí mismo como "un liberal de museo, puro y anacrónico". Aunque nadie, en su tiempo, lo tildó de ser "de derecha", bajo los estrechos criterios que rigen actualmente lo sería.

 

En el otoño de 1970, quise compartir con él la alegría que me causaba el reciente triunfo de Salvador Allende. Para mi sorpresa, me dijo: "Un liberal debe ver con desconfianza y escepticismo la victoria de Allende". Al poco tiempo, el 6 de noviembre de 1970, opinó en su columna de Excélsior.

 

"Allende sacó un poco menos del 36 por ciento de los votos emitidos; resulta, pues, insostenible la idea de que recibió un 'mandato' popular... De ir más de prisa o más a fondo, puede precipitar una guerra civil: si sale bien de ella, adiós democracia; y si sale mal, desencadenaría una ola reaccionaria que hará retroceder a Chile 100 años".

 

El "liberal de museo" había dado al clavo. ¿Era "de derecha" por haber formulado esta reflexión? Por supuesto que no: era un observador objetivo.

 

Repasemos brevemente su trayectoria. Fue un servidor público en la diplomacia y el Banco de México. El principal financiamiento de las empresas culturales que fundó (el Fondo de Cultura Económica y El Colegio de México) fue público. La "Historia Moderna de México" contó además con apoyo de la Fundación Rockefeller.

 

El resultado en todos los casos fue extraordinario: sus grandes fundaciones florecieron y perduraron. Esa base material, ¿lo convertía en "derechista"? Por supuesto que no: Cosío Villegas era un gran empresario cultural.

 

Ideológicamente, Cosío Villegas apoyó a la República Española (fue él quien ideó e instrumentó la invitación a los intelectuales transterrados). Durante la Guerra Mundial fue un crítico feroz del fascismo alemán y japonés. En los albores de la Guerra Fría fundamentó éticamente, en varios ensayos, su irreductible inclinación política por Estados Unidos y su rechazo a la URSS.

 

Pero esa opción no lo convirtió en un apologista de la "American Way of Life" (que aborrecía) y mucho menos del macartismo anticomunista (que denunció e incluso sufrió, al negársele en 1953 la visa de entrada a Estados Unidos).

 

Y aunque desde 1947 profetizó el advenimiento de un régimen comunista en América Latina, al cristalizarse ese giro de la Revolución Cubana lo lamentó con razones y sin ambages. Y en 1970 vio con escepticismo el arribo de Allende.

 

En "La Crisis de México" -su célebre ensayo de noviembre de 1946- Cosío Villegas criticó por igual al PAN de su amigo Manuel Gómez Morin que al PPS de su amigo Vicente Lombardo Toledano.

 

Su liberalismo tenía -como ha sido usual en nuestros países- un tinte jacobino: detestaba "la mano macilenta de la Iglesia" y lamentaba el giro reaccionario del último Vasconcelos. Su crítica a la política mexicana le valió el apoyo público de José Revueltas, nuestro más respetado escritor de izquierda.

 

Su valor cardinal era la libertad individual y por eso mismo terminó por volverse el crítico más acerbo del sistema político mexicano (al que llamó Monarquía Absoluta Sexenal Hereditaria por la vía Transversal).

 

Tocado desde su juventud por un sano anarquismo, desconfió siempre del poder, sobre todo del poder concentrado en las manos del Presidente, pero su equilibrio de juicio lo llevó a reconocer la obra material de Porfirio Díaz.

 

En los últimos años de su vida desplegó una especie de magisterio cívico liberal. Escribió artículos y libros memorables, quiso ser Senador y fue (naturalmente, sin comprometer su independencia) comentarista de asuntos internacionales en la televisión. Su último proyecto fue la "Historia Mínima de México", concebida por él como un guión para un documental en la televisión.

 

Daniel Cosío Villegas no era "de derecha" ni "de izquierda". Era, sencillamente, un liberal. Decirle a un interlocutor "eres de derecha" no es un argumento: es una descalificación que parte de una autoproclamada superioridad moral.

 

Enrique Krauze

www.enriquekrauze.com.mx

 

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domingo, 11 de enero de 2015

Aristocracia al vuelo

La pregunta me dejó pensativo, sin duda un tema provocador. ¿Podría un laboratorio de neuromarketing ayudar a decidir quién será mejor gobernante entre diversos candidatos?

 

Decía Susan Sontag que la verdad es siempre algo que es contado, no algo que es conocido. Como yo cuento mucho y sé poco, te daré mi definición de tan rimbombante término, hoy muy en boga.

 

El neuromarketing es el apoyo del conocimiento y herramientas de la neurociencia al servicio de una organización.

 

Han surgido muchos hiperbólicos gurús que venden al neuromarketing como la piedra filosofal que revelará los más intrincados rincones del pensamiento de los consumidores.

 

El neuromarketing arroja datos que son sujetos a interpretación por otro cerebro, el analista, humano y falible como tú y yo. No existe (y esperemos que nunca exista) una máquina que devele pensamientos. El neuromarketing genera indicios, y éstos son sugerentes, no revelaciones mágicas, de actitudes hacia el futuro.

 

El laboratorio de neuromarketing nos podría dar indicios de cómo un candidato responde a ciertos estímulos en el presente, pero nunca garantizar si será buen o mal gobernante en el futuro.

 

El neurorrollo viene a cuento porque nuestra incipiente democracia tendrá en este año otra prueba más. Los ciudadanos tenemos el reto de escoger a los mejores de entre lo que haya (como el montón de tomates del mercado, habrá maduros, verdes, mallugados y podridos).

 

Imagina que tú y tu familia viajarán en avión. Los pasajeros escogerán al piloto (obvio, de él depende tu vida y la de los tuyos), que debe salir de un grupo de personas (asumiremos que hay pilotos profesionales dentro del grupo).

 

Hay dos formas de seleccionar al piloto. Puede ser elegido cualquier pasajero; será escogido por votación de entre los demás viajeros, quienes no sólo no tienen idea de cómo escoger un buen piloto, la mayoría están ebrios o bajo el influjo de alguna sustancia (el caso es que no razonan bien).

 

La segunda forma es mediante una calificación; quienes no estén ebrios escogerán a los mejores para pilotear, los demás se abstendrán de votar.

 

¿Bajo qué alternativa viajarías? Si te inclinas por los mejores pilotos, prefieres una aristocracia. Si te inclinas por la elección popular, escogiste algo como la democracia.

 

Se nos olvida la etimología de las palabras y además corrompemos su significado. "Aristos", los mejores; "cratos", gobierno, poder. En la antigua Grecia, aristocracia era el gobierno de los mejores, los más capaces y preparados.

 

Ninguna forma de gobierno está exenta de defectos, la aristocracia se pervierte en oligocracia (el gobierno de unos pocos que velan por intereses propios, como lo que sufrimos hoy en México), y en la democracia cuando votan los "ebrios" (sustituye por aquellos que no tienen preparación, porque al sistema no le conviene que estén educados), no se escoge a los mejores sino a los que pudieron aparecer en la estrecha palestra que la oligocracia manipula.

 

El problema no es que en México no tengamos gente capaz para gobernar, el problema es que nuestro sistema político impide que lleguen al poder.

 

Un equipo ganador en cualquier deporte es una aristocracia, son los mejores. Sus integrantes están ahí por méritos, no por influencias ni por designaciones de grupos con intereses particulares (como sucede en nuestra oligocracia).

 

En "El error de Descartes", el neurocientífico Antonio Damasio dice que el filósofo francés hizo un grave daño a la humanidad al separar mente y cuerpo, creando un mito (o verdad aparente) que duró siglos. ¿Es la democracia un caso similar, apostado por dichos célebres como el de Churchill?

 

El reto de nuestro sistema de gobierno es que lleguen a gobernar los mejores (reto difícil ante una mayoría de electores manipulable y con poca educación).

 

Sin que esto suceda, 2015 será un capítulo más de una vieja serie donde la mayoría de pasajeros sin capacidad de elegir escogerán pilotos populares; no tengo que decirte que, en su mayoría, serán pésimos pilotos.

 

Abrocharnos el cinturón servirá de poco.

 

Eduardo Caccia

 

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