domingo, 7 de agosto de 2011

Trascender las coyunturas

Todavía no hemos dejado muy atrás el 2009 y ya se vislumbran, nuevamente, nubarrones en el horizonte económico mundial. Y es que ante la perspectiva de una desaceleración de la economía estadounidense, otra vez se comienza a hablar en México del famoso blindaje económico.

Aparentemente el uso de dicha expresión se remonta a una década atrás, cuando el entonces Presidente Ernesto Zedillo implementó un programa de prevención al que de manera informal se le bautizó como "blindaje financiero", y que consistió en amarrar líneas de crédito en dólares con instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, ante un eventual problema de inestabilidad cambiaria en el contexto del inminente cambio de Administración, ello con la finalidad de evitar lo que ya se había vuelto una costumbre en México: una crisis de fin de sexenio.

Que si existe o no el famoso blindaje creo que está fuera de toda discusión. En el actual contexto en que México participa como una economía abierta y sumamente dependiente de Estados Unidos, ¿cómo podríamos eliminar el riesgo si 85 por ciento de nuestras exportaciones se dirigen precisamente hacia ese país?

Tener déficits controlados, líneas de crédito abiertas y suficientes reservas es sin duda positivo, puesto que ayudan a enfrentar de mejor manera coyunturas como ésta, pero lo que debería estar en el tablero de discusión nacional es definir cuáles son las políticas que deberíamos concretar para mejorar nuestra resistencia ante tales turbulencias provenientes del exterior y, sobre todo, lograr un crecimiento robusto y sostenido.

Si lo que queremos es crecer y promover la inversión, tal vez ya es tiempo de concedernos una ley laboral más moderna que otorgue una mayor flexibilidad, posibilitando que la gente sin trabajo o que actualmente trabaja en la informalidad consiga un trabajo formal, al tiempo que los pequeños y medianos empresarios reduzcan su riesgo de ser demandados por supuestos despidos injustificados, cuando no sean tales.

Igualmente, si lo que necesitamos son trabajadores mejor calificados, capaces de competir en un contexto global, cabe preguntarnos si el acceso a una educación universitaria vía un pase automático es mejor que otorgar dicho acceso basado exclusivamente en los méritos académicos de los solicitantes, independientemente de su procedencia.

¿Cómo vamos a aprovechar nuestro bono demográfico? Dada la alta dependencia de los ingresos públicos de los recursos petroleros, ¿cómo lograr que dichos recursos se destinen a inversión en lugar de financiar gasto corriente? ¿Cómo podemos fomentar de manera más efectiva la competencia en los mercados y reducir las ineficiencias y los excesivos costos que originan los monopolios?

Resolviendo asuntos como éstos, que por cierto son tratados en el libro "Por Eso Estamos Como Estamos" de Carlos Elizondo Mayer-Serra, estaríamos en mejor posibilidad de crecer a tasas más elevadas y así no preocuparnos tanto por choques externos que, dada la desigualdad que aún persiste, nos pega a casi todos los mexicanos, pero de manera muy distinta.

Y es que en México el abanico de impactos ante una crisis va desde el empresario que detiene sus planes de expansión ante la contracción esperada en el consumo, la familia que pospone sus vacaciones, el empleado que decide seguir trasladándose en transporte público en lugar de adquirir un auto, el obrero que desiste de ejercer su crédito del Infonavit, la familia en pobreza que simplemente continúa en ella, ya que vive del autoconsumo de su parcela y de las transferencias que recibe de programas sociales como Oportunidades, y en el peor de los casos, la familia que apenas superaba el umbral de la pobreza y, a consecuencia de la crisis, cae en ella.

Fue así como la pobreza en México se incrementó. De acuerdo con el Coneval, la pobreza aumentó de 44.5 por ciento en el 2008 a 46.2 por ciento de la población en el 2010. No obstante lo anterior, debe subrayarse que se redujo el porcentaje de población en situación de pobreza extrema, así como el porcentaje de la población con carencia de acceso a servicios de salud, de seguridad social, de vivienda y de servicios básicos en la misma.

En resumen, ante el regreso de un panorama internacional adverso, deberíamos trascender de lo coyuntural y preguntarnos por cuánto tiempo más admitiremos a una clase política incapaz de ponerse de acuerdo al menos en los temas fundamentales, aun cuando ello implique la imposibilidad de gobernar una vez alcanzado el poder.

Víctor Chora
Maestro en Políticas Públicas.
victor.chora@gmail.com
 
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La diferencia entre un político común y un estadista es que éste último piensa más allá de las coyunturas, busca políticas públicas para el bien común de mediano y largo plazo. En cambio el político común y corriente sólo piensa en la próxima elección, en que puesto (hueso) quedará en el futuro, y en como ayudar a sus correligionarios (compinches) de su partido político y/o su grupo de allegados. Al político común y corriente no le importa dejar endeudado al gobierno con tal de comprar votos y conciencias de los ciudadanos con dádivas populistas. El estadista entiende que sin importar qué tan precaria sea la coyuntura, no pondrá en riesgo la viabilidad de largo plazo sólo para ganar la siguiente elección.
 
AMEPI, AC

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